lunes, 3 de octubre de 2011

LA PAELLA DE RITA

Ayer di un corto paseo entre los chiringuitos gastronómicos instalados con motivo de la clausura del congreso del arroz, junto al museo sin fondos museísticos de la ciudad de las artes y las ciencias, ese lugar donde no se hace arte, ni se practican las ciencias. Me pregunto si esa tendencia a llenar el vacío con nombres rimbombantes es algo propio solo de la etnia de políticos que nos gobiernan, que les lleva al extremo de diseñar aeropuertos sin aviones, pero con directores generales, o algo mas extendido, que está en el ADN de la población gobernada.

Lo cierto es que ese vacío estaba ayer colmado de gentes ávidas de probar los centenares de versiones de nuestra enseña nacional, la paella, contando la aportación popular que se sumó, en un recinto aparte, a la de los restauradores profesionales, y hay que alabar el éxito de público de esa iniciativa.
(...)

Paseaba entre los chiringuitos, en medio del fervor popular que los desbordaba, cuando, al final a la derecha --lógico-- vi la efigie de Rita pintada con colorantes alimentarios, azafrán, pimentón, esas cosas, en una paella cocinada exhibida con orgullo por la señora que cuidaba de su despacho gastronómico.

Intuía que Rita es zafia, prepotente, malhumorada, parlanchina, pero ni en mis peores pesadillas había soñado nunca ver su imagen elevada a la santidad en el centro geométrico de una paella. Lo juro.

Esta surrealista visión me induce a pensar que entre las muchas tías marías que se identifican con Rita, en asociaciones vecinales, comisiones falleras, concejalías, mercados, parroquias y otros espacios urbanos y pedáneos, hay una selecta minoría que está trabajando, ya, para su beatificación, y el primer paso ha sido llevar su colérico rostro, pintado con azafrán, pimentón y eso,a nuestra enseña nacional, la paella.

Repuesto del susto, he dado un vistazo entre los puestos del arroz. La paella es como el arte, como las pinturas realistas o abstractas, unas te gustan y otras no, con independencia de la corriente pictórica a la que pertenecen. He de decir que la variedad era tal, que se me antojó imposible que la inmensa mayoría de los asistentes no encontraran un arroz de su gusto.

A mi no me gusta el pimiento, lo siento, por eso la lujosa receta impresa por Galbis, creo, que mencionaba el pimiento, no me interesó. En cambio me quedé un rato mirando a una persona que degustaba un arroz meloso con perdiz con una expresión de placer gustativo que indicaba que en ese momento estaba en otra parte, el cielo o así.

Vi mucho arroz del señoret, en diversas variantes, un arroz al que se le añadía trufa rallada, un arroz a la marinera hecho con plancton, de un color verde oceánico precioso, junto a paellas tradicionales con los ingredientes que marca el dogma, y a los vascos, tan sofisticados ellos, ofreciendo sushi de paella.

Mi mujer se detuvo en un puesto en el que estaban sirviendo raciones de una paella mediada.
Se veía el corte del arroz. Fíjate, me dijo. Por arriba está crudo, y por abajo pasado. A mi mujer siempre le hago caso, porque ella cocina mas a menudo que yo. A los extranjeros que se lo comían a dos carrillos no parecía importarles. Me recordó que una guía inglesa
calificó una vez la paella de ladrillo indigestible. Me parece injusto. Una paella bien cocinada te puede llevar a la gloria, si no lo está, no te la comes y ya está.

El arroz al horno, yo lo prefiero a la paella, lo siento, tenía su representación, y mucha demanda. En el recinto cubierto, se ofrecían otras especialidades gastronómicas, se vendían recipientes metálicos para cocinar la paella y fogones especiales para cocinarlas de gran tamaño, pero, ché, no vi ningún cacharro de arcilla, esos que nos acompañan desde los tiempos mas remotos, por lo menos, desde el neolítico.

Al salir, vi los carteles del congreso, con los rostros de nuestros grandes cocineros, Quique Dacosta en el centro de la foto, pero se ve que no estaban.

Si me hubieran preguntado a la hora de diseñar la programación del acto, yo hubiera incluido un combate de boxeo en un ring sobre una balsa de lodo. A mi izquierda, González Sinde, campeona de los pesos pluma, en representación de la Cultura y los líos de la SGAE, a mi derecha, Rita Barberá, campeona de los pesos pesados y de la zafiedad, representando a la municipalidad. El desenlace del combate resolvería, sin derecho a recurso, si la licencia de obras para otro museo, el San Pío V, la da Rita de una vez,o no.

Me cago en la leche. Ahora me acuerdo de que los dos mazapanes con los que nos obsequiaron en la visita cuya crónica doy por terminada, se quedaron en el bolso de mi mujer. A estas horas deben ser una masa informe integrada en la tarjeta de Mercadona, el Bonoro --se llama así- la tarjeta SIP, y la madre que lo parió.

En fin. La paella de Rita.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM)3-10-11.

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