En un lugar de 'Levante', de cuyo nombre no quiero acordarme, he leído una columna de Josep Lluís Doménech, mientras tomaba un café con leche, un ron quemado y un agua mineral en el Maravillas, –tres euros-- o sea que me he tomado el tiempo suficiente para leerla despacio y tomar notas, porque enseguida me he dado cuenta de que me venía al pelo para la entrada de hoy.
Veamos algunos de los argumentos de Josep Lluís. 'Encara hi ha gent que parla de les clases...', 'El treball es un bé que correspon a tot hom...', 'El treball no es patrimoni únicament de qui son anomenats tradicionalment y de manera restrictiva com a treballadors...', 'Un empresari es un treballador amb unes responsabilitats laborals, amb la UNICA diferencia respecte als tradicionalment anomenats treballadors que es el propietari de l' empresa..'.
Mañana se celebra el día del trabajo. Conviene recordar, por si alguien como Josep Lluís lo ha olvidado, que esta conmemoración se instauró para recordar las matanzas de trabajadores en Chicago, en mayo de 1.886, que siguieron a la reivindicación de la jornada de ocho horas. Las relaciones laborales de aquellos trabajadores por cuenta ajena no eran, en cuanto a derechos y obligaciones, como las de hoy, pero hay una cosa que Doménech no cita que no ha cambiado.
El empresario, despide. El trabajador por cuenta ajena es despedido. Una prueba palpable de la permanencia de esta relación desigual del contrato laboral, son los cuatro millones seiscientos mil desempleados que pululan ahora mismo por las afueras del mercado laboral en España, hasta el punto de que esa realidad lacerante sugiere que mañana no se celebra el trabajo, sino que se certifica el desempleo masivo.
Los argumentos de Doménech son sin duda bien intencionados, pero son a la vez tan frágiles, tan inconsistentes, que me da un poco de corte destrozarlos, pero una interpretación rigurosa de la conmemoración de mañana me lo pide de un modo exigente.
Primero, lo de las clases. Desde que Marcuse imaginó su hombre unidimensional, una figura homogeneizada por el consumo, se tiende a desdibujar la idea de clase social, que es un concepto marxista, –-no soy marxista, si acaso de Groucho-- olvidando a menudo que Marx vinculó esa categoría a la propiedad de los medios de producción, no al consumo.
Hoy, sería mas preciso hablar de clase empresarial, que de burguesía, porque gustos burgueses, en su mejor sentido, los tenemos, o aspiramos a tenerlos, en cuanto a consumidores, casi todos. Una precisión necesaria para entender hoy el concepto de clase, es el de clase financiera, sobre todo en un entorno en el que la actividad financiera, que en un principio estuvo al servicio de la economía productiva –empresarios y trabajadores-- se ha emancipado por completo de esa servidumbre y, al menos un quince por ciento, si no mas, de las operaciones mercantiles, son chanchullos financieros al margen de lo productivo, y ya sabemos adonde nos han llevado.
El concepto de clase, históricamente, no es que haya pasado de moda, sino que la lucha de clases de los siglos diecinueve y buena parte del veinte alumbró de un modo paradójico una nueva clase, la burocracia estalinista, que sustituyó a la burguesía en las relaciones de poder y dominio en el mundo del socialismo llamado real, en perjuicio del movimiento obrero, hasta su desaparición tras la caída del muro en 1.989.
Es la desaparición de esa burocracia la que, dejando el poder sin oposición alguna en la clase empresarial y financiera, vuelve obsoleto, según algunos, el concepto de clase social, olvidando que la propiedad de los medios de producción sigue siendo un factor de diferencia, pero no el único. Unos despiden. Otros son despedidos.
Es obvio que los empresarios trabajan, incluso mas horas, según mi experiencia de trabajador por cuenta ajena, que los trabajadores. La cuestión es otra. ¿Que hacen los empresarios con el producto de su trabajo personal y el de sus asalariados? Pues hay de todo. Es famoso el comportamiento de los empresarios que se enriquecieron con el boom del calzado en Elda. Muchos, primero se compraron un chalet, después un Porsche, lo que sobró se lo gastaron en putas, y pocos capitalizaron sus empresas para darles la solidez financiera que requiere ese nombre, empresa. La mayoría fueron advenedizos que, cuando apareció la primera crisis, despidieron a sus trabajadores. No lo digo yo, cualquier director de sucursal bancaria de la zona lo puede confirmar.
En cuanto al comportamiento de la clase financiera, para que vamos a insistir en algo que está en los medios de comunicación de todo el mundo desde hace dos años. Por lo demás, mi propia experiencia personal confirma que muchas empresas industriales de nuestra comunidad han dedicado sus excedentes a la especulación inmobiliaria, no a capitalizar sus empresas, con los resultados que todos conocemos.
Querido Josep Lluís, no se puede argumentar como lo haces tu, aunque sea con la mejor de las intenciones, sin hacer el ridículo. Predicar la ausencia de clases y la solidaridad entre trabajadores y empresarios en aras de un bienestar común está muy bien en un mundo ideal, pero ese no es el mundo que habitamos, marcado por unas diferencias sustanciales, donde una minoría numerosa abusa de su poder, en perjuicio de la mayoría que no lo detenta y donde además, la clase trabajadora, si, la que no tiene otra cosa que sus manos, está dramáticamente dividida en dos, los casi cinco millones de desempleados con escasas posibilidades de encontrar trabajo a corto plazo –-en el último trimestre de este año podemos acercarnos mas a esa cifra-- y quienes todavía lo conservan.
Esa configuración social de quienes dependen del mercado de trabajo, añade a la división tradicional entre propietarios de los medios de producción y trabajadores por cuenta ajena, otra mas dramática, trabajadores ocupados y trabajadores en paro, -el ejército de reserva, en términos de Marx, que hará, inevitablemente, bajar los salarios de los ocupados-- que tiene trazas de prolongarse demasiado tiempo. Y en el vértice de esa pirámide está una clase cuyo predominio absoluto en el sistema social ha propiciado el desastre en el que nos encontramos, la clase financiera.
Leyendo a Doménech tengo la impresión de que mi opinión de que el paso del tiempo no hace mas sabios a los tontos, sino que los vuelve mas tontos todavía, encuentra cada vez mas evidencias que la confirman. Lo digo sin ánimo de ofender, pues yo me incluyo en esa categoría. Aquí, los listos son solo unos pocos, los demás, si no somos tontos, al menos lo parecemos. No es bueno que los trabajadores se solidaricen con los listos, mas bien deben estar preparados para combatir los resultados de sus abusos.
Por lo demás, el uno de mayo tiene para mi unas connotaciones que exceden su carácter de conmemoración histórica de las luchas del movimiento obrero, y de reivindicación de los problemas que afectan gravemente a todos los trabajadores, en particular, a quienes no tienen trabajo. Un uno de mayo mi mujer aceptó cargar conmigo y todavía me aguanta. Es lo mejor que me ha pasado en la vida.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 30-04-10.
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