martes, 15 de enero de 2008

BENIDORM

Es un lujazo que te cagas tirarte despatarrao en una silla y dejar que el invierno mediterráneo te caliente la piel al sol que dora las gambas con gabardina que tienes en el plato, mientras millones de pringaos curran en las oficinas, en las obras, o en esos exiguos mostradores donde intentan venderte un contrato de telefonía móvil.

El mirador que separa las dos playas mas concurridas de Benidorm es una ventana abierta a un cielo de película de un azul purísimo en esta mañana de enero, donde alguien ha puesto cuatro cañones que alguna vez, en algún sitio, tuvieron una función defensiva. Que jodido, el tío que ha puesto aquí los cañones. Uno apunta a mar abierto, otro a los franceses, el tercero a Gibraltar ---hasta aquí, todo correcto—pero el cuarto nos apunta directamente a quienes tomamos el aperitivo en el bar de enfrente.

No se que leches pinta un cañón apuntando a los defensores de la patria, las fuerzas de choque de este enclave estratégico que en tiempos fue un puesto avanzado de defensa contra los piratas berberiscos, que asolaban estas costas buscando apoderarse de sus ensaimadas.

Da la impresión de que el director de escena de este tinglado de ficción que es Benidorm estaba borracho cuando diseñó esta parte del atrezzo, aunque toda la arquitectura de aquí parece el sueño de un urbanista loco, pero la belleza de la línea oscurecida de los rascacielos recortándose contra el sol declinante del atardecer en la playa de Poniente no tiene nada que envidiar a los paisajes urbanos de N. York, y si potencias esa sensación con una cucharadita de tocino de cielo deshaciéndose en la boca tras la cristalera de una cafetería frente al puerto, entonces percibes que Benidorm es una locura surrealista, si, pero funciona. Vaya si funciona.

Los convoyes de autobuses no dejan de llevar y traer mercancía longeva a esta versión reducida de Florida y el nivel de ocupación de los hoteles se mantiene alto en invierno, lo que te permite disfrutar de unos precios y servicios que en pleno follón estival no están a tu alcance. Hotel Carlos I, veinticinco euros, todo incluido, por ejemplo,

Este año hay una novedad. Un pase de modelos. Lencería fina y bañadores de primavera verano, exhibidos por tres muchachas muy atractivas. Gina, una morena caribeña, altísima, con algo de grasilla encima de las caderas. Katy, una rubia algo menos alta, con un cuerpo perfecto, modelo nórdico, como montado a piezas, de Ikea o así, y Lola, una chica muy racial del terreno, que desfilaba con el mismo aire festivo de la fallera mayor de Na Jordana. Las tres contoneándose por los pasillos, entre los viejos, que luego tuvo que salir una empleada con un cubo para recoger las babas

Benidorm, este tinglado montado por los hoteleros, genera trabajo para un montón de vividores, vocalistas que desafinan, saltimbanquis, trileros y travestidos que no podrían pagar la hipoteca sin la presencia senil que peregrina hasta aquí como las aves migratorias y baila todas las noches de nueve a doce, en los salones de los hoteles, al ritmo de la Rumba del jubilado.

De los dos travestidos que distrajeron al personal una de las noches, uno era una locaza belga que parecía Rocío Jurado venida del más allá. El otro era un gallego simpático que confesó que, de no ser por el Imserso, ya saben, las expediciones de viejales, el no podría vivir en Benidorm, vamos, que estaría en su tierra recogiendo berberechos. Solo repito literalmente lo que dijo, no vayan a enfadarse los gallegos.

La noche de la despedida, la Rumba del bacalao sonaba estridente desde los altavoces en medio del alegre jolgorio de los residentes, cuando sonó el móvil del trío incestuoso de Madrid. Estaban en la mesa de al lado y no pude evitar enterarme de la patética noticia. El cuñado de la madrileña acababa de palmar de infarto, al tercer intento. Escuché como la madrileña declinaba asistir al entierro. Acto seguido se metió en la pista, con sus colegas, para bailar La Paloma. La vida sigue.

En realidad, esa noche, el público del hotel se veía bastante normal. La expedición de carcamales se había marchado el día anterior.

Son las ocho de la mañana. Es el día de regreso. Todo ha consistido en playas y tiendas, tiendas y playas, y saraos, pero ha estado bien. Un desayuno cojonudo. Salchichas, huevos, beicon, tostas, café con leche. Zumo no. El zumo era malísimo, pero, por veinticinco pavos, no te van a poner zumo de naranja natural. Redacto estas notas en el vestíbulo del hotel, mientras espero a mi mujer, a la que se le han pegado las sábanas.
Cinco grados en Castellón. Ocho en Heliópolis. Benidorm, doce grados. Benidorm es diferente, si. Ya saben, Hotel Carlos I, veinticinco pavos. Hay otros diez mil. O sea.

Lohengrin. 15-01-08.

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