sábado, 28 de febrero de 2009

MARISMAS DEL SUR 20-27

“El día del regreso nos echaron del cuarto del hotel a las diez de la mañana y entre una y otra cosa entramos en casa en la primera hora del día siguiente. Traíamos con nosotros, además de un cansancio indecible, una rama de la retama que ocupa decenas de kilómetros de playa en las marismas del sur, y la conciencia de haber conocido una naturaleza aún salvaje, desde Isla Canela hasta el Cabo de San Vicente, que permanecerá en su lugar después de que hayamos muerto, bajo un sol atlántico, con sus maravillosas playas, acantilados agrestes, su vida arbórea y el viento de levante acariciando las flores blancas de los arbustos que pueblan las extensas costas, desde Ayamonte hasta el extremo mas meridional de Europa.”

Vuelo nocturno. Algún operador descubrió que cambiar el vuelo que teníamos asignado a las 14,30 del viernes 20 por otro mas tardío le daba mas beneficios a su compañía, y gracias a el pudimos disfrutar de un vuelo nocturno Valencia Sevilla que está entre los mas plácidos que he disfrutado nunca. El comandante despegó y aterrizó como si la aeronave se deslizara sobre seda y ninguna turbulencia estuvo presente durante el vuelo. Del paisaje nada puedo decir, pues ya era bien entrada la noche cuando, dejando atrás Huelva, el bus nos dejó en un hotel espectacular y algo destartalado.

El Hotel. El arquitecto que construyó este hotel, compuesto de tres módulos con una gran zona central debió centrar su atención en ahorrar a los huéspedes el calor inclemente del verano y puso las bóvedas del salón principal a tal altura, para crear un ambiento fresco, que en invierno es imposible detenerse en ese lugar porque te quedas tieso. La reverberación de las voces que produce esa arquitectura es tal que una conversación normal entre cuatro personas se convierte aquí en una escandalera de mercado. Su situación es privilegiada, entre una inmensa playa habitada por la vegetación arbustiva y las marismas cruzadas por caminos de tierra por los que se puede pasear sin caer en la monotonía.

La cena que nos dieron al llegar fue un anticipo de que nuestro mayor mérito en este viaje iba a ser sobrevivir a siete días de bufet infame. En cambio, las camas eran estupendas. De lo mejor, y el cuarto que nos dieron con un amplio vestidor, un baño sobrado y una terraza que daba al Atlántico, en la cuarta planta, --ningún edificio en esta fachada marítima rebasa esa altura-- estaba muy por encima de la media de lo que sueles encontrar en estos viajes fuera de temporada.

Sábado 21. Lo mejor que nos ocurrió este día fue encontrar un taxista joven y simpático que nos llevó a Ayamonte y por el camino nos descubrió unos cuantos secretos, de los que el mas preciado fue saber a que restaurante nos debíamos dirigir en el cercano enclave de Punta del Moral, una marina próxima al hotel, donde hay varios establecimientos, incluso con nombres parecidos, de entre los cuales, Simón, a secas, fue el que nos recomendó. Gambas, cigalas, navajas, calamares, almejas, coquinas, puntillas, pescaíto frito, boquerón, palaya, todo resultó exquisito, con el delicado sabor que solo puede ofrecer el marisco y el pescado de la costa de Huelva.

Ayamonte es un lugar fronterizo, frecuentado por portugueses, del mismo modo que en Vila Real de Santo Antonio, en el lado portugués de la frontera, es frecuente la presencia andaluza. No es difícil imaginar que en otros tiempos, cuando las fronteras no eran tan permeables como ahora, una parte de la población viviría de intercambios discretos en caminos sinuosos de uno y otro lado.
Ahora, es el comercio derivado de un turismo masivo, los mercadillos, los tenderetes, las terrazas de los bares y cafeterías, bajo un sol que ha dominado toda nuestra estancia aquí, lo que define sobre todo el paisaje, junto con los hermosos puertos y paseos de las marinas que descubrimos después, además de otras cosas, cuando conseguimos uno de los coches de alquiler, muy solicitados. En Ayamonte se puede comprar el mejor jamón del mundo, el de Jabugo, en casa Kiko, según nos reveló el taxista, venden el mejor, al mejor precio, así y todo, resultó prohibitivo para nosotros.

