lunes, 25 de junio de 2007

TOMATES

Cuando voy al mercado observo con gula las formas y colores barrocos de los tomates del terreno, pero me abstengo de comprarlos porque su precio alcanza los niveles de los objetos únicos que encontramos a veces en los escaparates de los anticuarios. Las leyes del mercado son inexorables y cuando la escasez de un bien se refleja en la limitación de su oferta, el precio sube.

La oferta inmobiliaria en la costa de Heliópolis, empujada por la especulación y la corrupción, ha crecido enormemente en los últimos años, a costa de destruir el territorio, pero los precios han subido a una velocidad exponencial pese al aumento de la oferta. Parece una contradicción con las leyes del mercado, pero no lo es, ya que una demanda creciente y continuada ha tirado de esos precios, desde el deseo universal de vivir en el paraíso.

Todo el mundo quiere alcanzar el paraíso, aunque con distintos procedimientos. Los jóvenes guerreros de la resistencia contra el infiel, manipulados por los predicadores, se inmolan por dinero para acortar ese viaje. Los mas mayores de los europeos, habitantes de países grises y fríos, quieren calentar su esqueleto al sol mediterráneo, aunque unos diez mil de ellos se han visto despojados de sus casas por la presión especuladora de los nuevos planes urbanizadores.

El paraíso y el infierno están en el mismo lugar y al abrir una puerta al azar, el viento de la especulación desatada te puede empujar de uno a otro, en un instante.

Una vez por semana llevamos a mi nieto en autobús a la playa de Pinedo y desde la ventanilla contemplo los huertos marginales que todavía quedan en esa zona, donde las tierras de cultivo se mezclaban con arena de la playa, como se hacía en Alboraya, consiguiendo con esa alquimia agraria unos resultados de aroma y sabor que nada tienen que ver con los productos que se ofrecen ahora de modo mayoritario. Son de la arena....decían las antiguas vendedoras de esos frutos de los dioses, que como mejor se disfrutaban era dándoles un bocado, como si fueran manzanas.

La tasa de beneficio del urbanismo de las costas supera con creces la que se puede obtener cultivando tomates, y esa elemental realidad económica ha conducido a que apenas queden unos pocos rectángulos de huertos dedicados a esa actividad. Ganan los promotores inmobiliarios, ganan quienes aún producen tomates de calidad, pues al reducirse su oferta, el precio sube. Pierden el territorio y los consumidores de tomates del terreno, que ya no pueden pagar lo que cuesta disfrutar su aroma, su sabor, sus formas y colores barrocos.

El paseo marítimo de Pinedo se construyó hace unos años, y desde entonces ha habido que reconstruirlo varias veces, porque el mar sabe mas de urbanismo que todos los técnicos municipales y, cuando se le hinchan las narices, arrasa con todo lo que le molesta.

Ese paseo se ha ampliado con un camino marítimo que lo prolonga, hecho con mas inteligencia, ya que es una estrecha cinta de hormigón pigmentado que serpentea entre dunas regeneradas, solo para uso peatonal y de bicis, y que parece compatible con los diferentes estados de la mar en esta costa.

Donde está este camino, antes hubo tomates, pero no se puede detener el progreso, aunque tenga aspectos perversos.

Sugiero que la envejecida población agraria que aun se dedica al cultivo de hortalizas en este enclave privilegiado, se reconvierta, se asocie, y hable con el ministerio de cultura, para obtener la declaración de bienes de interés cultural en favor de sus tomates, cuyas formas y colores entroncan directamente con la tradición barroca del arte español.

Ya es hora de que en las subastas de Sotheby´s, y en la documenta de Kassel, estén presentes estos productos artesanales únicos. Ya que sus precios han alcanzado niveles que los alejan de nuestras posibilidades de consumo cotidiano, al menos, que los artistas que los crean reciban una recompensa proporcional a su esfuerzo de supervivencia.

En fin. Tomates.

Lohengrin. 25-06-07

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios