martes, 19 de junio de 2007

EL CINE

Hay un error de percepción generacional, muy extendido, que consiste en pensar que el mundo se acaba, cuando lo que está en vías de extinción son las generaciones declinantes que lo habitan. Grupos sociales muy determinados han vivido intensamente esa experiencia. Los aristócratas creían que su mundo era el mundo. Es lógico que cuando se extendieron las democracias parlamentarias pensaran que llegaba el final de todo.

Los expertos llaman a ese punto de vista antropocentrismo cultural, o algo así. Quienes vivimos en Europa tendemos a ver el mundo con los anteojos de nuestro modo de vida, nuestros niveles de bienestar, o malestar, nuestro hábitat, nuestras rutinas vitales y mentales, olvidando, a menudo, que el mundo es mucho mas ancho y diverso, que solo somos una parte mínima de esa complejidad.

Con el cine pasa lo mismo. El cine que predomina actualmente en las pantallas y soportes mediáticos de cualquier tipo, no está hecho para los espectadores de una generación declinante, que se formó en los cines de barrio de sesión cuádruple, a quienes sus padres arropaban con la bufanda al salir al crudo invierno, después de cinco horas o mas de refugio en cines atestados, por cuyos pasillos se deslizaban restos de orín y otros residuos urbanos, sino para los nuevos demandantes que han crecido con la Play Station.

Anoche pusieron en el cable, --Cinemateka-- una peli en blanco y negro, que solo pueden disfrutar plenamente los integrantes de mi generación declinante de espectadores cinematográficos. Steve Martin, ese cómico americano de pelo cano no es santo de mi devoción, pero esta película, “Cliente muerto no paga”, o así, es una obra que merece ser de culto, un homenaje al cine negro --sobre todo a sus actores-- de los años cuarenta y cincuenta, con un montaje de imágenes y dialogo que rebosa precisión de relojero. Otros --como Woody Allen-- han utilizado ese recurso de mezclar imágenes rodadas actuales con celuloide rancio, pero este film es una enciclopedia, una tesis doctoral que deja un testimonio duradero del uso maestro de ese recurso.

Si comienzas a verlo desde la ingenuidad, sin información previa, te mosqueas al ver aparecer a Fred mc Murray con Steve, porque sabes que son actores de generaciones distintas y distantes. Acabas por pillarlo cuando las apariciones fugaces se multiplican, Burt Lancaster, Cary Grant, Charles Laughton, Bogart, el protagonista de Al rojo vivo, cuyo nombre no recuerdo ahora, porque mi memoria también es declinante, Richard Widmark, Kirk Douglas, Vincent Price, Alan Ladd, a quien ponían sobre un cajón para dar la réplica a las actrices, y un par de actores de carácter, de los que nunca sabemos el nombre, pero que son el sólido soporte del cine de su tiempo. La maravilla de las maravillas es la aparición, jovencísimas, de actrices que hemos visto en su madurez, Ingrid Bergman, Lana Turner, Joan Crawford, (Lo he recordado, era James Cagney, ¿como he podido olvidarlo?) Ava Gardner, Verónica Lake, No está, supongo que por ser actriz de comedia, Katheryn Hepburn. También noté la ausencia de Lauren Bacall, supongo que porque anda muy viva por ahí, y no es nada declinante.

El procedimiento para el montaje no ha sido la selección de actores, sino la elección de fragmentos de películas de cine negro convertidos en mito. Lo bueno de todo esto es que el montaje es tan perfecto, el guión tan artesanalmente diseñado para que los actores actuales den la réplica a los parlamentos de los actores rancios , --sin ánimo de ofensa, es para entendernos--los planos de esos diálogos-están tan bien resueltos, casi sin fallos, que el tremendo artificio apenas se nota. La brillante paradoja es que el espectador tiene la sensación, en todo momento, de estar viendo una película mas de ese cine negro de los cuarenta o cincuenta, en lugar de un ejercicio de virtuosismo fílmico.

En los créditos finales se expresa el carácter de homenaje de esta cinta, y se citan los nombres de las películas cuyos fragmentos han sido espigados, así como el de las actrices y actores que intervienen en ellos. El soporte material de esta película se convierte, con esa información, en material imprescindible para las filmotecas.

Un testimonio de un tiempo en que los niños de nueve años pasábamos las largas tardes de invierno recluidos en la cálida y viciada atmósfera de los cines de barrio, hasta que, pasadas las diez de la noche, nuestros padres nos arropaban con la bufanda para protegernos del crudo viento de febrero.

El mundo del cine continúa vivo. Somos nosotros, los espectadores de una generación declinante los que estamos en crisis. En el buen sentido. Algunos, todavía estamos creciendo.

Lohengrin. 19-06-07.

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