Se puede aventurar que, para quienes practican la abstención-- aproximadamente un veinte/ treinta por ciento de la población-- ese valor es cero. El otro setenta/ochenta por ciento, el que ejerce ese derecho, podemos suponer que le da un valor variable, en todo caso mayor que cero. Ese valor será mayor para los crédulos, los que confían en que la política es un medio al servicio de los fines que tienen en cuenta el bienestar de los ciudadanos y menor para los escépticos y descreídos, que suponen que la política está al servicio de los propios políticos, mas que de los ciudadanos, pero que a pesar de su descreimiento votan, porque consideran que la ausencia de ese derecho es peor que la democracia de mínimos a la que se han resignado.
Esa pregunta sobre el valor que se da al propio voto, u otras similares, no se suelen hacer en las encuestas, y si se hacen, no vemos publicadas las respuestas, por lo que nos quedamos sin saber, con precisión demoscópica, cual es el grado de adhesión de cada grupo social al sistema democrático. Nos queda la medida de la abstención, pero es un indicador mas basto.
Hay un dato objetivo, a través de los presupuestos generales del estado, que aporta algo de luz a esa falta de información sobre el valor del voto. Un voto conseguido para el Congreso vale 79 céntimos de euro. Menos que el famoso café de Zapatero. Para el Senado, solo treinta y dos céntimos. Claro que estamos hablando de complementos a las subvenciones de los partidos políticos, que en otros estados no existen porque los partidos que concurren a las elecciones se financian pasando el cepillo a sus simpatizantes.
Siguiendo con la calderilla presupuestaria electoral, el límite de financiación pública para esa finalidad es de 37 céntimos por habitante y para la propaganda electoral gratuita hay 21 céntimos por elector. (La fuente de estas cifras es el diario “Levante”, de hoy).
Acostumbrado a las grandes cifras macroeconómicas que suelen aparecer en los titulares de prensa, esta calderilla electoral me recuerda las monedas que llevaba en el bolsillo cuando tenía siete años para comprar chuches.
Tan escaso es el valor del derecho al voto en este país, que la única medida que tenemos de su precio ha de expresarse en céntimos? Es que la elección de diputados y senadores para que ejerzan el poder soberano delegado por el pueblo, es un asunto marginal, al lado del verdadero poder, el del dinero y no merece la pena invertir más recursos en ello?.
No es exactamente así. Para empezar hay otras subvenciones y además, esta calderilla, gracias al benéfico efecto de su multiplicador, alcanza cifras de millones de euros.
Esa costumbre del sistema electoral americano de pasar el cepillo, parece tener su origen en sus raíces puritanas y en la tradición de las muchas iglesias y predicadores que visitan el bolsillo de sus fieles desde que se fundó esa república. Luego están los grupos de presión, que aflojan cantidades ingentes de dinero a los partidos a cambio de favores políticos. Es otra cultura. No hay subvenciones públicas, pero luego los influyentes que han pagado, influyen.
España no es una superpotencia. Cuando se trata de obtener votos, la financiación viene de créditos bancarios que a veces no se devuelven, cuando no alcanza con la calderilla presupuestaria, y por eso es tan importante mantener buenas relaciones entre los que controlan el dinero y los que hacen política. A veces escenifican ese idilio haciendo que se publiquen las fotos de esa relación en la primera página de los periódicos mas leídos. Otras veces, se reúnen con el mayor secretismo y nos quedamos sin saber que han acordado.
Es posible que si conociéramos los datos de ese balance, nos lleváramos una sorpresa, pero, ¿Quién lo sabe?.
Lohengrin. 19-01-08.
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