Es una gozada pasear por la marina de Ayamonte, divisar la flota pesquera que faena allí cerca, ver partir el ferry que cruza a Portugal seguido de numerosas bandadas de gaviotas. Tienes una fuerte sensación de retorno, de haber visto antes esas imágenes, tan cinematográficas, comunes a cualquier costa, sea la de Bretaña, la de Marsella, la de Huelva o la de Cádiz. En todos esos lugares, los barcos, los hombres y los pájaros del mar componen una unidad visual de un efecto tan semejante que te hace pensar que estás ante una forma de vida que excede de lo puramente local.

A un lado de la marina está el mercadillo, --solo los sábados-- concluida la visita, vuelves sobre tus pasos y recorriendo el paseo marítimo llegas a la plaza de la Coronación, una típica plaza andaluza con un urbanismo que luego reconoceremos en otros lugares. A la izquierda está la ría y a la derecha encuentras el centro viejo, con calles peatonales y una bonita iglesia.

Terminado el pateo por Ayamonte, regresamos al hotel en Isla Canela, porque hoy nos visita, para comer con nosotros, Teresa, profesora de inglés en un instituto de secundaria en Sevilla, que viene a pasar un rato con nosotros, y nos recomendará los lugares que no podemos perdernos.

Por la tarde, terminamos la jornada tomando un café con Teresa en la marina de Isla Canela, junto a Punta del Moral. Antes de despedirnos, queda fijado el programa de visitas de los próximos días.
El Domingo, carnaval en Ayamonte. Lunes, costa portuguesa, desde Ayamonte a Cabo San Vicente.
Martes. Lepe. Mercado de pescado. Cartaya. El Rompío. Punta Umbría. Comida en Punta del Moral..Simón. Miércoles. Coto Doñana. Centro del Acebuche. Matalascañas. El Rocío. Almonte.
Jueves. Jornada mas descansada. Isla Canela. Isla Cristina. Viernes. Día de regreso.

Domingo 22. El Carnaval de Ayamonte. Todo el día es fiesta en Ayamonte. Las carrozas y las comparsas llenan la ciudad y no paran de desfilar, cantar y bailar. Los bares del centro viejo y de la Plaza de la Coronación están atestados. Un fino por aquí, una manzanilla por allá, cuando te quieres dar cuenta, has pillado un buen pedo. El mejor disfraz. Un señor disfrazado de Duquesa de Alba recorre el paseo en silla de ruedas con una peluca como la de Alba. Lleva la cabeza ladeada sujeta con una mano que de vez en cuando deja caer con un efecto muy fiel al personaje.
Aún no disponemos de coche, así que dependemos del transporte público que aquí es muy irregular, discrecional, además de impuntual, pero conseguimos volver a Isla Canela ya anochecido.

Lunes 23. Conseguimos alquiler un coche, un Opel Corsa, que nos va a llevar, por fin, a la costa portuguesa. En Ayamonte, la autovía A 49 permite un desplazamiento rápido, saliendo de vez en cuando para visitar los lugares que interesan, lo que facilita la excursión, aunque al final, llegar al Cabo de San Vicente y volver, mas los desplazamientos a cada lugar, son cuatrocientos kilómetros.

El Algarve. Salimos desde Ayamonte por la A 49, cruzado el puente, decidimos seguir hasta Lagos, salimos de la autovía para visitar esa villa marinera, paseamos la marina, retomamos la autovía y paramos en Sagres. Unos acantilados impresionantes, cerca del cabo de San Vicente, playas espectaculares tomadas por surfistas, en su mayoría anglos y portugueses .Un sol brillante, magnífico, nos acompaña, como el resto de los días que vamos a permanecer por aquí. Ahora, cuando escribo estas notas, ya de vuelta, llueve y hace frío. Desde la ventana de mi gabinete veo el patio encharcado del viejo cuartel abandonado y a los estorninos refugiados entre las ramas de los arboles. Seguimos hasta el cabo de San Vicente. Desde lo alto del acantilado, la vista atlántica es majestuosa. Hay cómodas escaleras por las que se puede descender hasta las playas. El faro está en el interior de un recinto que es zona militar y no se puede visitar. Nos comemos el miserable picnic que nos han puesto en el hotel, recorremos el lugar y descansamos en un viejo café cercano muy bien de precio y de calidad.

