He bajado al Maravillas algo tarde, cuando me he levantado a desayunar Encarna ya se había ido, a recoger una analítica de uno de mis nietos que presenta un síndrome de pubertad precoz, nada que ver, o sí?, con mi síndrome de senectud precoz.
Lo cierto es que al fijarme
en la página 15 de 'Levante' me he dado cuenta de que su contenido sería el tema de mi página de hoy.
'Los últimos días del Balneario. El centro termal Alameda, el único de España situado en un entorno urbano, cerrará sus puertas el domingo, debe 300.000 euros al consistorio, la concesionaria prepara un Ere de extinción para sus 26 trabajadores'.
Un Balneario no es un Spa. Un Spa es un invento de este siglo, mientras que los Balnearios, éste en particular que se cierra, son la expresión de una cultura decimonónica, bien se trate de la cultura del placer, como hemos visto en las películas dedicadas a los balnearios ingleses,
o de la paramédica, como en aquella película salvaje en la que aparece el Dr. Kellogs, en una época en la que se atribuía a las terapias del baño resultados milagrosos.
O los balnearios más literarios, como los de la Montaña Mágica, o los de Muerte en Venecia, en todo caso un universo creativo, nostálgico, algo decadente, de unas formas de civilización obsoletas, sustituidas ahora por otras que es muy dudoso que sean un signo de progreso.
Pero, sea cual fuere la imágen de los balnearios que nos puedan ofrecer la litertura o el cine, nada como la propia experiencia personal de esos placeres acuáticos. Encarna y yo tuvimos ocasión de probarlos en el Balneario Alameda, después de solicitarlo por esrito.
Un día nos llamó por teléfono una señorita para darnos cita y allá que nos fuimos, con la toalla y las zapatillas en la mochila.
Fué una experiencia muy grata, los equipos del balneario habían sido ampliados y perfeccionados y ahora producían una serie de corrientes y efectos que, aplicados al baño, sumaban a la práctica decimonónica, las tecnologías recientes.
El trato del personal fué excelente, sobre todo con quienes sufrían cardiopatías, a los que recomendaban acortar la sesión media hora. Ahora tengo mala conciencia por haber contribuido sin saberlo a la crisis financiera que precipita su cierre, pues nada pagamos, aunque nada nos pidieron, por el servicio, con lo que estoy seguro de que esa gratuidad, ampliada al número de usuarios que la disfrutaron, tiene que ver con la quiebra del servicio.
Recuerdo aquella jornada de baño, cómo salimos del balnario y tomamos el bus afectados por una cierta somnolencia, tal como nos había advertido
el médico que atendía aquello, ahora, dentro de poco, carne de Ere de extinción, como todos sus colegas.
Me pregunto si no habrán alternativas
para reabrir el Balneario, con una política de precios más racional, con una organización revisada de sus servicios, pero no sé si esta idea
acude a mis pensamientos por el placer que recibí cuando acudí a ese servicio, o por un pensamiento irracional, algo reaccionario, porqué no reconocerlo, que fantasea con la idea de que la civilización del siglo diecinueve, la de la plenitud de los balnearios, está obsoleta, sí,
pero tengo serias dudas de que lo que hay ahora sea un progreso.
Hay un libro por ahí, cuyo contenido cité en el blog, que sostiene que las bases culturales que definen ahora nuestra civilización, son las mismas que aparecieron a principios del siglo veinte, y ya se sabe de donde venían.
En fin. El Balneario.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 11 05 16.
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