martes, 12 de julio de 2016

NOCHE TROPICAL

Había oído a los meteorólogos que cuando la temperatura nocturna no baja de los veinte grados, nos encontramos ante una noche tropical. No hice mucho caso, 'noche tropical', será algo del trópico, de Honolulu o por ahí, pero aquí, en el Mediterráneo, esto es un paraiso templado, no tropical, a pesar de la guerra de sombrillas, pero anoche, lo juro, pude comprobar que lo que dicen los meteorólogos es cierto.

Es verdad que me acosté antes de las doce, una hora un poco temprana, porque los showman de la tele que me entretienen están de bolos por ahí y han cancelado sus programas, tal vez por eso comenzé a dar vueltas en la cama, sin conciliar el sueño.

De vez en cuando me levantaba para ir a la cocina para tomar un trago de zumo de neranja frío y, claro, al rato me levamtaba para ir al baño, para satisfacer las urgencias biológicas derivadas del consumo de zumo de naranja.

Entre unas cosas y otras, pasaron varias horas hasta que pude conciliar el sueño, debido a la sensación de bochorno, de noche tropical como dicen los entendidos. Hay varias clases de sueños, unos se recuerdan, otros no. Intuyo que los mas turbadores se meten en los cajones secretos de la memoria y los mas inocentes afloran en la vigilia como si acabaras de vivir los sucesos soñados.

Mi sueño en la noche tropical ha sido de estos últimos. Ente las sábanas sudadas, en el centro de mis sueños apareció un chaval de unos cinco años. Era yo, subido en el poyo de la fuente pública que había junto a mi casa, en los tiempos en que el único tráfico rodado era, el mulo del lechero, que por cierto me pateó el pecho, obligándome a una asistencia hospitalaria, y los carros que transportaban materias primas agrícolas al cercano molino, que unos años después fué pasto de las llamas, obligando a una intervención de los bomberos que se prolongó una semana.

Subido en la fuente, con la palma de mi mano puesta en el caño, lanzaba un chorro de agua que alcanzaba la mitad de la calzada. Se trataba de una trampa para libélulas, que se acercaban para no morir de sed en aquel domingo de julio, y morían abatidas por las cañas obtenidas en la cercana huerta, por la pandilla de pequeños gamberros que me acompañaba en aquella cacería.

Terminada la cacería, hacíamos recuento del botín, separábamos las cabezas de las libélulas, las guardábamos en una caja de cerillas y las llevábamos a la farmacia, porque los mayores del barrio nos habían engañado con la promesa de una recompensa monetaria del farmacéutico, que nunca llegó.

Se podría considerar la crueldad de aquellos niños del sueño, liquidando a las inocentes libélulas con fines supuestamente mercantiles, pero hay que considerar que en aquellos tiempos, finales de los cuarenta, los niños no habian visto nunca el papel moneda, si acaso algunas monedas fraccionarias de ínfimo poder de compra, por lo que, en compensación, habían desrrollado una productiva habilidad para fabricar sus propios juguetes, para inventar sus propios juegos, al margen de lo que ahora se llama el mercado.

Esas habilidades llevaron, mas tarde, a casi todos los integrantes del grupo a incorporarse a un mercado de trabajo, clandestino, o mejor irregular, a una edad temprana, pues la ley impedia el trabajo por cuenta ajena hasta los catorce años, pero casi todos, atendiendo a lo que ahora se llama emprendedores, o merced a relaciones familiares, comenzamos a trabajar por cuenta propia o ajena a los doce años.

Ahí terminó el sueño. No se porqué sueño cosas del pasado, será porque hacerlo del futuro acojona un poco, pasados los setenta.

Despues de una buena ducha, para sanearme de los sudores del sueño, he bajado a La Fuente, a tomar un café con hielo, he pasado por el quiosco he comprado 'Levante', que pesa aún menos que la última vez, y me ha sorprendido encontrar en la portada una noticia? que enlaza perfectamente con los modos de contratación laboral de los años cuarenta.

'Las presiones por la contratación irregular de su hija obligan a la número dos de Sanidad (en Valencia) a dimitir'. Yo creía haber soñado, en la noche tropical, con cosas propias de la cuarta década del siglo veinte, pero mira tú por donde, encuentro que esta señora de Sanidad contrata a su hija, por el mismo procedimiento con el que me contrataron a mi, por un vínculo familiar, para que comenzara mi vida laboral a los doce años, liando cigarrillos en una máquina Victoria, para el jefe, mientras contemplaba las piernas de la secretaria que se sentaba enfrente. Conchín, se llamaba, no me estoy inventando nada.

Lo fácil sería concluir que el tiempo pasa y las cosas no cambian. Pero no es verdad. En el tiempo soñado, un trabajo conseguido gracias a vínculos familiares, no tenía consecuencias, ahora sí, y bien severas. Conclusión, los tiempos cambian.

Por cierto, anoche pude haber puesto el aire acondicionado y acostarme en el sofá del salón, me habría ahorrado una noche tropical, pero, seguramente, no habría escrito esta página. No se qué es peor.

En fin. Noche Tropical.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 12 07 16.

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