lunes, 19 de abril de 2010

AVIONES

He bajado al Maravillas y el periódico no hablaba de otra cosa. Los aviones que se han quedado varados en tierra, con las sentinas vacías, como viejos barcos derruidos, mientras millones de pasajeros aéreos frustrados intentan recurrir a medios terrestres. Después he ido a la Universidad de mayores y el ejemplar de 'El País' que había sobre la mesa dedicaba su mayor atención al mismo asunto.

Al parecer, algunos responsables de compañías aéreas afectadas por unas pérdidas sin precedentes en su explotación, entre ellos Nicky Lauda, el piloto retirado de Fórmula 1 que, al parecer, tiene una línea aérea, han lanzado a volar a algunos de sus pájaros para verificar los riesgos de la nube volcánica, y ya se escuchan voces que ponen en cuestión las normas de seguridad que impiden volar, por los estragos que producen en sus cuentas de resultados.

En este asunto me llama la atención, sobre todo, el carácter nómada, itinerante, de una parte significativa de la sociedad actual incapaz de estarse quieta. Un rasgo muy representativo del modo de vida actual, representado en una película que vi hace unos días de G. Cloony, en la que vive en los aviones y solo baja a tierra para cerrar empresas y despedir gente, hasta que una nueva ejecutiva instala un sistema para hacerlo por videoconferencia.

La inquietud por el viaje, la necesidad imperiosa que sienten muchas personas de no estar siempre en el mismo sitio, es algo bastante humano, pero la globalización de los negocios,el hecho de que muchas empresas tengan plantas o sedes en distintos continentes, que las convenciones se realicen cada vez en un país diferente, y que muchos ejecutivos sigan considerando que el contacto personal es mejor para hacer negocios que las videoconferencias, son elementos que contribuyen de un modo decisivo a que la población flotante –nunca mejor dicho-- que ocupa aeropuertos, aviones en vuelo y rutas de navegación aérea, se cuente por millones.

En la página 'África' aludía a la práctica budista de permanecer estático debajo de una higuera, buscando la aproximación a la perfección personal. Aunque no lo parezca, a mi la inacción me parece otra forma de viaje, algo mas complicada que el viaje aéreo, porque en este caso no se trata de coger las maletas, desplazarse hacia algún aeropuerto y, en ausencia de nubes de cenizas, huelgas y otros impedimentos, aterrizar en otro país, sino de desprenderse de las sensaciones del cuerpo y dejarlo inmóvil, sin apenas necesidades físicas, mientras la mente emprende un viaje sin fronteras hacia territorios desconocidos.

Nada que ver con las sensaciones físicas del nerviosismo, el estrés, la angustia horaria para alcanzar el vuelo, las esperas interminables en las salas de los aeropuertos, para embarcar, no solo la mente, sino el estorbo del cuerpo, que, aunque es un receptor de placeres, es también el armario doloroso de nuestros achaques y limitaciones.

El viajero mental es el único que carece de límites, no precisa de pasaportes, visados, equipaje. Su viaje no requiere añadir mas peso al que soporta habitualmente, sino al contrario, requiere del despojamiento, de la sencillez mas espartana, aunque los personajes legendarios que han vivido esa experiencia, generalmente han dedicado buena parte de su vida al viaje físico, real, y solo al final de sus vidas han optado por permanecer debajo de la higuera, como un modo de sublimar sus experiencias.

He viajado en avión como cualquier persona que haya tenido una vida laboral medianamente activa. Recuerdo las esperas en los aeropuertos para los desplazamientos semanales a otra ciudad distinta de la de mi residencia, porque la empresa para la que trabajaba tenía sociedades participadas en lugares alejados de su sede. Cuando los planes de trabajo me lo permitían, elegía el tren, porque
siempre me han fascinado los ambientes ferroviarios, desde que en mi adolescencia contemplaba en los cines de barrio las películas en blanco y negro cuyas secuencias abundaban en esas puestas en escena.

He tomado un avión por última vez hace algo mas de un año, para ir a una ciudad andaluza, y lo mas lejos que he volado ha sido a Londres y Canarias, así que mi experiencia de pasajero aéreo es limitada, pero puedo imaginar la enorme cantidad de planes frustrados, negocios interrumpidos, viajes placenteros aplazados, trabajos sin terminar, encuentros no consumados, y alijos de sustancias prohibidas empaquetados, que las normas de seguridad aérea, para eludir los riesgos de la nube volcánica, han dejado en suspenso, causando un enorme trastorno a millones de personas. Hay que desear que la dichosa nube se descomponga pronto, y las cosas vuelvan a la normalidad.

El próximo miércoles emprendo un viaje de ocho días, con medios terrestres. Aún no me siento preparado para viajar sin moverme de la sombra de una higuera, pero estoy considerando su plantación, para tenerla dispuesta por si acaso nuestra ajetreada sociedad se transmuta de itinerante en contemplativa.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 19-04-10.

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