Las señales de tráfico son pictogramas con algo de augures que nos avisan de los peligros de la ruta con mensajes abstractos que a veces derivan en tragedias muy concretas. El problema de la abstracción de ese lenguaje es que ignora que mucha gente, tal vez la misma que muestra su preferencia por las biografías y desprecia la ficción, no entiende su contenido.
Al parecer, un cincuenta por ciento de la población a la que van dirigidas esas señales, declara tener dificultades para entenderlas, y esa preferencia por lo concreto, en perjuicio de lo abstracto, tiene consecuencias para la seguridad en el tráfico rodado, además de permitir que aparezca en la tele otra vez, como suele ocurrir de modo recurrente, la figura de Montoro, nuestro mayor experto en tráfico.
Esa indiferencia por el mundo de la señalítica –creo que se llama así-- se extiende a la vida cotidiana y ordinaria, en casi todos los campos de la actividad humana, pues muchas personas se dicen sorprendidas por acontecimientos no esperados, a los que las mas de las veces han precedido señales claras de que podrían suceder.
Es fácil constatar el carácter universal de esta realidad si nos fijamos en ámbitos tan distintos como el de las empresas, el de ciertas instituciones financieras, en las relaciones de pareja, en la sismología, en la salud, en el urbanismo, y hasta en las opciones de permanecer, o no, en la vida activa. En todos estos entornos y situaciones, la actitud de las personas ante las señales que suele enviar la realidad, antes de sorprendernos con un suceso inesperado, es semejante a la atención que se presta a las señales de tráfico.
En el mundo empresarial, en particular el de las empresas en crisis, cuando un ejecutivo recibe un correo electrónico de su central, instándole a que suspenda los pagos a proveedores hasta nueva orden, acompañado de un comentario que califica esa decisión de puntual y extraordinaria, una situación de coyuntura temporal que no ha de alarmar a los proveedores, el receptor de esa señal, haría bien en imitar a los roedores y abandonar el primero el barco, porque ese es un signo evidente de los acontecimientos que van a suceder a continuación. Sin embargo, a pesar de lo concreto del mensaje, muchos actúan como si no lo hubieran visto, por la natural tendencia a no tomar decisiones que impliquen un riesgo inmediato, para enfrentar un suceso que todavía no ha ocurrido.
El sistema financiero, en particular, las Cajas de Ahorros, de las que alguien ha dicho que quedarán veinte, de las cuarenta y cinco que ahora operan, es una buena muestra de la actitud de sus responsables ante las señales que reciben. Son señales elocuentes que indican la necesidad de una reestructuración, pero nadie quiere abandonar el poder sobre unas entidades precarias, pues de poco les servirían unas entidades reforzadas y solventes, si ellos no permanecen en sus cuadros ejecutivos. No son capaces de percibir el contenido claro de las señales. Si se prestan a una operación organizada desde fuera de su ámbito de poder, puede que lo pierdan, pero si no lo hacen y la entidad deviene inviable, lo perderán igualmente.
El deterioro de las relaciones de pareja, a veces hasta el extremo de actos criminales, suele ir precedido de multitud de señales que avisan de esos sucesos. Desde el modo en que apagan la colilla en un cenicero los individuos violentos (Fromm), hasta otras muchas evidencias encadenadas que señalan con precisión el deterioro de una relación, y hacen aflorar lo peor de la auténtica personalidad de quien creíamos que era de otra manera, porque no habían aparecido esas señales,
todo es un catálogo de avisos que, en ocasiones, las personas afectadas, por unas u otras razones, deciden ignorar.
Otro tipo de catástrofes menos domésticas, las naturales, suelen mandar señales, a veces menos precisas en cuanto a lugar y tiempo, pero ineluctables, sobre su repetición. Es el caso de los terremotos, que este año han dado muestras de que las placas tectónicas se mueven. No es posible determinar cuando y donde será el próximo movimiento, pero es sorprendente que, a diferencia de lo que ocurrió con la gripe A, no haya un movimiento visible de las instituciones internacionales para que, a la vista de esas evidentes señales, los simulacros de prevención, las medidas de evacuación y la exigencia en las condiciones constructivas en lugares sensibles, se active y se extienda, sobre todo en las zonas geográficas que están en lugares con mayor probabilidad de actividad sísmica. Los sismólogos hacen recomendaciones en esa dirección. No estoy seguro de si se atienden sus señales.
Lo mismo ocurre con el urbanismo, sobre todo aquí, cuando se trata de zonas inundables. Las señales recurrentes de las inundaciones en el Sur, pero no solo allí, indican que se ha construido en zonas que no son dominio terrestre, por mucho que durante décadas no haya vuelto allí el agua. Los paseos marítimos de nuestras playas del Sur y de Levante, también han recibido señales sucesivas de que no están bien ubicados. La respuesta a esas señales, por lo que se ve, es reconstruir una y otra vez lo destruido, en lugar de reconsiderar su ubicación, su existencia.
Esa actitud generalizada de ignorar las señales es muy característica de los humanos, y se confirma cuando se trata de la salud personal. Una buena parte de las dolencias crónicas, la obesidad, la diabetes, el tabaquismo, la claudicación muscular por falta de ejercicio, siguen vigentes en la oferta de cuidados clínicos porque la mayoría de quienes las sufren, dejaron de atender a las señales que les indicaban claramente cual iba a ser su estado de falta de salud si no correspondían a esas señales con un cambio de hábitos.
Se suele llamar vida activa, --a mi juicio, erróneamente-- a la dependencia laboral, cuando esa dependencia implica, muchas veces, una pasividad creativa cercana al coma, mientras que el júbilo de la vida pos laboral implica la oportunidad de ejercer tareas muy creativas que le dan una pátina activa a esa etapa que muchos consideran la mejor de lo peor. También se reciben señales inequívocas que avisan de cuando conviene abandonar la vida laboral. A veces se reciben del entorno mas inmediato, de colegas o jefes que están hasta el culo de tu presencia en el entorno de trabajo y desean que te largues. Otras veces, las señales te las envía el entorno no tan inmediato, y si tienes la suerte de ventear una crisis económica gorda, mas te vale leer esa señal con atención y pirarte de tu sillón de director financiero, o lo que sea, para no tener que dedicarte a engañar a proveedores o personal de la empresa, convirtiendo tus últimos años laborales en un infierno de indignidad.
Dada la disminución progresiva de la mortalidad en accidentes de tráfico, y el deseo de seguir reduciendo esas tragedias concretas, entiendo la preocupación de los expertos por la falta de comprensión de los mensajes abstractos, pictográficos, de las señales de tráfico
Me gustaría que se extendiera para lograr un esfuerzo de comprensión del resto de las señales que nos envía la vida de modo cotidiano, y que Montoro hiciera un estudio sobre la respuesta ciudadana a dichas señales, aunque, por otra parte, si lo que nos caracteriza es el libre albedrío, la voluntad soberana para dirigir nuestra propia vida hacia la salud o la enfermedad, lo productivo o lo destructivo, nuestra preferencia por lo abstracto o lo concreto, probablemente la realidad en la percepción de estas señales vitales, coincida con la de la señalítica del tráfico. De cada dos personas, una las entiende y otra no.
En fin. Señales.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 15-04-10.
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