EL RELOJ.- La víspera del día de nuestro regreso, salgo al balcón a fumar el primer cigarrillo de la mañana y veo algo en lo que no había reparado hasta ahora. Un gran reloj en la cúspide de la torre de la cercana iglesia marca la hora. Un pajarraco espera, inmóvil, en una altura próxima. El edificio de la iglesia es de estilo
contemporáneo. No me gusta la palabra moderno. Se mueve un poco la aguja del reloj y todo ha dejado de ser moderno, para convertirse en antiguo. En cambio lo contemporáneo dura mas en el tiempo.
¿Que hora marca el reloj?. Para unos la hora de la vida. Para otros la hora de la muerte. No se me pongan serios, hablo de la muerte electoral, porque el pajarraco es una gaviota, y tiene el plumaje muy averiado. El reloj, este reloj como cualquiera, solo es un símbolo del transcurso del tiempo, que tratamos de medir de ese modo tan primario, con unas saetas y unos signos que marcan el paso de las horas, cuando el tiempo es otra cosa mas compleja o mas sencilla, según como lo interpretes.
El mundo informativo anuncia que a Nelson Mandela se le acabó su tiempo. Confío en que ese hombre de sonrisa angelical se haya quedado sordo en sus últimos días para ahorrarse el ruído que habría tenido que soportar que, en caso de percibirlo, habría sido insufrible. Algunos redactores de periódico, algo imbéciles, le han llamado Madiba en sus titulares, como si hubieran comido sopas de ajo con el.
La prensa, alguna prensa, es así. Y la vida es eso, un lapso temporal, que unos aprovechan mas que otros. Al parecer, Nelson Mandela, por lo que se percibe por debajo del ruido, la aprovechó en beneficio de los demás. Fue una lección de vida. Aquí, al parecer, le dimos un premio de cooperación internacional, un poco mezquino, el premio, ¿no?.
(...)
EL CONCIERTO.- Por la tarde fuimos a un concierto en el auditorio municipal, en honor de Santa Cecilia, dice el folleto. El folleto también dice que se interpretará un Coro de Tannhäuser, así que yo esperaba oir a un coro, pero en este concierto nada fue como parecía. Para empezar, la asistencia excedió el aforo, y un señor que luego habló mucho se dirigió amablemente? a quienes permanecían de pie, advirtiendo que si no se iban, entrarían los de seguridad a sacarlos.
La mitad del concierto fue ocupada por este señor que no dejó de hablar durante una media hora. En otros conciertos, el folleto incluye el currículo de los músicos principales. En este no. La presencia parlante del presentador del acto se dedicó a la lectura farragosa de una serie de papeles que tenía en su atril.
Luego transcurrieron los actos protocolarios de bienvenida a los nuevos músicos que se incorporaban a la entidad musical y cuando ya estábamos exhaustos de aguantar a este caballero, comenzó a citar al senador tal, al presidente
cual y a pedir a alguno de ellos que se dirigiera al público.
Total, media hora dedicada a un protocolo obsoleto, que nadie usa ya en estos actos, y que recordó por el estilo
del presentador, las inauguraciones y fastos de otras épocas, afortunadamente superadas.
Cuando por fin se dio paso a los músicos, la cosa cambió. Una primera parte dedicada a Albéniz. En los primeros compases me dió por pensar que Albéniz había muerto en el naufragio del Titánic. Solo al final del concierto caí en la cuenta de que quien naufragó con el Titanic fue Enrique Granados. Luego una cosa descriptiva de Carl Wittroc a quien, antes de este concierto, no tenía el placer de conocer.
En la segunda parte, mas música española, curiosamente la pieza final, reconociblemente española, la escribió un tal Alfred Reed. Al principio me pareció un plagio del concierto de Aranjuez, pero enseguida se dejó de florituras y se fue a ritmos mas populares.
Mi decepción se produjo con el coro de Tannhäuser, pues yo esperaba, lógicamente, un coro, y lo que escuché fue una versión instrumental. En conjunto, los músicos lo hicieron muy bien, y el presentador, fatal.
Terminado el concierto, nos fuimos a cenar al hotel, y luego a bailotear un rato. 'Muy bien bailado' fue la frase mas repetida por el animador. Como siempre. La mañana siguiente la empleamos en hacer el equipaje, dar una vuelta corta por los alrededores del hotel, comer y embarcar en el autobús. Le dije a la azafata, señalando al chófer, ¿Es
René, el hombre de los chistes zafios? Ella contestó que si, riendo.
Luego me arrepentí, René nos tuvo media hora en el viaje de vuelta escuchando un CD de los payasos de la tele, como el que les ponen a los presos de Guantánamo, supongo.
Al llegar a destino, me sentí obligado a disculparme con René por mi comentario sobre sus chistes zafios. Le dije a la azafata, dígale a René que nos ha traído muy bien. Es un gran profesional.
Y eso fue todo.
En fin. Crónicas desde Benidorm (6)
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 9-12-13.
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