lunes, 25 de junio de 2007

ARISTÓCRATAS

Soy un escritor rico, que vive de su pensión mileurista, y escribe por escribir, sin presiones de grupos mediáticos, editoriales, ni de cualquier otro origen, político o religioso, como aquellos ingleses victorianos, de cuello duro, para quienes escribir solo era otro modo de expresar su exquisita educación de preceptor y sus buenos modales de miembros de un grupo minoritario, conscientes de sus singularidades. Un aristócrata.

Mi abuelo materno fue anarquista y compañero del Noi del Sucre. Su oficio de tipógrafo le situó en la élite de los trabajadores de su tiempo, los que sabían leer y escribir. Un aristócrata.

Su hijo, hermano de mi madre, fue uno de los firmantes del manifiesto de los treinta, un documento muy controvertido que vio la luz en la época mas turbulenta del movimiento anarco-sindicalista. Formó parte del gobierno en el que Federica Montseny fue ministra. Dirigió el departamento de Abastecimientos y Transportes y fue gobernador civil de Cuenca, a las ordenes de la república. Lo detuvieron en 1.943 y pasó once años en prisión, en San Miguel de los Reyes, donde era conocido por sus correligionarios con el nombre de Lohengrin. Un aristócrata.

Gracias a estas credenciales aristocráticas, mis amigos, auténticos libertarios, me permiten asistir a sus reuniones, casi siempre gastronómicas, a condición de que no me exceda con mis boutades y otras manifestaciones de mis tendencias decadentistas. El próximo día tres de julio hay una sardinada en un lugar que no pienso revelar, a la que no voy a faltar.

Hay otros aristócratas. Por ejemplo, los Borbones, pero han venido a menos. Los Borbones son una familia que ha tenido que adquirir un oficio para poder sobrevivir. Quienes en otro tiempo ostentaron, junto a sus primos hermanos, el mayor poder político de Europa, ahora ejercen un trabajo de representación de imagen corporativa, como si fueran los jefes de relaciones públicas de una empresa transnacional. Eso debe joder mucho, por eso Juan Carlos traía una cara de perro, que vimos el otro día en los noticieros de televisión, cuando interrumpieron su tiempo libre para que asistiera a algo parecido a un bautizo. Son las servidumbres del empleo por cuenta ajena.

En el museo de San Pío V, en Heliópolis, ya está abierta al público la exposición El retrato español en el Prado, --Del Greco a Goya-- que visité el domingo. Allí pude contemplar, --en los ratos libres que me dejó la minuciosa observación del escote de una mujer que no me quitaba ojo y resultó ser una antigua vecina-- los magníficos retratos de Felipe IV, el príncipe Baltasar Carlos, María Luísa de Parma, , las infantas Carlota Joaquina y Margarita Francisca; Isabel de Borbón, Felipe III, el príncipe Felipe, --no el de ahora, el que luego fue cuarto en la nómina de los Felipes-- Carlos III, y eché a faltar ese retrato de Goya que refleja con total fidelidad la cara innoble de Fernando VII, el peor monarca que tuvo este país en esos tiempos.

Los mas famosos pintores de la época estaban representados, El Greco, Velázquez, Goya, Bartolomé Murillo, Mengs, Maella, Sánchez Coello, Pantoja de la Cruz; pero lo que mas me gustó fue el Retrato de un carmelita, de un pintor desconocido para mi, Luís Tristán, pintado en 1.620, por el tremendo realismo y humanidad que desprende ese rostro, tan antiguo, y tan moderno a la vez.

Aristócratas. En mi casa rehabilitada, con aljibe, en la sierra de Utiel, tengo un retrato al carbón de mi aristocrático ancestro que colaboró con el gobierno de la república y se hacía llamar Lohengrin mientras estuvo en prisión. En el reverso de ese retrato está el original de una carta con el membrete de un marqués, dirigida a un famoso fotógrafo taurino de la época, en la que le comunica el buen fin de las gestiones realizadas para conmutar la pena de muerte por la de cadena perpetua, al representante de la segunda generación de libertarios de mi familia.

Pertenezco a la tercera generación de ese grupo aristocrático de trabajadores leídos, pero mi tendencia a la superficialidad y a la decadencia, me relaciona mas con aquellos ingleses victorianos de cuello duro, para quienes la literatura solo era otro modo de expresar sus buenos modales.

Los Borbones han necesitado muchas generaciones para transitar desde la excelencia a la decadencia. Nosotros lo hemos hecho en solo tres generaciones. Es un signo de la aceleración de los tiempos. Mientras ellos evolucionan rápidamente hacia el proletariado, me temo que mis tendencias a la perversión y a los cultismos, me acercan cada vez mas al Marqués de Sade y su época

Lohengrin. 25-06-07.

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