La biología se encarga de poner en su sitio los errores de juventud, pero esa tendencia a la ensoñación y a la fantasía aún persisten en mi y han encontrado un vehículo de expresión en la escritura. Cada cual escribe por razones singulares. Las mías las reconozco todavía vinculadas al impulso de evasión de la realidad, que nunca me ha abandonado.
Ese sentimiento de inmadurez permanente podía haberme convertido en un viejo verde, a la caza de jovencitas de menor edad. No ha sido así. Me ha convertido en un viejo verde, a la caza de mujeres maduras de mi misma edad.
Ahora, la madurez de las mujeres me parece algo esplendoroso. Diría que la madurez es el umbral de la perfección. La rotundidad de las formas femeninas maceradas por el tiempo tiene esa belleza cálida, plástica, que cautivó a artistas de la pintura de todas las épocas, bien fueran figurativos o cubistas, clásicos o renacentistas, porque todos ellos admiraron en su primera juventud, en las academias de bellas artes, en los talleres de sus maestros, la rotundidad plástica del cuerpo de la mujer madura.
Hay una conspiración para hacer desaparecer esa belleza. Las grandes corporaciones, que han convertido en un negocio que se cotiza en bolsa la cirugía plástica, arrasan con los signos del tiempo que embellecen a tantas mujeres, y polucionan con falsa juventud y pechos artificiales las calles de nuestras ciudades. A veces, el resultado es grotesco, sobre todo en el rostro, por la insistencia en infiltrar los labios convirtiendo la expresión personal en una máscara irreconocible.
Los cuerpos, las curvas, o la falta de ellas, los ojos y sus aledaños, los labios y los demás atributos físicos de una persona, --me refiero a los auténticos-- son una cartografía muy valiosa elaborada minuciosa y pacientemente a lo largo de toda una vida y es una pérdida irreparable destruir esa información, sustituyéndola por soluciones quirúrgicas impersonales, que nada nos pueden comunicar sobre los secretos de la personalidad de los otros.
Este punto de vista es interesado, claro. Me considero un buen observador de los rasgos físicos y la conducta humana. Esa facultad puede ser muy interesante para practicar la fantasía de la caza entre la población de mujeres maduras, que es mi afición mas querida. En ocasiones, he podido detectar evidencias de insatisfacción sexual en algunas mujeres, al escuchar el tono de su voz y la modulación de su habla. Otras veces me ha sido dado percibir el conflicto entre deseo y temor en el ligero temblor en la voz de una mujer que hubiera deseado mi compañía, pero no se ha atrevido a aceptarla.
Reconozco en algunos rasgos de mujer, en ciertas actrices, los datos inequívocos de su ferocidad sexual, seguramente acentuados por ellas mismas, sabedoras de ese atractivo. Y eso no tiene nada que ver con la modelación de su figura, ni con la eliminación de ciertas huellas en su rostro, sino mas bien al contrario, son esas aparentes imperfecciones las que facilitan la información, convirtiendo lo que a los ojos del cirujano plástico son zonas devastadas por el tiempo que se deben eliminar, en un tesoro de comunicación para quien, desde la fantasía o la realidad, practica el juego de la seducción.
¿Se imaginan que vamos a hacer quienes, como yo, mantienen, a despecho de los años, una preferencia por la autenticidad y la rotundidad física de las mujeres maduras, cuando sus rasgos y caracteres físicos auténticos hayan sido borrados, en favor de un aspecto clónico, impersonal, de la mayoría de ellas?
¿Como vivir en ese desierto anatómico, sin mujeres maduras, del que habrá desaparecido toda posibilidad de reconocimiento de la personalidad de la mujer mediante la lectura de la cartografía de su vida que lleva inscrita en el rostro?
No se puede. Los tipos como yo, llegado ese momento nos extinguiremos. Es una ley ecológica. Cuando en la cadena del amor, desaparece la subespecie en la que centras tu interés, la vida ya no vale la pena.
Lohengrin. 08/06/07
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