Hemos dejado Portimáo y Faro para la tarde. Las playas de Portimáo me han parecido las mas hermosas de esta región y hubiera sido una insensatez no dedicarles la atención que merecen, pero como el tiempo no perdona, esa dedicación regalada a esta visita ha determinado que al llegar a Faro ya había anochecido, y no hemos podido apreciar esa ciudad como merece. Tal vez, si hay otra ocasión, sea mejor planear el viaje de otra manera, porque los viños verdes y los fados tienen aquí el interés suficiente para dedicarles el tiempo que reclaman.

Cuando emprendimos el regreso a Ayamonte por la autovía, ya anochecido, no hubiéramos encontrado el camino de salida, de no ser por la amabilidad de una pareja de portugueses que nos guió con su coche. Al pasar junto a Vila Real de Santo Antonio, ya cerca de Ayamonte, reconocimos la mole iluminada de la fortaleza de Castro Marin, antiguo baluarte fronterizo que ha vigilado durante siglos, con desconfianza, al poderoso vecino.

Martes 24. El mercado de pescado de Lepe. Bromas aparte, Lepe es un lugar con las calles llenas de gente, un bullicio urbano y unos signos externos de tener una economía muy potente, basada en una agricultura moderna, no solo el tópico cultivo de fresas, sino grandes extensiones de naranjos, y todo en esa ciudad, su comercio, sus gentes, su actividad, denota visibles signos de prosperidad. Su mercado de pescado es de lo mejor que he visto. Gambas de Huelva a cuatro euros el kilo, rayas fresquísimas, sanguinolentas, enormes lenguados, rapes extraordinarios, los mejores salmonetes de roca, chopitos, moluscos muy variados, un regalo para la vista y a unos precios sensiblemente inferiores a los que se practican en los mercados de aquí, no digamos en la Boquería de Barcelona, que no tiene mejores materias primas que las que aquí se exponen.

Después de visitar Lepe, nos acercamos a Cartaya y bajamos después a la playa del Rompío, cuya visita es altamente recomendable, antes de seguir hasta Punta Umbría, el punto mas lejano que nos habíamos marcado antes del regreso, porque la excursión de hoy, a diferencia de la de Portugal de ayer, es mas relajada. Después de cuatro horas de recorrido, regresamos a Isla Canela, pero antes nos detuvimos para comer en Simón, en Punta del Moral, donde nos tomamos una botella de Barbadillo para acompañar las delicias de marisco y pescado que solo se pueden encontrar, precisamente, aquí. Una mariscada para dos. Un plato de puntillas. Una fritura de pescado. Para cuatro personas. Menos de veinte euros por cabeza Rechace imitaciones.

Miércoles 25. Doñana. Estar en Huelva y no visitar Doñana es un pecao, como dicen por aquí. Nosotros fuimos directamente de Ayamonte a Matalascañas, desde allí, nos adentramos en el parque nacional. Hay tres niveles distintos de protección en ese enclave, la zona protegida, el parque natural y el parque nacional. En conjunto, (no lo he verificado) casi cien mil hectáreas de parajes naturales. Imposible de abarcar en su integridad. Nosotros nos centramos en tres lugares. El Acebuche, La Rocina y Palacio del Acebrón. Hasta llegar al centro de visitantes de El Acebuche (que es el nombre de un árbol, no de un ave) tuvimos que cruzar por la carretera que discurre entre las zonas valladas para la protección del lince, entre paisajes arbolados y dunas de una belleza agreste y salvaje, a la vez que presentaban el aspecto de recibir una atención cuidadosa por parte de los responsables del parque. Pinos primorosamente podados. Bosques limpios de leñas y residuos y, en general, lugares que destacan por una cuidadosa conservación. Desde los miradores de El Acebuche observamos a las aves de las lagunas. Después hicimos lo propio en La Rocina que, al ser un centro menos visitado, ofrecía una posibilidad mas cercana de observación desde los miradores.
El Palacio del Acebrón, como su nombre indica, es un auténtico palacio, con grandes escalinatas y dos leones esculpidos en piedra, y en su interior, las bóvedas de sus salones están decoradas al fresco y hay algunos retratos fotográficos de sus antiguos dueños, la familia Espinosa, que sin duda ejercieron aquí como nadie la cultura del señorito andaluz, hoy casi desaparecida.
Después de malcomer en la zona recreativa del Azebuche el lamentable picnic del hotel, nos tomamos un café en el bar de las instalaciones y nos fuimos a El Rocío.

