lunes, 11 de agosto de 2014

CRÓNICA DE SANTANDER

Santander me ha parecido un semicírculo abierto con sus playas atestadas, regido por un matriarcado de mujeres renegridas, robustas y autoritarias, que han conseguido que no haya un puto papel en sus calles, pero no han podido evitar que los estacionamientos próximos a la costa estén desbordados. Ni se les ocurra alquilar un coche para tener libertad de movimientos, cuando intenten estacionarlo para acceder a la playa comprobarán que es imposible, y ustedes se habrán convertido en esclavos del supuesto vehículo liberador, sin posibilidad de abandonarlo para caminar un poco.

El oficio de turista, la verdad, es de lo mas chungo. Jornadas de doce o catorce horas y encima tienes que pagar tú. En fin, dejemos la broma y pasemos a la crónica de la visita a Cantabria, siete dias beautiful, lejos de las temperaturas extremas del este penínsular.
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Tomamos el Ave por la mañana en dirección a Madrid. Ya en Atocha, mientras esperábamos la hora de embarcar en el Alvia con destino a Santander, después de tomar el enlace Chamartín-Atocha, será por trenes, nos comimos los bocatas que llevábamos en el bolso, en un patio de la estación.

Hay que decir que Lola y Antoni han sido, como siempre, unos compañeros de viaje estupendos. Lola se ha encargado de la planificación de los horarios y los enlaces y no hemos tenido ningún problema, bueno si, uno, si se puede llamar problema a mi fijación por mirarle los muslos a Lola a la menor oportunidad, en fin.

Llegamos a Santander ya atardecido, tomamos el bus 1 y nos encontramos con la agente inmobiliaria con quien habíamos contratado por Internet el alojamiento, que resultó ser medio dúplex en un barrio residencial, en una urbanización con piscina, un inmueble de construcción reciente, con una magnífica terraza protegida por una sombrilla, desde la que hemos visto evolucionar la luna estos días, mientras Encarna veía una estrella fugaz. Ella es la única que tiene esa habilidad singular para ver las fugaces.

Una vez instalados, volvimos al centro y en una calle cercana al puerto, no se si Cádiz, o próxima a ella, cenamos de ración en un sitio que nos pusieron unas rabas perfectas de textura y con auténtico sabor a mar, además de otras cosas que no recuerdo y unas cervezas Alhambra de las nuevas, que están de muerte.

Antes habíamos ido a Mercadona a comprar para los desayunos, poca cosa mas pudimos hacer, dado lo avanzado de la hora, yo, si acaso, seguir mirando los muslos de Lola.

El primer día completo de nuestra estancia en Santander tomamos el bus turístico para hacernos una idea de las posibilidades del lugar en que nos encontrábamos, que resultaron ser muchas. Lo que nadie esperaba es que, recién abordado el bus, subieran cuatro periodistas, dos de radio, dos de TVE1, y se pusieran a hacer sendas entrevistas a Encarna y Lola.

Me parecieron las entrevistas mas sosas que he visto en mi vida, no por culpa de las chicas, sino de los supuestos periodistas. Parecían tan poco profesionales, que llegué a pensar si serían yihadistas disfrazados, que querían hacernos saltar por los aires en represalia por lo de Gaza.

No pasó nada, salvo que visitamos Puerto Chico y el Sardinero, llegamos hasta el Golf, fuimos a la Magdalena, en fin todo el lado Oeste de las playas de Santander, aunque la Bahía la dejamos para otro día, y nunca la visitamos, salvo desde las ventanillas de los autobuses que tomamos en los días siguientes.

Ese día comimos en Puerto Chico, en la Compañía, unas patatas con calamar que sabían a all i pebre y cuando abandonamos el bus pasamos un rato en un parque cuya atracción mas singular era un tío vivo de dos pisos, que parecía tener por lo menos cien años, y aún funcionaba, no como yo, que tengo setenta y me cuesta funcionar.

A la mañana siguiente, tomamos el autobús para pasar el día en Oviedo. Casi doscientos kilómetros, pero fue una propuesta mía, porque yo había querido que estas cortas vacaciones transcurrieran en Oviedo, porque Santander ya lo conocía y Oviedo no, pero me convencieron.

Así como Santander es una ciudad abierta en semicírculo al mar, Oviedo es una ciudad cerrada sobre si misma y el círculo de su barrio mas histórico responde a la calificación de vetusto, una palabra que aquí encuentras por todas partes, así como alusiones a la Regenta, en suma, Oviedo es una ciudad fundamentalmente literaria y cerrada en su vetustez, mientras que Santander, tal vez por el incendio que la devastó en el siglo XIX parece toda ella de nueva planta.

Estos días hemos visto por todos lados peregrinos que van camino de Santiago y en todas partes el símbolo de ese peregrinaje, la concha pegada a la pared indicando direcciones o la proximidad de albergues, y los andarines en los márgenes de las carreteras luchando, a veces, con temperaturas demasiado altas para los lugares donde estamos, imagino que las temperaturas de los lugares que hemos dejado para venir aquí, serán todavía peores.

