lunes, 4 de agosto de 2008

ZELIG

He vuelto de la tranquilidad campestre con unos kilos más. ¿Recuerdan a Zelig, el personaje de Woody Allen que se transformaba físicamente por la influencia del entorno?. Pues, algo así me ha sucedido.


Ha sido dejar de leer periódicos, renunciar a las noticias de televisión, hacer el sacrificio extremo de no conectar la radio, y la ausencia del ronroneo cotidiano sobre el adelgazamiento y la tendencia a la disolución de los michelines de la economía, que me tenian en un estado en dirección a la licuefacción por el rigor del tórrido verano económico, ha cambiado de signo.


Para mi sorpresa, han bastado unos cuantos paseos entre las viñas solitarias y mi cuerpo ha comenzado a experimentar cambios espectaculares, recubriendo su angulosidad, que reflejaba las aristas del pesimismo económico dominante, hacia una cierta esfericidad influida sin duda por el aspecto cada vez mas sano y redondo de los frutos que crecen aquí, ajenos a los dictámenes de los expertos.


Mi piel, que comenzaba a ofrecer el tono cetrino y oscuro del horizonte temporal de las economías urbanas, ha adquirido la textura aterciopelada y el tono verde luminoso de los pámpanos de la vid y mi respiración, antes algo agitada y espasmódica en la inquietud imsomne, ha asimilado el suave y regular ritmo vegetativo que caracteriza a los millones de seres vivos que habitan este paisaje pre industrial, que me acoge en mi retiro rural.


Estoy convencido de que, haber dejado el tabaco por unos días –el estanco mas próximo está a quince kilómetros-- nada tiene que ver con esta transformación física operada en mi fragilidad. Ha sido el mimetismo Zeligniano, estoy seguro, la causa verdadera de que mi metabolismo haya virado de modo espectacular hacia una suerte de copia del entorno vegetal, aunque, por otra parte, dado lo óptimo de los resultados, me da lo mismo que haya sido una cosa u otra.


Lo interesante de esta transformación es que me siento mejor dispuesto a volver al mundo urbano y la textura vegetal que envuelve mi piel parece comportarse como una burbuja que me proteje, de nuevo, contra la erosión económica del medio exterior.


Por cierto, estuve en el neumólogo y su lectura de la letra pequeña de mis radiografías no desveló nada mas allá de los achaques crónicos propios de un fumador contumaz. --No fume. Me dijo. Yo, obediente, me fui a ese lugar alejado de la civilización y los estancos.


Lo que no sospeché fue que, además de prescindir del consumo de tabaco, por unos días, caería, para mi sorpresa, en el síndrome de Zelig.


No voy a revelar el nombre de ese lugar. El aforo es limitado, ya saben. Y, no hay que tirar piedras al propio tejado.


En fin. Zelig.


Lohengrin. 4-08-08.


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