lunes, 4 de junio de 2007

EL BOCADILLO

La historia de las religiones es un relato de fracasos sucesivos, aunque algunos han durado milenios. Cristo echó a los mercaderes del templo, en lugar de dejarlos allí recluidos y ahora andan por todas partes amargándonos la existencia y destruyendo el planeta, aunque el nombre políticamente correcto de esa molesta actividad destructiva es globalización.

Confucio reforzó con sus doctrinas el inmovilismo, la autoridad de unos y la sumisión de otros a las castas dominantes, condenando a la mitad de la civilización de su tiempo al servilismo a los déspotas.

Buda intentó que los hombres no sufrieran y dedicó su vida a comprender el origen, las raíces del sufrimiento humano y a trazar el camino para superarlo. Cuando Lao-Tsé hizo la síntesis del pensamiento chino tradicional, dejó de lado a Confucio, se inspiró en Buda y concluyó que la existencia del universo es un absoluto, pero no anticipó que ese absoluto estaría en manos de una tribu de desaprensivos.

Marx, quien sin duda conoció las doctrinas de Cristo, Confucio, Buda y Lao-Tse, fundó una nueva religión, cuya Biblia fue el Manifiesto comunista, que centra su análisis en las relaciones de trabajo derivadas de la revolución industrial y concluye que el trabajo es alienante. La alienación del trabajo, en el sentido que le da Marx a este concepto, influido por la realidad de su tiempo, no es nada comparada con la alienación del tiempo que es algo que solo nosotros, contemporáneos, podemos entender, porque afecta en un sentido absoluto (Lao-Tse) a nuestra existencia.

La actual tribu de desaprensivos que trata de dominar el mundo se inspira, sin duda, en Lao-tse, en su concepto de universalidad, pero en lugar de dar un contenido abstracto a ese concepto, lo ven como un bocadillo que se quieren papear de un solo bocado y dentro de ese bollo de corteza dorada salpicado de semillas, tan apetitoso, estamos nosotros, los que no pertenecemos ni deseamos pertenecer a esa tribu.

Si se redactara ahora el Manifiesto, tal vez debería comenzar, mas o menos, así:

“Una tribu de desaprensivos recorre el mundo, intentando zampárselo de un bocado y nosotros estamos dentro....”

Para explicar la alienación del tiempo, que es la versión actual de la alienación del trabajo, hay que partir de ese supuesto, porque los que tratan de despojarnos completamente ya no se conforman con las plusvalías de nuestro trabajo, sino que quieren todas las mínimas fracciones de nuestro tiempo a su servicio, en el trabajo y en el ocio, en casa o en la calle, de los viajeros y los sedentarios, de los niños, adultos y ancianos, rurales y urbanos, despiertos o dormidos, pasivos o activos. Eso y no otra cosa es lo que hemos dado en llamar la sociedad de consumo, que incluye, trabajo, ocio y consumo. Ese es el objetivo de la tribu depredadora, la apropiación absoluta de nuestras vidas, y por tanto, de nuestro tiempo. Y parece que lo están consiguiendo.

Volvemos, en otro contexto. a los tiempos de servidumbre, cuando los siervos que habitaban en el dominio o señorío, solo podían cocer el pan en el horno del señor y todos los actos de su vida iban dirigidos a enriquecer a su dueño. Pero, a diferencia de los impulsos revolucionarios que cambiaron el mundo feudal, ahora no se vislumbran signos de rebeldía, sino de resignación. ¿Confucio está de moda?

Tal vez lo que nos pueda movilizar es la conciencia de nuestra libertad personal. Solo la suma de las libertades individuales, la capacidad de ejercerlas, puede oponerse a la alienación del tiempo. Esa puede ser una línea de defensa.

Lohengrin. 3/06/07

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