No se en que momento del día entramos en el mercado de pescado de Santander. Para un forofo del pescado como yo, fue un espectáculo deslumbrante. Nunca hubiera imaginado que a los humildes bacaladitos les llamaran aquí lirios. De hecho cuando vi en una carta los lirios rebozados, yo creía que eran esas flores amarillas o moradas de hojas duras, que lo mismo sirven para impedir el paso a los cangrejos en l'Albufera, que para soñar con ellas, pues su dureza evoca las nalgas de una virgen madura, si es que tal cosa existe.

Después de la visita a Oviedo alquilamos un coche, un Chrysler Voyager, para conocer mejor Comillas, Santillana, Suances. El Capricho de Gaudí, la casa encargada por un señor que se murió prácticamente sin llegar a habitarla, nos llevó casi toda la mañana.

Me pareció curioso como sus muros exteriores, de vulgar ladrillo caravista, habían sido transformados por Gaudí con el sencillo procedimiento de colocar piezas de cerámica con el dibujo de un girasol encima de parte del caravista, logrando así un aspecto lleno de color y originalidad. El elemento decorativo del girasol, presente en todas partes, responde a un simbolismo, pues las estancias de toda la casa están orientadas de manera que, a lo largo del día, el sol esté presente en alguna de ellas. No se porqué, yo recordaba, de una visita anterior, que el tejado era de teja vidriada. Pues no. Ese tejado está en una casa vecina, no en esta.

En Santillana, después de la visita de rigor, tuvimos la suerte de recalar en un restaurante de aspecto señorial, con una amplia y sombreada terraza -pillamos la última mesa que quedaba a la sombra- donde conocimos las delicias del cocido montañés que, servido a una temperatura moderada, se puede tomar perfectamente aún en el mes de agosto, sí. Alargamos la sobremesa en aquel delicioso lugar, antes de intentar visitar las playas de Suances.

Digo intentar, porque no pudimos estacionar cerca de ninguna de sus maravillosas playas, lo mas cercano que encontramos para deshacernos del Chrysler fue el faro de Suances, imposible acercarse, con vehículo, a ningún otro sitio. Tuvimos la brillante idea de hacer unos cuantos kilómetros para visitar las playas desde el lado este. Nada, ni por esas. Podemos decir que pasamos por Suances en visita panorámica, pero sin posibilidad de patear nada.

Los días siguientes, devolvimos el coche, y volvimos a los autobuses inter urbanos. Al día siguiente nos limitamos a tomar el bus hasta el sardinero, luego bajamos, a pié, que locura, hasta Puerto Chico, donde tomamos unos pinchos decentes para comer.

En Santander hay un antiguo mercado reconvertido para usos turísticos. En su fachada hay un cartel con ladrillo cerámico que anuncia la salida de los barcos a la Habana. Conviene recorrer el edificio, disfrutar del cartel, pero ni se les ocurra comer allí, seguramente la pasta que le han pedido al restaurador de allí por la exclusiva del lugar, le impide cumplir con una relación normal de calidad precio.

Laredo tal vez ha sido el lugar que mas nos ha gustado de Santander. El barrio que se corresponde con el recinto antes amurallado para defenderse de los piratas, tiene el mismo sabor histórico que cualquiera de los que hemos recorrido, pero sus playas, inmensas, imposibles de abarcar a pié, tienen una personalidad única, por las dunas que las habitan, que no he visto en otros lugares.

En el Sardinero habíamos paseado con los pies desnudos por el Cantábrico, que no estaba especialmente frío, pero estas playas de aquí tienen una dimensión propia, inabarcable. Tomamos un trenecillo turístico, que nos llevó a la Atalaya, el punto de observación mas alto de Laredo, por un camino endiablado, y desde allí disfrutamos de la mejor vista de toda Cantabria, lástima que a Antoni se le han agotado las pilas de la cámara y no podemos documentar esa sensación. Comimos en una terraza, por 14 euros, salteado de verduras y bonito a la plancha. Muy bien.

Por el camino de vuelta vimos vacas varias y una cabra, y comenzamos a notar un sentimiento de nostalgia anticipada por nuestra inminente partida de Cantabria.

La noche que precedió a nuestra partida cenamos pollo frío con champán, acompañado de piña natural y melón, en la magnifíca terraza del inmueble en el que nos hemos alojado estos días. Después del oportuno brindis, abrimos un debate sobre ciencia astronómica, en relación con la posición y la trayectoria de la luna. En honor a la verdad, debo reconocer que no estuvimos muy brillantes.

El día de nuestra partida, vimos una exposición de dibujos de Madrazo quien, según Antoni, dibuja muy bien partes sueltas de la anatomía humana, manos, cabezas, pero, cuando las junta, la caga.

Si tuviera que elegir la sensación visual que me ha marcado en este viaje, no sería Santander, Puerto Chico, el Sardinero, Oviedo, la casa de Gaudí en Comillas, Santillana, Suances o Laredo, no serían sus calles, monumentos, sus parques o sus playas, serían, sin duda, los muslos de Lola. En fin.

Hola, de nuevo.

En fin. Crónica de Santander.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN)11 08 14

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