jueves, 17 de enero de 2008

LA GALLERA

En Heliópolis hay una sala de arte que antes fue una gallera. Uno de esos lugares con gradas circulares y una pista de arena, donde el público agrario tocado con boina fumaba caliqueños mientras cruzaba apuestas tratando de adivinar cual de los gallos sería degollado por el espolón del contrario.

Un espectáculo semejante al que hemos asistido ahora, con Gallardón en el papel de gallo decapitado, y Rajoy dando la vuelta al ruedo y mostrando al respetable su acero ensangrentado, entre los vivas de unos y los pateos de otros.

En ese espacio de arte, antigua gallera reconvertida, contemplé alguna vez cosas interesantes. Recuerdo una instalación sonora que recreaba el sonido del agua culta. El agua culta fue un invento de la dinastía de los Omeya, que gobernó en Córdoba hasta el siglo X.

Todos los países, territorios, civilizaciones, logran momentos álgidos en los que la cultura, la política y otras manifestaciones de la actividad y el ingenio humanos, alcanzan con su influjo los lugares mas lejanos. El agua palaciega circulaba en abundancia en tiempos de ese califato, para la higiene personal y también para el placer de los sentidos, especialmente el del oído.

Después de muerto el último de los Omeya, todavía Abul Salid Muhammad ben Roxd, mas conocido como Averroes, junto con otros sabios andaluces, exportaban a Occidente en el siglo XI la sabiduría de Aristóteles, directamente extraída de las fuentes originales y los médicos de esa corte eran requeridos por los poderosos del mundo entonces conocido, en reconocimiento de su prestigio.

Después de aquello, nunca se alcanzó el esplendor cultural que los Omeya irradiaron, aún después de desaparecer, desde sus enclaves palaciegos. Los historiadores franquistas potenciaron el mito de los Reyes Católicos para tapar esa decadencia, pero en su corte todos olían a requesón rancio, porque no se lavaban, y su mayor logro histórico, por encima de otras conquistas y unificaciones, fue la extensión del poder omnipresente de la Inquisición.

En política, tal vez el momento más brillante en la España posterior a la edad media, ha sido el protagonizado por aquellos políticos de variados colores que se sintieron tocados por el sentido histórico, cuando les cayó encima la noble misión de salir de una dictadura atrozmente larga y sentar las bases de un Estado moderno y democrático, abierto a Europa.

Es de agradecidos reconocer lo que hicieron Peces Barba, Solé Tura, Carrillo, junto a los políticos de la derecha de entonces,-- todos los que supieron estar a la altura de las circunstancias-- su papel en la construcción de un estado democrático, por encima de las mezquindades y miserias que, frecuentemente, habitan la política partidaria.

Ahora hemos vuelto a la gallera. En la arena, el gallo Gallardón, da vueltas con su cuello tronchado, aún vivo, pero sin cabeza. La pechuga emplumada de Rajoy se hincha en un gesto de supuesta autoridad. Exhibe su espolón de acero mientras gira buscando la aprobación del respetable. A su alrededor, Zaplana y Acebes agitan las alas, acompañándole en su vuelta al ruedo de la gallera, mientras Aguirre, en el centro de la arena, deposita un huevo que contiene el embrión de sus futuras astucias y conspiraciones.

Pero el público, desde las gradas, parece ajeno al espectáculo de la cuadra de gallos que escenifica la dramática pelea. Más atento al palco ocupado por Aznar, fuera del ruedo del circo avícola, se dirige a voces al fullero tramposo que decide por quien hay que apostar, en demanda de la devolución de su dinero, que ahora se dan cuenta de que habían arriesgado confiando en una información que ha resultado ser falsa, pues todo lo que se mueve en la gallera está manipulado, decidido de antemano, por ese corredor de apuestas que intenta controlarlo todo desde fuera de la arena.

Este espectáculo deplorable, devuelve la política a su aspecto más mezquino, el de la pelea por el cargo, sin reparar en las formas, aunque también evoca una función de marionetas, con los hilos movidos desde fuera. Nada que ver con el sistema de elección de candidatos que funciona en Estados Unidos, una cultura a veces denostada, por la actuación de sus mandatarios, pero que en los procedimientos de elección de candidatos respeta escrupulosamente los modos democráticos, tan ajenos al bajonazo en la gallera que se estila por aquí.

Todavía queda mucho espectáculo de gallera, hasta que la campaña y sus candidatos estén mas claramente definidos. Pónganse la boina. Muerdan el caliqueño, ocupen su asiento en la grada y dispónganse a presenciar un espectáculo que estuvo muy de moda en la edad media y que por lo visto, a pesar de las prohibiciones, continúa vigente, sobre todo entre los políticos del partido popular.

Lohengrin. 17-01-08.

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