sábado, 19 de enero de 2008

EL VALOR DE UN VOTO

La población española es un conglomerado complejo de gentes que se caracterizan por la diversidad. La edad, los ingresos, el modo de gastarlos, sus creencias, o su falta de ellas, el sexo, la profesión o el oficio, su origen geográfico, la lengua materna que utilizan, son solo algunos de los elementos que definen esa diversidad. En cualquiera de los grupos de población, hay gente crédula, escéptica y descreída, en diferentes proporciones.

Las estadísticas de consumo y los expertos en demoscopia, tratan de dar una imagen de uniformidad de esa tribu variada, haciendo preguntas simples cuyas respuestas se miden en tanto por ciento. Cuanto mayor es el porcentaje de respuestas iguales, la sensación de uniformidad, tan tranquilizadora, tapa la complejidad de la realidad individual y permite a quienes quieren obtener consumo o votos de esa población hacer sus cuentas.

En tiempos de campaña electoral se suele preguntar a quienes constituyen una muestra representativa del grupo de población sobre el que se desea conocer sus intenciones, cual sería el sentido de su voto, si las elecciones se celebraran ya. En esas encuestas, nunca se incluye la siguiente pregunta ¿Cuánto cree usted que vale su voto?

Se puede aventurar que, para quienes practican la abstención-- aproximadamente un veinte/ treinta por ciento de la población-- ese valor es cero. El otro setenta/ochenta por ciento, el que ejerce ese derecho, podemos suponer que le da un valor variable, en todo caso mayor que cero. Ese valor será mayor para los crédulos, los que confían en que la política es un medio al servicio de los fines que tienen en cuenta el bienestar de los ciudadanos y menor para los escépticos y descreídos, que suponen que la política está al servicio de los propios políticos, mas que de los ciudadanos, pero que a pesar de su descreimiento votan, porque consideran que la ausencia de ese derecho es peor que la democracia de mínimos a la que se han resignado.

Esa pregunta sobre el valor que se da al propio voto, u otras similares, no se suelen hacer en las encuestas, y si se hacen, no vemos publicadas las respuestas, por lo que nos quedamos sin saber, con precisión demoscópica, cual es el grado de adhesión de cada grupo social al sistema democrático. Nos queda la medida de la abstención, pero es un indicador mas basto.

Hay un dato objetivo, a través de los presupuestos generales del estado, que aporta algo de luz a esa falta de información sobre el valor del voto. Un voto conseguido para el Congreso vale 79 céntimos de euro. Menos que el famoso café de Zapatero. Para el Senado, solo treinta y dos céntimos. Claro que estamos hablando de complementos a las subvenciones de los partidos políticos, que en otros estados no existen porque los partidos que concurren a las elecciones se financian pasando el cepillo a sus simpatizantes.

Siguiendo con la calderilla presupuestaria electoral, el límite de financiación pública para esa finalidad es de 37 céntimos por habitante y para la propaganda electoral gratuita hay 21 céntimos por elector. (La fuente de estas cifras es el diario “Levante”, de hoy).

Acostumbrado a las grandes cifras macroeconómicas que suelen aparecer en los titulares de prensa, esta calderilla electoral me recuerda las monedas que llevaba en el bolsillo cuando tenía siete años para comprar chuches.

Tan escaso es el valor del derecho al voto en este país, que la única medida que tenemos de su precio ha de expresarse en céntimos? Es que la elección de diputados y senadores para que ejerzan el poder soberano delegado por el pueblo, es un asunto marginal, al lado del verdadero poder, el del dinero y no merece la pena invertir más recursos en ello?.

No es exactamente así. Para empezar hay otras subvenciones y además, esta calderilla, gracias al benéfico efecto de su multiplicador, alcanza cifras de millones de euros.

No ocurre así en Estados Unidos, una de las más antiguas democracias. Allí, si lo que cuenta mi profesora de comunicación es cierto, el estado no pone un duro para las campañas electorales. Son los propios partidos los que despliegan una actividad frenética para recaudar fondos de sus simpatizantes, y los candidatos más hábiles en esa tarea recaudatoria tienen una alta probabilidad de ganar las elecciones.

Esa costumbre del sistema electoral americano de pasar el cepillo, parece tener su origen en sus raíces puritanas y en la tradición de las muchas iglesias y predicadores que visitan el bolsillo de sus fieles desde que se fundó esa república. Luego están los grupos de presión, que aflojan cantidades ingentes de dinero a los partidos a cambio de favores políticos. Es otra cultura. No hay subvenciones públicas, pero luego los influyentes que han pagado, influyen.

Ese sistema electoral no es ajeno a las posiciones de Estados Unidos en los conflictos de Oriente Medio, por ejemplo, donde el estado de Israel hace valer su influencia en el congreso de USA cuando se trata de adquirir armas, o de utilizarlas.

España no es una superpotencia. Cuando se trata de obtener votos, la financiación viene de créditos bancarios que a veces no se devuelven, cuando no alcanza con la calderilla presupuestaria, y por eso es tan importante mantener buenas relaciones entre los que controlan el dinero y los que hacen política. A veces escenifican ese idilio haciendo que se publiquen las fotos de esa relación en la primera página de los periódicos mas leídos. Otras veces, se reúnen con el mayor secretismo y nos quedamos sin saber que han acordado.

Si alguna vez se hace un trabajo de campo exhaustivo sobre el valor de un voto, no solo habría que preguntar a la gente de a pie. También habría que preguntar a los banqueros, cuánto han puesto ellos por cada voto, cuánto han obtenido después, cual es, en realidad, su cuenta de resultados por su contribución financiera al sistema democrático.

Es posible que si conociéramos los datos de ese balance, nos lleváramos una sorpresa, pero, ¿Quién lo sabe?.

En lo que a mi concierne, por razón de edad, mi postura ante las elecciones aún esta influida por los resabios ideoilógicos, ese residuo histórico del siglo pasado, el de las convulsiones revolucionarias en Europa que, para su fortuna, las nuevas generaciones no han vivido. Si me preguntaran, ¿Cual cree que es el valor de su voto?, contestaría, sin vacilar, --Mi voto vale lo que valen mis ideas.

Lohengrin. 19-01-08.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios