martes, 8 de enero de 2008

LA PESCA DE LOS ATUNES

Sorolla está de moda en Heliópolis porque una entidad financiera que practica el mecenazgo, como todas, para lavar su cara pública, distinta de la que amenaza en privado a los deudores con quitarles su casa si no cumplen con la hipoteca, ha traído los murales de la Hispanic Society de N.York.

Ese acontecimiento cultural ha causado tal revuelo mediático que las listas de espera para ver la exposición se alargan demasiado en el tiempo, dando la falsa impresión de que es imposible acceder a esa visita.

Luego vas por libre a las nueve de la mañana y en media hora estás dentro, aunque careces de la asistencia guiada que se presta a los de la lista previa.

Tuve la suerte de asistir, por azar, a una conferencia de los comisarios de esa exposición, antes de hacer la visita, y me enteré de cosas interesantes. Por ejemplo, que cuando se colgaron por primera vez esos murales en el lugar de donde ahora vienen, no fue ni un alma a visitarlos, porque esa exposición inaugural coincidió en el tiempo con el ocaso de la pintura figurativa, arrumbada por las vanguardias que emergían entonces en el mundo del arte.

También pude apreciar el esfuerzo que hacen ahora mismo los especialistas por revalorizar la obra de Sorolla, intentando sacarlo de los limites del localismo que han oscurecido la apreciación de su obra, junto con el tópico de pintor de la luz, para instalarlo entre la nómina internacional de los impresionistas, a la altura de los mas apreciados.

Con independencia de las motivaciones de los especialistas, que quieren vender lo suyo, como cualquier hijo de vecino, a mi me parece, desde un punto de vista puramente aficionado, que pintar la luz como lo hace Sorolla es mas que un tópico, un milagro.

Pude apreciarlo al contemplar el mural La pesca de los atunes, que me dejó tan impresionado que me traje una lámina a casa. Ahora decora la pared del gabinete donde escribo. La he contemplado con minuciosidad, sobre todo al principio, cuando tenía una pantalla cúbica en mi ordenador que tardaba dos horas en activarse y ese tiempo lo dedicaba a familiarizarme con la pintura. Ahora la miro menos, porque tengo una pantalla de plasma que se enciende a la primera, aunque la cúbica ofrecía, me parece, una imagen mas nítida.

La lección de color implícita en ese cuadro es difícil de expresar. En el cuadro hay dieciséis figuras-- cuatro en primer plano-- más otras dos alejadas, en sendas barcas. Una de ellas he tardado en descubrirla. Solo después de una visión reiterada de la lámina he apreciado esa pequeña y oscura figura en escorzo, que me pasó desapercibida al principio. Supongo que hay mas figuras, pero al dejarlas Sorolla en la sola expresión de una mancha, es difícil reconocerlas. De esa presencia figurativa destacan tres marineros que están, de pie, en el lado derecho de la composición y son, además de una muestra de genio, una lección madura y magistral del concepto de color y del tratamiento pictórico de la luz.

En la parte superior de la pintura hay un toldo que deja pasar la luz que ilumina la escena, en la que las cuatro figuras principales arrastran un enorme atún, el mayor de la docena de ejemplares que aparecen en el mural, ocupando casi un tercio del plano pictórico, y cuya sangre aparece solo con unas pinceladas muy discretas, como si se tratara de soslayar lo cruento de la escena.

Es en las figuras de los marineros donde se percibe la perfección en el uso del color para crear efectos de luz. Esos uniformes blancos, recogen la luz filtrada por el toldo con una variedad de matices tan exquisita que el concepto de color que tenemos los profanos queda pulverizado aquí por algo mucho mas sutil. Es la propia luz creada por Sorolla la que se desliza por cada centímetro de esos uniformes, con la misma cadencia que si se tratara de una obra sinfónica, con sus repeticiones, sus ritmos.

Del mismo modo que la partitura escrita para cada instrumento consigue que percibamos el resultado final como un todo armónico, cada una de las pinceladas que Sorolla dio en esos uniformes blancos consigue al final un efecto de unidad en la percepción de la luz que hace imposible asignar un color determinado a la variedad de matices que incluye. Al final concluyes que los blancos no son blancos, son del color de la luz.

La composición general de la pintura está marcada por el plano superior horizontal del toldo, al que sigue otro de un cielo blanquecino de igual tamaño, y una delgada línea de costa, enseguida el mar, sobre el que se recorta la parte superior de las figuras centrales. Aparece el reflejo de la luz solar sobre el mar y entre las figuras y el mar, unas pocas embarcaciones pesqueras, apenas perfiladas, manchadas, sin terminar, cediendo el protagonismo de la escena a los pescadores y los atunes. Ya lo dice el título, se trata, sobre todo, de atunes y pescadores.

Los demás murales que había en la exposición, unos me gustaron más que otros. El dedicado a Castilla, por su envergadura y tamaño, me pareció una obra tan espectacular como las de Diego Ribera o Josep Renau, aunque con el estilo académico de la época. Me pareció demasiado previsible el que representaba nuestros tópicos agrarios y grupales, pero el que no pude resistir llevarme a casa, al menos reproducido, fue La pesca de los atunes. En los días grises lo miro y me vuelve a subyugar con el milagro de la luz.

Lohengrin. 8-01-08.

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