lunes, 13 de agosto de 2007

EL CASTING

Cuando me presenté al casting de la Fundación Shakespeare me pusieron en una silla de esparto, encendieron un foco y un tipo con un pelucón que parecía un felpudo, me dijo, --Improvise....sin texto...

--To be......or.....not to be....

largué yo, con una cara dura impresionante, pues no tenía ni repajolera idea de inglés..

--En castellano, por favor....., dijo el tipo del felpudo.

Entonces, en un rapto de genio, me desnudé y recordando las imágenes que había visto en un manual de fotografía, decidí componer el personaje como un mix del pensador de Rodin y una foto surrealista de un actor disfrazado de príncipe de Dinamarca, quien sostenía una calavera por cuyas cuencas vacías asomaban sendas rosas amarillas.

En un lateral del escenario del casting había un espejo vertical. A punto estuve de echarlo todo a perder, al ver a aquel tipo en el espejo, con sus michelines y flotadores al aire, intentando fingir que sostenía una calavera en la mano, con aire serio y reflexivo, pero transmitiendo la sensación de que lo que sostenía era un melón de Cantalupo, del que intentaba averiguar el grado de madurez.

Una carcajada interrupta me sacudió el diafragma y solo pude contenerla a duras penas respirando profundamente. Por suerte, el jefe de todo aquello interpretó que el espasmo diafragmático era un alarde de expresión corporal y los ejercicios de respiración una preparación previa, antes de entrar en materia.

Todo empezó con un papel que había enviado a la Fundación para concurrir al casting. Dije, con una exageración calculada, “actor de cine y televisión, cursos de arte dramático en distintas universidades”. No era falso del todo.

En la entrevista previa, confirmé que había tenido tres intervenciones, sin texto, en el rodaje de Tranvía a la Malvarrosa. En una de ellas, forrado con un traje gris perla de mil doscientos pavos, --El Corte Inglés-- aparecía sentado frente a un velador, flanqueado por dos chorbas y ocultaba el rostro detrás de un periódico, porque el ayudante de dirección se cabreaba mucho cuando los figurantes intentábamos sobreactuar.

El regidor me felicitó por otra actuación, corriendo delante de un pelotón de soldados con la bayoneta calada porque, al parecer, mi ritmo de carrera, al que logré que se ajustaran todos, era el mas adecuado para el efecto que se buscaba. Se rodaba una secuencia en la que Ríos Capapé, gobernador militar de Heliópolis en esa época, llegaba al balneario de Las Arenas en coche descapotable, acompañado de dos putitas, y hacía desalojar a los invitados de una boda.

La tercera intervención ya la he contado en otra parte. La salida de un cine del barrio chino, mientras Ariadna Gil riega los geranios desde un balcón.

En cuanto a mi experiencia como actor de televisión, me llamaron de una productora catalana para intervenir en un culebrón que rodaban en Canal Nou, en la época de Amadeu Fabregat. En la entrevista para el casting de la Fundación, precisé que se trataba de una serie dramática, Herençia de Sang, y no insistí en el hecho de que mi participación consistió en tomarme una horchata en un bar de pega del plató.

Pero lo que mas les impresionó a los de la Fundación fue mi certificado de la London School, que un amigo amañó, con un poco de adhesivo y mucha imaginación, encima de un impreso de matrícula de la universidad popular.

Todo eso pasó por mi mente en unos segundos. Después me lancé a interpretar mi improvisación,

--Ser...........o..........no ser..........he aquí la cuestión..

--¿No es mas noble resistir el embate de las tempestades de la vida, que ceder al espanto de su incertidumbre...y caer en un piélago de calamidades?

En ese momento me levanté, hice un par de giros en el escenario, procurando exhibir los colgantes, y después de unos aspavientos absurdos, me senté de nuevo.

El esparto de la silla me desolló la piel de los huevos. Fue de gran ayuda para acentuar el tono dramático del siguiente parlamento.

--Carácter o destino....esa es la elección..

--En el orden del carácter, las cosas huelgan sueltas, sin que nadie las tenga sometidas a control...

--En el orden del destino, rige el principio burocrático de orden. Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio...

--En el orden del carácter, hay espacios para la libertad..

--En el orden del destino, la felicidad no tiene sitio..

Hice un aparte, destinado al del felpudo y dije la palabra mágica, Hegel.

La mezcla de texto shakesperiano alterado, morcillas, citas de Ferlosio, Hegel y algo de cosecha propia, entusiasmó al del felpudo, impresionado por los colgantes, que se levantó aplaudiendo en un gesto de aprobación.

Ya está, me dije, cojonudo, aquí empieza mi prometedora carrera de actor. Fue un éxito fulgurante ser admitido entre el grupo de jóvenes actores seleccionados por la Fundación Shakespeare, sobre todo si consideramos que por aquel entonces yo tenía cincuenta y cinco años.

Demasiado fulgurante. Enseguida le quitaron la subvención al del felpudo. Al parecer, lo mas surrealista, desternillante y divertido de su teatro, eran las facturas que presentaba para justificar el uso de los recursos públicos que se le confiaban. Todo quedó en nada, pero fue divertido.

Años después, cuando comentaba ese anecdotario con el tramoyista de teatro jubilado con quien tomo café en el Maravillas, me dijo. --Conejero ya sabía, cuando te seleccionó, que le quitaban la subvención, pero hizo como si no se enterara, porque le encanta hacer teatro.

Ahora, he leído en los periódicos que la Fundación Shakespeare ataca de nuevo. Ese tipo, el del felpudo, es incombustible.

La vida no es solo teatro, pero le echamos una cantidad enorme de teatro a la vida. Es una cuestión de supervivencia. Piense en la cantidad de cosas y situaciones cotidianas a las que dedica su capacidad de fingimiento y ocultación, sin apenas darse cuenta. Asombroso, ¿no?.

Lohengrin. 13-08-07.

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