viernes, 16 de abril de 2010

POMPEYA

En el siglo XVIII, cuando se redescubrieron las ruinas de Pompeya y Herculano, y en tiempos posteriores, cuando se realizaron las primeras excavaciones arqueológicas, la opinión general era que los pompeyanos habían sido abatidos por un mar de lava que acabó con las vidas de la mayoría de la población de modo instantáneo, pero investigadores posteriores que, al parecer, no tenían nada mejor que hacer, precisaron que fue una nube de gas tóxico procedente del Vesubio la que los liquidó, aunque la lava y las cenizas hayan actuado como conservantes para que los amigos de visitar ruinas puedan detenerse ahora en los restos humanos que permanecen en ese cementerio a cielo abierto, para dilucidar quienes estaban durmiendo, y quienes entregados al fornicio.

No suelo visitar ruinas. Entiendo que los jóvenes lo hagan, pero nosotros, los mayores, si queremos contemplar una ruina solo tenemos que asomarnos al espejo, y así nos ahorramos el billete. Quince mil billetes de avión, con destino a países europeos, han quedado sin efecto temporalmente en nuestro aeropuerto doméstico, porque el espacio aéreo de Gran Bretaña y algunos otros países ha sido cerrado, o disminuido, a causa de la nube –no tóxica-- que se expande por los cielos procedente de un volcán cabreado en Islandia.

La nube no es tóxica, nos dicen los vulcanólogos, pero como carece de oxígeno en su composición y el oxígeno es necesario para que funcionen las turbinas de los aviones, si alguno quedara expuesto a esa mixtura de gases, cenizas y piedra machacada, sencillamente, se caería, como al parecer estuvo a punto de suceder en Indonesia hace tiempo.

Los vulcanólogos no son augures, no son capaces de la adivinación, no pueden predecir con exacta antelación si tal o cual volcán va a entrar en erupción en una fecha determinada, pero hay que agradecerles sus avisos, sus señales sobre la composición de la nube y sus efectos sobre la seguridad de la navegación aérea, como también hay que agradecer la respuesta de las autoridades a esas señales, el cierre de los espacios aéreos porque, por incomodo y molesto que resulte para los viajeros, peor habría sido que, en un alarde de tozudez como al parecer ha sucedido en el magno accidente que ha descabezado el poder político en Polonia, una voluntad personal haya tratado de oponerse a las condiciones hostiles de la naturaleza con consecuencias irreparables.

Los medios de comunicación han puesto casi toda su atención en los efectos causados en el funcionamiento de los diversos aeropuertos europeos por esa nube itinerante, de cuya trayectoria y dirección se informa puntualmente, pero menos en las consecuencias del deshielo masivo que esa fuerza de la naturaleza puede causar en las costas islandesas, inundaciones, de momento, un nuevo desequilibrio potencial en las corrientes oceánicas por el aporte de miles de toneladas de agua dulce a un medio naturalmente salino, a mas largo plazo.

No se han organizado, que se sepa, visitas guiadas a las proximidades de la nube, para observarla de cerca, porque las imágenes de los satélites nos ofrecen ese espectáculo doméstico en casa, pero los restos de Pompeya no cesan de recibir hordas de turistas, no siempre conscientes de que lo que desencadenó aquella tragedia humana fue una nube como esta, en aquel caso tóxica, porque, al parecer, las ruinas y los muertos tienen un valor turístico añadido que genera una fuente de ingresos casi inagotable.

Cuando visité Italia, hace unos años, me negué a ir a Pompeya, pero conservo muy viva en mi memoria la expresión de llanto emocionado de mi mujer al contemplar la escultura del David de Miguel Angel en la Galería de la Academia de Florencia, antes de que fuera objeto de ataques vandálicos. Yo solo sabía lo que era el Síndrome de Stendhal por los libros, pero aquella experiencia, que luego se repitió, curiosamente, delante del Guernika de Picasso, en el museo Thyssen de Madrid, me convenció de dos cosas, de que el tal síndrome existe fuera de los libros, y de que la sensibilidad extrema de mi mujer ante la contemplación de la belleza o la tragedia, se manifiesta lo mismo ante la belleza clásica que ante la expresión trágica en el arte contemporáneo.

La nube tóxica que liquidó a los pompeyanos se sitúa en el siglo I antes de C. y provenía del Vesubio. Esta de ahora, con cenizas, piedras machacadas y gases no tóxicos, pero faltos de oxígeno, que paraliza el tráfico aéreo dos milenios después de aquello, viene de otro volcán que expresa su furia, del que solo se que está en Islandia. ¿Es una señal?.

No parece una señal que augure nada especial, solo nos recuerda que, cuando las fuerzas de la naturaleza se muestran hostiles, hemos de tener la humildad de reconocer su poder, no tratar de oponer una voluntad tozuda, como si nuestra condición humana estuviera por encima de esas demostraciones de fuerza.

Afortunadamente, en esta ocasión, los avisos de los vulcanólogos han encontrado eco en las autoridades responsables del tráfico aéreo.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 16-04-10.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios