martes, 28 de agosto de 2007

DIAGRAMAS

Las Compañías de seguros disponen de un diagrama informatizado en el que, en lugar de estar reproducidos los órganos florales, está representado el cuerpo humano, fragmentado en todas las porciones imaginables que se puedan derivar de un accidente laboral, un siniestro de tráfico o las consecuencias de un atentado. Si uno sobrevive a esas desgracias, pero queda fragmentado, los técnicos de valoración de siniestros echan mano de ese vademécum para cuantificar la indemnización a satisfacer por el trozo que falta.

Los Actuarios de seguros, que les aseguro que existen y son grandes expertos en matemática actuarial, se ocupan de que la suma del valor de las partes no exceda el valor del todo.

Los fabricantes de automóviles, que seguramente disponen en sus plantillas de técnicos en economía de empresa tan cualificados como los actuarios, han conseguido, por medio de sus concesionarios, la proeza de que la suma de las partes de un vehículo --los llamados repuestos-- cueste mas de diez veces el valor del vehículo nuevo, entero.

Se trata de diferentes posiciones doctrinales sobre el problema de las partes y el todo, aunque, en el fondo, es la misma filosofía, pagar menos, cobrar mas, maximizar los beneficios.

No hablo por hablar. Esta mañana he llevado mi viejo Skoda al taller para que repusieran un mecanismo roto, el elevalunas eléctrico delantero izquierdo y al recoger el coche me han dicho, --Son ciento veintiocho pavos. O sea, algo mas de veintiuna mil pelas, --los viejos todavía contamos así. Al regreso, mientras compraba un melón tipo Galia en Mercadona, he aprovechado para poner la pieza vieja en el peso de la fruta. El peso, aun en la era electrónica, es un indicador fiable del coste de los repuestos. Estoy en condiciones de afirmar que el precio del coche, troceado, está alrededor de los treinta millones de las antiguas pelas. Como un piso viejo en los alrededores de Heliópolis, mas o menos.

Haga usted la cuenta. La próxima vez que sustituyan una pieza, o un conjunto de piezas de su coche, llévese la vieja, pésela, divida el peso total del coche (en el manual técnico encontrará ese dato, o lo pregunta) por el peso de la pieza, eso le dará un cociente N, multiplique N por las pelas que ha pagado y, voilá, ya está.

Como en el caso del tubo de gas a que me refería en la página Corsarios, se me podrá decir que almacenar los repuestos tiene un coste económico, una carga financiera, que está la mano de obra de taller, etcétera. Vale. Pero es de todo punto imposible que esos factores nos lleven a un multiplicador de diez, o superior a diez, sobre el precio total del coche.

Tengo la sospecha de que los fabricantes de coches, en un mercado salvajemente competitivo, ajustan al mínimo los precios en sus coches nuevos y, una vez lo hemos comprado, nos cobran con creces diez veces su precio por la vía de los repuestos. Es una estrategia empresarial. O sea, libertad de mercado, que dicen.

Libertad de mercado es una expresión afortunada. Suena maravillosa. Solo que tiene su origen en un mundo que apenas existe. Se fraguó al observar los antiguos mercados donde concurrían un gran número de vendedores y compradores. En lo que queda de ese mundo, tu vas a comprar sardinas en el mercado y hay un montón de paradas que las tienen de diferentes calidades y precios, esas me gustan, tienen las agallas rojas, esas no me gustan, no brillan sus ojos. Al final, buscas una relación calidad precio que te acomoda y ya está, has ejercido la libertad de mercado.

Fuera de ese mundo residual, lo que prima es el desequilibrio. Es un hecho que en la sociedad capitalista actual --yo no conozco otra-- a las formas de robo desaforado por el desequilibrio entre el poder de la oferta, muy concentrada, y la debilidad de la demanda, muy atomizada, se les llama libertad de mercado.

Los neoliberales furibundos dirán que cualquiera tiene libertad para hacerse empresario, si no le parece bien su papel de consumidor pasivo. Para eso hace falta vocación. Reconozco la existencia de muchísimos empresarios con un sentido de lo justo y lo razonable en la determinación de los precios que retribuyen su esforzada actividad, pero cuando se trata de grandes compañías con un accionariado disperso y numeroso, y un poder de decisión en manos de la tecnoestructura (Galbraith), el libre mercado es la tapadera de una avidez depredadora salvaje, destructiva, y de una voracidad en la obtención de beneficios que aflora a la superficie en cuanto te molestas en hacer un mínimo análisis de sus actividades.

Está montado así. Yo, que quieren que les diga, no conozco la solución. Es posible que esta manga ancha, esta falta de regulación, haya generado desde los tiempos de Reagan y Tatcher un aumento en la producción y el consumo de las economías nacionales, pero lo que es seguro es que la sustancia de la tarta que devoran los defensores del neoliberalismo ha progresado considerablemente, aunque mis amigos libertarios me cuentan que en este país hay ocho millones y medio de pobres, medio millón mas que en la época de Marcelino Camacho. ¿A quien le importa? A los socialdemócratas poco, al parecer, pues dicen que se quieren mover hacia el centro. Aún más?

Lohengrin. 28-08-07

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