Ayer, por fín, fuí al dentista para que me arreglara la dentadura. Dos horas de tortura dental. Menos mal que la solución líquida
con la que te refrescan la boca mientras practican toda clase de atrocidades en ella, tenía un regusto salino, lo que me permitió abstraerme de la intervención dental, pensando que estaba en las Rotas de Denia, en casa de los Hermanos Sendra, comiendo erizos de mar.
Por suerte, tengo esa capacidad de evadirme mentalmente en situaciones incómodas. De hecho, mientras el dentista, que viene de Barcelona cada vez que tiene consulta, porque trabaja allí en una multinacional suíza, me extraía cinco dientes del maxilar superior, urgaba en una raiz antigua, residual, que me estaba produciendo una inflamación dolorosa, reducía los extremos de las encías superiores, dejando un par de puntos de sutura, para ajustar la prótesis superior, yo pensaba en otras cosas.
Superado el tormento, ha tenido el efecto de elevar mi ánimo hasta la euforia, cuando he visto la nueva sonrisa tipo Robert Redford que me ha quedado.
Durante esas dos horas, he charlado con el dentista de todo, cuando lo permitían las pausas de la intervención. El me ha contado que, con ocasión de una visita de su jefe suízo a Valencia, visitaron el barrio del Cármen y el suízo se sorprendió mucho al ver el mural de Rosita Amores que decora la fachada de una finca antigua, cerca de Tapinería, la celebridad tetuda aparece con su rotunda humanidad sobre una paella.
Hablamos de cultura, el dentista afirmó que la farándula teatral no le parece que sea cultura, que para el cultura es la ciencia, las ingenierías, esas cosas. Yo argumenté, de broma, aunque lo dije muy serio. --Cuidado con lo que dices, yo soy actor de teatro. El dentista creyó que hablaba en serio, porque en voz mas baja argumentó algo sobre la libre opinión de cada uno sobre eso de la cultura.
Inevitablemente, en otra pausa, surgió el tema recurrente de los líos del PSOE, Sánchez, la andaluza, y todo eso. Yo le dije, no soy votante del PSOE, mi abuelo fué anarquista, uno de sus hijos también, y yo soy un epígono que aunque solo conservo parte de ese poso familiar, tengo clara una cosa.
La Anarquía se suele confundir con el desorden, cuando es, estríctamente, ausencia de jerarquía, y como estamos viendo ahora cada día, son las jerarquías las que crean el desorden. No me extrañaría que después de este lío que crece cada día, el PSOE se escindiera en dos partidos, añadiendo más confusión al desorden político que prevalece.
La Anarquía, en tanto que utopía que nunca se ha realizado de modo universal, aunque hayan habido experiencias limitadas en el tiempo y el espacio, que pueden dar una pista de su viabilidad, no creo que llegue a verla nunca convertida en un sistema de convivencia, sobre todo porque esta mañana, mientras esperaba en la terraza de La Fuente la llegada de Cármen, un jóven, sentado con su madre en la mesa de al lado, que ha resultado ser un trabajador por cuenta ajena, pronunciaba un encendido discurso en favor de la derecha política de este país
y abominaba de cualquier forma de gobierno de la izquierda.
Cómo vamos a alcanzar la utopía libertaria, si los jóvenes trabajadores por cuenta ajena, muchos de ellos, viven instalados en el franquismo mas rancio, el de Fraga y Aznar, el de Cospedal y Rajoy, una organización
criminal, desde el punto de vista de los avatares jurídicos que la rodean, que ha tenido el dudoso mérito, en la última legislatura, de elevar la Deuda del país a niveles históricos, vaciar la caja de las pensiones, y crear un marco laboral espartano con sus reformas laborales salvajes, que está condenando hasta Draghi desde el Banco Central Europeo.
La jerarquía, creadora de desorden, está muy presente en la política, y los distintos jerarcas, que tienen visiones diferentes para la comunidad común que aspiran a dirigir, andan a la greña entre ellos, catalanes y no catalanes, históricos y renovadores, rubios y morenos, autoritarios y liberales, calvos y con peluca, un merder de mucho cuidado que nadie sabe, en este momento, adonde puede conducir.
Estaba reflexionando sobre todo esto, en el sillón del dentista, cuando la aguja de la jeringuilla, para reforzar la anestesia, se me ha clavado en un lugar muy sensible de la boca. Pero no he dicho ni mú. Me he puesto a pensar en que, cuando liquide los mil cien pavos que me cuesta esta intervención, voy a pedir que me devuelvan la prótesis vieja, a ver si puedo venderla en el rastro.
Si en el mercado de Yemma
elf na de Marraquex, vendían dientes usados a granel, en el de Jerusalén zapatos usados, y en el antiguo de Les Halls, los clochards vendían zapatos de un pié y sardinas podridas, no voy a poder sacar yo en el rastro 300 pavos de la prótesis vieja? No sé.
El dentista me hizo firmar un papel, en el que yo reconocía el consentimiento con todas las operaciones practicadas, así como me obligaba a seguir unas determinadas recomendaciones después de la intervención, como no fumar durante siete días, recomendación que he incumplido conscientemente, con mi inconsciencia habitual.
Al salir de la clínica, a pesar del bloqueo de los músculos que rodean la boca por la anestesia, he encendido un cigarrillo, pero lo he tirado en seguida, la rigidez de los labios me impedía aspìrar el humo.
No puedo describir la euforia de mi ánimo al contar, digamos, con una boca nueva. El episodio depresivo que me amenazaba al no poder tomar alimentos sólidos, que estoy seguro que ha influido en mi peso corporal, junto a la frustración de no poder sonreir a Cármen con mi boca desdentada en nuestra hora compartida cada día en la terraza de La Fuente, ya son historia.
Esta tarde comienzan las clases de teatro en el Aula de la Malvarrosa, y con mi boca nueva, ya no podré hacer de Neandertal. Podría hacer de Felipe González, que es lo más parecido.
En fin. El Dentista.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 29 09 16.
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