miércoles, 13 de agosto de 2008

INFIERNO

El infierno existe, y no consiste solo, como podría parecer, en vestir vulgares ropas confeccionadas compradas en uno de esos centros comerciales en cuyo ágora se acumulan los lamentos de los pecadores que por allí circulan, creando un ruído de fondo que parece provenir del subsuelo infernal, en lugar de practicar la elegancia celestial de Benedicto XVI, vestido y calzado por los mejores sastres y zapateros que habitan el Vaticano generación tras generación, al servicio de la imagen papal, que de vez en cuando aparece en la televisión con el aura divina a la que contribuyen su ropa y calzado hechos a medida. El infierno existe, y está en Heliópolis.


Al menos eso se desprende de los grandes titulares del Levante de hoy, que informan de los caudales de aguas sulfurosas que se encuentran en el subsuelo de Heliópolis, lo que igual podría indicar la estructura infernal de nuestro corte estratigráfico, o que vivimos encima de un gran balneario. Cuando esas aguas sulfurosas salen a la superficie, como ocurre en el antiguo balneario de la alameda, hoy convertido en hotel de lujo, el sospechoso olor a azufre parece indicar que Dante se inspiró en nuestro paisaje subterráneo para escribir la Divina Comedia.


Al parecer, ahora, el efecto práctico de esa composición infernal de nuestro subsuelo, al margen de la influencia que pudo tener en el pasado sobre el carácter de los papas de aquí que gobernaron Roma, consiste en que las obras del Metro, del AVE, y de la Fórmula 1, han de ser reforzadas con hormigón sulforresistente, un material inventado, no solo para resistir la corrosión sulfurosa de la materia, sino para retrasar la perversión de las almas.


Estuve una vez en Roca di Papa, y aunque el papa no estaba allí, su presencia temporal en aquella residencia de verano había dejado una huella visible entre los vecinos. Un coche con signos en sus lunas de haber sido objetivo de las metralletas de la guardia de seguridad papal, y numerosas pancartas de los residentes quejándose de los excesos de los matones del papa, daban cuenta de su hartazgo de tan ilustre vecino.


En Heliópolis, un lugar cada vez mas infernal, si nos atenemos no solo al subsuelo, sino a los vientos de Poniente que soplaron ayer, la mayoría de los vecinos no piensa como los habitantes de Roca di Papa, a juzgar por el tumultuoso recibimiento que se hizo al pontífice en su última visita, y los flecos de esa visita no han sido coches tiroteados, sino nada menos que un monolito dedicado a su santidad por las autoridades de aquí, que todavía no han dado cuenta de la calderilla que se gastaron en ese fasto protocolario.


Pronto se añadirá a nuestro temperamento sulfuroso, a los vientos de poniente y a los vapores del azufre, el rugido de los motores de los bólidos de la fórmula 1, que será audible en el entorno urbano del barrio en el que vivo, bastante alejado del circuito. Pero yo no estaré aquí.


Gracias a mi conducta intachable en los últimos tiempos y a mi sincero arrepentimiento por mis textos, a veces, demasiado sulfúricos, me he ganado el privilegio de abandonar, temporalmente, este infierno, para pasar unos días en el purgatorio.


Allí me dirigiré. Mañana. Junto con otros indultados, pasaremos unos días en el interior rural, a novecientos metros de altitud, lejos de vapores sulfurosos, olores a azufre, a CO2 y otros tóxicos
químicos y sonoros, que contribuirán al tufo infernal de la ciudad. Mientras rugen los motores, nosotros nos papearemos medio cordero en la soledad de la sierra.


El aforo es limitado, ya saben, por lo que no daré datos precisos de esa localización.


Pongo esta entrada en la sección de Avisos y Espantadas, en atención a los usuarios del blog, para avisar de mi ausencia durante unos días. Hasta la vuelta.


Lohengrin. 13-08-08.

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