Cuando mi profesora de comunicación me propuso participar en una visita a la biblioteca instalada en el antiguo monasterio de San Miguel de los Reyes, para asistir a un coloquio con un escritor del que solo conocía algún artículo publicado en la prensa, acepté encantado, por varias razones. La primera razón es que, siendo yo un simple escritor aficionado, me atraía la posibilidad de intercambiar opiniones con un profesional de la escritura, en algún lugar acogedor –y con un público reducido, pensaba yo—que permitiera una cierta fluidez en el diálogo.
Otra razón adicional es que yo estuve en ese lugar, cuando aún era un niño y el edificio se dedicaba a albergar los numerosos presos políticos que estuvieron allí hasta mediados los años cincuenta, y tenía una cierta curiosidad por conocer los cambios operados con la restauración de ese antiguo recinto carcelario.
En mis visitas infantiles a ese lugar, para visitar a un familiar preso por su actividad política durante la guerra civil, llegábamos a bordo de un tranvía, el 22, creo, que nos dejaba en la puerta custodiada por fuerzas armadas y después de una larga espera y el correspondiente cacheo, que no excluía a los niños, dejábamos en un torno la tortilla de patatas para el preso que íbamos a visitar y acto seguido accedíamos a los largos corredores de la prisión, llenos de puertas tan desvencijadas que no podían cerrarse, hasta encontrar la celda donde estaba el recluso que íbamos a visitar. Las celdas albergaban más de media docena de personas y en un ángulo había un inodoro de uso común para todas ellas, junto a los camastros que constituían su único mobiliario.
No recuerdo mesas o sillas que permitieran la lectura o la escritura, aunque la prisión estaba dotada de talleres que permitían la construcción de juguetes artesanales que nos eran regalados a los niños cuando nuestra visita coincidía con el día de puertas abiertas –para los de fuera, no para los de dentro--que se celebraba todos los años, en una fecha señalada del mes de septiembre.
Lo cierto es que al volver ahora, después de mas de medio siglo, el único signo visible que se conserva de lo que fue aquello son las garitas, las torres de vigilancia, los lugares entonces ocupados por fuerzas armadas y ahora vacíos de toda presencia humana. Por lo demás, la restauración ha devuelto al edificio el aspecto monacal anterior a su uso como cárcel para presos políticos, lo que es visible, sobre todo, en la iglesia.
Porque ha sido en la iglesia, y con un público multitudinario, reclutado entre los numerosos centros de la universidad para mayores, donde se ha celebrado el acto que yo presumía más íntimo y sosegado. Tanta gente ha asistido al acto, que el turno de preguntas formuladas se ha consumido sin que haya podido formular las mías.
Una señora vestida con un abrigo de pieles, de pie, con el micrófono que la azafata le ha acercado, le ha pedido al escritor que le recomendara uno de sus libros, pero que, por favor, no fuera de tema erótico.
El escritor ha contestado con un gesto visiblemente divertido, sorprendido al reconocer que todavía hay personas adultas que se asustan de la palabra erotismo.
Después, un tipo con aire de chulo del partido popular, se ha salido del contexto del acto para preguntar al escritor –miembro del Consejo de Cultura de Heliópolis—por una sentencia judicial sobre el Teatro de Sagunt, que nada tenía que ver con el coloquio que se estaba celebrando.
El escritor, con mucha mano izquierda, después de aclarar que no hablaba en representación del Consejo, le ha dado su opinión personal, muy matizada.
Terminado el acto, que ha durado dos horas sin que me llegara el turno de intervenir, he decidido imaginar como habría sido mi conversación con el escritor que ha quedado frustrada.
--¿”Qué es para usted escribir, un oficio, una facultad intelectual, una maldición, una necesidad?
--Evidentemente, es un oficio. Excepto en aquellos días en los que debes viajar para atender las obligaciones de la promoción o la presentación de un libro, o para hablar con los editores, la cosa consiste en depositar tus nalgas en un sillón y trabajar. En ese sentido es, si, un oficio. No lo reconozco como una facultad intelectual. Para mi es más bien una necesidad, como respirar. En mi caso, no me siento nada maldito, aunque mis libros sean imposibles de encontrar en las librerías, por que cada día me divierte más escribir
--¿Cómo es la relación con las editoriales?
.—No es la mejor parte del oficio de escritor. A veces intentan convencerte de que escribas algo que a ti no te parece interesante. Otras veces les llevas algo que a ti te lo parece y ellos dictaminan que no interesa. He cambiado mucho de editor, tal vez porque he visitado casi todos los géneros.
--Su escritura, ¿es autobiográfica?
--A veces, si, hay elementos autobiográficos, claro, pero no siempre aparecen de forma explícita. En ocasiones, las propias experiencias sirven para lanzar una idea, un argumento, un personaje, pero luego la potencia de la ficción lo hace crecer hasta desbordar los límites de lo personal. Uno siempre trata de alcanzar una cierta universalidad en las situaciones y los personajes, algo que pueda sentir todo el mundo como propio, y eso rebasa los límites de la experiencia personal.
--¿Qué opina de las posibilidades de la expresión escrita en los Blogs?
--Depende de cómo sea esa expresión escrita. Si es un libro de doscientas páginas, no veo que el blog sea el soporte adecuado.
--Pero usted tiene un libro de nueve folios, El león de Correos, que ha recibido un premio literario, ¿no es así? Podría haberlo puesto en el blog.
--No lo había pensado. ¿Es usted blogero?
--Si. Lo soy.
--No es mi mundo. No acabo de entenderlo muy bien. Supongo que es el futuro, pero por ahora, nosotros estamos mas ocupados promocionando la lectura –este acto es para eso-- y defendiendo el mundo de las editoriales y los escritores, que es lo que mejor conocemos, que investigando las posibilidades de los nuevos medios, que sin duda existen.
--Hay posibilidades de potenciar ambos mundos, el de la edición tradicional y el de Internet. Muchas firmas periodísticas usan ya el blog. Los periódicos tradicionales más importantes han abierto diarios digitales en la red. ¿No cree usted que los autores serían más conocidos si tuvieran una presencia activa en la red?
--Puede que sea así, pero en nuestro gremio todavía hay muchos autores, algunos muy premiados, que jamás han usado un ordenador. Así es el mundo literario, ahora mismo.
--¿Que está escribiendo ahora?
--Pues estoy con varias historias a la vez, es mi costumbre. Es posible que salga una novela erótica, con permiso de la señora que ha intervenido antes.
--Muchas gracias por su amabilidad. Ha sido un placer hablar con usted.
--De nada. Para eso estamos. Le deseo suerte con su blog.”
Lohengrin. 10-01-08.