'La casa de la sierra está situada en el centro de un claro solo habitado por viñedos y olivares, a su vez circundados por una serie de colinas que cierran el paisaje con más de un millón de árboles. Al llegar, la temperatura en el interior de la casa, que tiene más de ochenta años, era de veintiún grados. Al anochecer, cuando prendimos la leña en la chimenea, la temperatura subió a 25.
Esa casa la compramos hace algo más de veinte años, y creo recordar que pagamos por ella unas doscientas mil pesetas. Los trabajos de rehabilitación hicieron ascender esa cifra a 12.000 Euros. Una ganga, si consideramos que desde el sillón del comedor, un sillón
por otra parte reciclado de un vertedero, sin coste alguno, se pueden contemplar a través del hueco practicado en la pared, directamente,
las espectaculares puestas de sol que se producen cuando hay nubes, pues la fachada de la casa da a Poniente y pusimos una puerta cristalera
con la sana intención de disfrutar de esos espectáculos sin movernos del interior de la casa.
Una ganga, también, porque el aljibe con capacidad para 8.000 litros, y la instalación eléctrica de 12 voltios, nos permiten disfrutar de una segunda vivienda, sin pagar un duro a las corporaciones eléctricas, ni a las compañías de aguas, lo que convierte nuestro disfrute temporal
de esta casa campesina en un auténtico chollo.
Es cierto que el relativo aislamiento serrano del lugar hace que, a veces, como en nuestra estancia de ayer y hoy, la única vecindad que hayamos disfrutado sea la de A833. Llamamos así a la avispa que nos frecuenta, porque las evoluciones de su vuelo suelen parecerse a la figura de un ocho y dos treses, pero eso no nos importa demasiado, porque la contemplación de la naturaleza en estado puro, y el disfrute de unas temperaturas más saludables que las de la ciudad, compensan sobradamente la eventual sensación de aislamiento.
Si consideramos, además, que este fin de semana hemos cogido un tercio de la cosecha de almendras, dejando el resto para una próxima ocasión,
la acumulación de sensaciones estéticas, productivas y, sobre todo, místicas, han justificado, de sobra, nuestra breve estancia en la casa de la sierra.
He de reconocer, sin embargo, que esta grata experiencia ha tenido un coste.
Sucede que, desde hace algún tiempo sufro de lo que mi médico de familia llamó temblor esencial. Un anormal temblor, sobre todo en las manos,
que me produce una sensación de inseguridad cuando pongo las manos en el volante, y se agudiza cuando adelanto a un camión.
No es tan intenso
como para impedirme conducir, pero hace que me sienta inseguro. Curiosamente, mi médico me recomendó tomar un vaso de vino tinto en ayunas,
pues su contenido en Etanol tiene un efecto moderador de esa sensación. Argumentó el médico su preferencia por esa solución, porque los betabloqueantes que se suelen usar en estos casos producen una rigidez mas desaconsejable que los temblores.
El regreso de la casa de la sierra ha estado marcado, pues, por esa incomodidad manifiesta, pero hemos conseguido regresar sin incidentes y al llegar, nos esperaban dos gratas sorpresas.
He tenido sitio para estacionar el coche a la puerta de casa. Cuando subíamos con el ligero equipaje a casa, nos hemos encontrado con los jóvenes vecinos, que regresaban de su viaje de novios. Comprobar que esa pareja ha vuelto
sana y salva de su viaje, sin apuñalarse el uno al otro, nos ha devuelto la fé en la condición humana, sí.'
En fin. El regreso.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 18 09 16.
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