martes, 26 de agosto de 2014

CALOR

Apenas son las diez y media y el termómetro, en Heliópolis, marca 32 grados. Los pronósticos anuncian para hoy treinta y nueve. Encarna, que descrée de los discursos oficiales, dice que será mas. Lo cierto es que esta mañana nos hemos planteado ir a la playa, pero Encarna, con el argumento de que debíamos ir a Mercadona y preparar la comida, ha preferido que nos quedemos. Pondremos el aire, ha dicho.

He bajado a la calle, con la intención de aprovechar la última sombra del banco que está junto al arbolado, pero estaba ocupado por un comercial que había convertido el banco en una oficina y no cesaba de rellenar formularios. Me he quedado de pié, junto al banco, en espera de que el comercial lo desaloje.

Mientras espero, pasa el merchero que, cada vez que me ve, me ofrece ropa. Mi ropa la compra mi mujer, le he dicho, El ha contestado, airado, la ropa te la tienes que comprar tu, mira que pinta llevas. He tenido que aclarar que hace veinte años que no me compro ropa nueva, y mi mujer me abronca por mi dejadez. He añadido una exageración, falsa, los payos estamos esclavizados por nuestras mujeres. El merchero, que llevaba una ropa mas juvenil y actual que la mía, se ha ido, no sin antes dedicarme un gesto de desprecio. ...
...

Ambos tienen razón, el merchero y mi mujer, soy un dejado para lo de la ropa, por eso ahora llevo puesta una camiseta con el cuello demasiado cerrado para el día que hace hoy. Los días de calor extremo, como hoy, tienen otra peculiaridad. 

Las mujeres que transitan junto al banco, situado junto a un paso peatonal, donde, por fin, he conseguido sentarme, que gastan menos que yo por metro cuadrado en textiles, van ligerísimas de ropa, y muestran sus evidentes encantos cada una desde su edad, lo mismo las veinteañeras, que las de la treintena a la cincuentena, incluso en casos cada vez mas frecuentes, las sesenteras.

La tremenda sensación de calor que provocan las altas temperaturas y la ausencia de viento potencian la intensidad que produce en el ánimo la presencia de tantas mujeres vestidas/desvestidas con la brevedad textil que exige el verano. 

Pronto desaparecerá ese carnaval de muslos, esos escotes generosos, esas pieles doradas por el sol canicular, ese banquete visual para los que estamos atentos a la belleza femenina, y el otoño triunfante cubrirá con sus paños y algodones cada vez mas centímetros de piel femenina hasta negarnos, casi por completo, la apoteósis que no regresará hasta el siguiente verano. 

Cuando el sol ha alcanzado el banco en el que estaba sentado, ocupado con estas reflexiones, he cruzado la calzada, buscando un lugar mas umbrío. Es desde allí que he podido observar que el termómetro ya marca 32 grados, y he decidido ir al estanco, a por el paquete de tabaco de la tarde, para no tener que bajar a la calle, probablemente con cuarenta grados de temperatura.

No es cierto que las cosas no cambien, que todo sea siempre igual, puede que eso se pueda aplicar a la política, pero el aspecto de las mujeres cambia con el verano, ya lo creo que cambia. Cuando llega el estío, las mujeres muestran con mayor generosidad sus encantos, para fortuna de quienes saben apreciarlos. 

Luego llega el otoño y nos priva de esa orgía visual. En fin, todo cambia, nada permanece, lo dijo Heráclito, "No te puedes bañar dos veces en el mismo río", cuando lo intentas, el río ya es otro, añado yo. Al otoño le seguirá el invierno, al que sucederá la primavera y, por fin, otro verano.

Otra cosa es quien estará presente para verlo.

En fin. Calor.  

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 26 08 14.

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