El Rocío es un lugar que da la sensación de ser un campamento improvisado alrededor de la iglesia donde está la imagen tan venerada de la Blanca Paloma. Pensado para el tránsito a caballo, no tiene una sola calle asfaltada. Habrá que ver ese lugar cuando llueva. Un auténtico lodazal. Es evidente que su función es dar habitación a los jinetes y proveer a los caballos de los romeros cuando se celebra la romería de la Virgen del Rocío. Unos pocos chiringuitos de guarnicionería y de imaginería religiosa, y poco mas. Eso sí, esta la iglesia del Rocío, que da sentido al lugar. La visitamos. Según mi amigo, el altar mayor es un ejemplo típico del barroco brutal, como el lo llama.
En mi opinión no tiene sentido venir aquí, si no es de romería.

Muy cerca de aquí está Almonte, un pueblo muy simpático. Los Almonteños tienen la costumbre de tender trampas a los forasteros, en forma de largas y estrechas calles de dirección única que, cuando llegas al final, te ofrecen la prohibición de seguir circulando, cuando ya no tienes escape.
Se puede visitar, pero mejor, cada siete años, cuando dicen que suben aquí la imagen de la Virgen del Rocío. Este año no toca.

Concluida la visita a Doñana y alrededores, volvimos a Isla Canela. En el comedor del hotel, el bufet ofrecía la desolación habitual, pero después de malcenar, nos marcamos unos pasodobles y unos merengues en el salón del hotel.

Jueves 26. Con visibles signos de agotamiento después de tres días de excursiones intensivas, hoy nos toca Ayamonte, Vila Real de Santo Antonio, el pueblo fronterizo portugués –aprovechando que el amigo que nos acompaña ha conseguido medio día mas de coche extra, gratis-- Isla Canela e Isla Cristina. En Ayamonte compramos unas zapatillas cómodas, cruzamos en coche al otro lado, visitamos el castillo de Castro Marin, el pueblo de Vila Real, volvimos a comer al hotel, entregamos el coche y por la tarde tomamos un café en la Marina, junto a Punta del Moral. Después de malcenar, montamos una timba en la habitación y estuvimos jugando al Continental hasta que el cansancio acumulado nos venció.

Viernes 27. El Regreso. Buena parte de la mañana la dedicamos a dejar constancia escrita de nuestros puntos de vista sobre la calidad de la comida que nos había ofrecido la dirección del hotel durante nuestros siete días de estancia. Términos como, hemos sobrevivido a su bufet, picnic incalificable, comida desastrosa y otros mas o menos parecidos nos ocuparon durante un tiempo hasta dar con los mas adecuados para expresar nuestra mas enérgica protesta al Hotel Iberostar por el modo en que da de comer a los residentes. Fue nuestra única reclamación. Lo demás, la ubicación, nos pareció superguay, las habitaciones, lo mismo, la gente del hotel, estupenda, pero el director y el cocinero del hotel, estimularon nuestro impulso homicida, hubiéramos querido meterlos en una picadora de carne y servirlos como roti de pavo.

El final ya lo he contado. El avión de Vueling salió con hora y media de retraso, al parecer por un problema informático sufrido en su escala anterior, en Tenerife. Lo cierto es que nos echaron a las diez del cuarto del hotel, tomamos el bus a las cuatro y media y entre desplazamientos por carretera, esperas y retrasos, el trayecto Huelva- Valencia, fue mas prolongado que venir desde Sidney (Australia).
En fin, viajar, es lo que tiene. En otra parte he dicho que el oficio de viajero es el mas pesado y el peor pagado del mundo. Jornadas de catorce horas. Encima, si no trabajas para una publicación de viajes, no cobras las horas extras.


LOHENGRIN. (CIBERLOHENGRIN.COM) 28-02-08.

1 comentario:

  1. resulta buenísimo, he de admitir, cuenta más que son la risa

    Alcanzas buscar mas exploracion aprovechable en mi website
    - juana alvarez

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