miércoles, 1 de agosto de 2007

COMO MONTÁRSELO CON UN EURO NOVENTA

Aquella tarde, mientras el mildiu hacía estragos en las viñas manchegas y toda el agua esperada durante tres años de sequía nos caía encima de una vez, fuimos a enterrar al padre de Jan. En la puerta de la iglesia de Los Ángeles había varios carteles. Me fijé en dos de ellos. En uno se decía algo así como que conocer al Señor era cosa de todos. En el otro se puntualizaba que la iglesia era un lugar de oración y silencio y no de saludo y conversación.

El párroco, sin duda con un criterio mas selectivo que los evangelizadores del mensaje divino, prefirió dejar fuera a los revoltosos. Tenía un perfil que recordaba al dictador en sus últimos años y la púrpura que envolvía sus carnes fofas le daba un solemne aire cardenalicio. Se acercó al cadáver y con un blando movimiento de su mano derecha, dejó caer unas gotas de agua bendita, que se perdieron entre el fuerte aguacero que golpeaba la tapa del ataúd, dejando al pobre muerto sin la adecuada concentración de bendición en el agua, a la que todo buen cristiano tiene derecho.

Despedimos el duelo como es habitual en estos casos y a continuación nos dispersamos, no sin antes comentar lo que cada uno tenía que pagar en la ventanilla de Hacienda, por su declaración de renta, en los próximos días.

Cavilaba yo, con el cocido de Encarna trabajándome las frágiles paredes del estómago, cómo reunir los cuartos necesarios para ese desembolso obligado, cuando pensé en empezar a economizar con el menú del día siguiente.

Compré 300 gramos de beicon en lonchas muy finamente cortadas, un pedazo pequeño de queso Emmental y tres patatas de buen tamaño.

Al día siguiente, en una fuente refractaria dispuse una capa de lonchas de beicon, sobre ella una capa de patatas cortadas en rodajas finas, espolvoreé parte del queso rayado por encima, puse otra capa de beicon, otra de patatas, etc, terminando con otra de patatas, un poco de sal y pimentón y unos trozos de mantequilla.

Tapé la fuente con papel de aluminio y la puse al horno durante una hora. Entretanto, con las sobras del cocido del día anterior convenientemente trituradas, preparé una masa para hacer croquetas de ropa vieja. Saqué la fuente del horno, le quité el papel metalizado, comprobé que las patatas estaban hechas y jugosas, añadí el resto del queso rayado y lo volví a poner al horno, con poco fuego, quince minutos.

Mientras se terminaba de hacer, preparé con la masa las croquetas, las pasé por harina ,. huevo y pan rallado y las puse a freír en aceite muy caliente.

Improvisé una ensalada con los tallos de semilla de soja sobrados del día anterior, un resto de alcaparras que conservaba en un frasco y una vinagreta.

Cuando todo estuvo a punto, pensé, que cojones.. tomé el borrador de la declaración de renta, añadí doscientos euros en el apartado de deducciones y puse en la mesa una botella de Vega Sicilia del 64, a la salud del ministerio de hacienda.

(De la carpeta roja, texto revisado en 2007)

La receta se puede encontrar en el libro de Juana Barría, titulado La Cocina Pobre, bajo el epígrafe, Patatas con Beicon.

Lohengrin. 1-8-07

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