“(...) En la bóveda de la escalera de la casa de los March que conduce a los salones, el propio Juan March se hizo representar en una figura de apariencia clásica, con un libro de cuentas en las manos, junto a la representación escultórica de las tres virtudes teologales. Se puede imaginar que todo ese aparato de representación escultórica, algo intimidatorio, tal vez tuvo la función de recordar, a quienes por allí pasaban, que quien anotaba en ese libro las virtudes, o su falta, de las almas sencillas que se acercaban, era el mismo que tenía el poder de conceder, o no, un crédito, a los payeses o comerciantes que lo necesitaban.
En uno de los salones, se puede contemplar una parte de la extensa obra onírica de Salvador Dalí, incluído El Sueño del Alquimista, que es una buena muestra de la cabeza tan complicada que tenía el de Cadaqués, como si hubiera perdido la capacidad de expresar la sencillez como lo hizo al pintar el bollo de pan que está expuesto en el museo de Figueres.
Hay otros jardineros en Mallorca que, en lugar de dedicarse al cultivo del olivo ornamental, o del arte, han abandonado la horticultura para dedicarse al pastoreo. Ahora gobiernan los rebaños de turistas –buena parte de ellos alemanes-- que el aeropuerto de Son San Juan suministra desde sus vomitorios. Algunos vienen cargados con sus bicicletas para entrenarse por los empinados y tortuosos caminos serranos de la isla.
Lo del turismo no tiene remedio. Si somos veinte mil no pasa nada. A partir de los dos millones, nos convertimos en hordas depredadoras que lo arrasan todo.
Ahora, con la crisis, (este texto fue escrito originalmente antes de que fuera visible esa crisis) puede que Angela Merkel recomiende a sus nacionales que se queden en la Selva Negra, y debamos ocupar las habitaciones que se queden vacías. Si es el caso, conviene que no se pierdan los barrios históricos que conserva Mallorca, a los que hay que dedicar tres visitas sucesivas, para poder hacerse una idea cabal de los palacios que contienen.
En ningún lugar de España, ni siquiera en Cáceres, he visto tantas casas palaciegas, aunque allí, en Cáceres, alcanzan una magnificencia singular, fruto del expolio americano.
Son tres núcleos algo distantes entre si, a ambos lados de las ramblas, desde las cercanías de la Plaza Mayor hasta el barrio portuario.Un gran número de calles estrechas, flanqueadas por casas señoriales. Solo la calle del Temple, acoge una enorme concentración de palacios y, en su conjunto, estos barrios reúnen un número tan grande de casas señoriales, que superan holgadamente la arquitectura palaciega de otros lugares, como el barrio gótico de Barcelona, o el centro histórico de Heliópolis.
En una de las visitas, --ya oscurecía-- no vi muchos blasones. Algún palacio renacentista en el que los canteros se divirtieron dando suelta a su procacidad en algunas figuras que enmarcan las ventanas. En muchas fachadas están ausentes los símbolos de la aristocracia mallorquina. ¿Fueron casas de burgueses enriquecidos que no pertenecían a la nobleza? ¿Como pudieron enriquecerse
hasta el punto de dejar un testimonio arquitectónico tan extenso de su riqueza? Hice algunas preguntas. Las respuestas fueron variadas, a veces contradictorias, y no se si fiables.
Alguien me dijo que, así como los ricos de Heliópolis construyeron palacios en Madrid para estar cerca de la corte, aquí, en Mallorca, la gente rica gusta de afianzar sus raíces. Otros me hicieron ver que casi todo lo que he visto es reconstruído. Incluso hay una inmobiliaria que se llama Casas Históricas.
Esas respuestas no explican como pudieron enriquecerse quienes mandaron construir, originalmente, tan extenso patrimonio histórico. ¿Fueron todos corsarios? ¿El contrabando?
En ausencia de respuestas fiables, solo puedo constatar que he necesitado tres visitas sucesivas para conocer un poco lo que parece la mayor concentración de edificios históricos de todo el país.
Hay, además, otros jardines. El tren de Sóller, después de superar una maraña de túneles que horadan la sierra de Tramontana, se interna en un valle que es un contínuo de huertos frutales. Naranjos y limoneros rodeados de una fronda verde, una variedad armónica de verdes desde cuyos límites se ve azulear el mar al fondo.
Es una delicia, algo incómoda para el viajero, tomar el ferrocarril decimonónico, con vagones de madera y deslizarse por el tajo hecho por los ingenieros del ferrocarril en esta naturaleza que permaneció tantos siglos escondida, solo accesible por mar, hasta que algunos iluminados se atrevieron a proponer a sus vecinos la apertura y el cambio, en lugar del aislamiento secular, y acuchillaron las tripas de la sierra para poner a Sóller a una hora de la capital insular.
El viento serrano que se cuela por la ventanilla abierta del vagón, parece traer los ecos de los debates entre los partidarios del aislamiento y los defensores del cambio, previos a la decisión que finalmente tomaron. Aunque, al tratarse de un asunto de dinero, podemos reconocer como terminó el debate. Ganó el dinero. Perdieron los conservacionistas.
Estos fueron los jardines mallorquines que visitó Pau, y que ahora evocaba junto al ciprés de la casa de su amigo el pintor. De los turistas alemanes, no conservaba ningún recuerdo.”
(Fragmento de “Después de Praga”, libro inacabado sobre fantasmas y un congreso en Nottingham. Texto revisado en 2.009)
LOHENGRIN. (CIBERLOHENGRIN.COM) 11-02-09.
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