sábado, 5 de enero de 2008

AMERICAN GANGSTER

Ayer fuimos al cine, a pesar de que era viernes y no nos gustan las aglomeraciones de fin de semana. Mi mujer se empeñó en pedir localidades en la última fila, que resultó ser un cubículo de techo bajo empotrado en un muro, donde los tonos graves del sonido que lanzaban los altavoces nos golpeaban con una virulencia salvaje.

Una película dirigida por Ridley Scott, el director de Alien y Gladiator, entre otras, en la que lo peor es el montaje y lo mejor la historia que cuenta. Frank es el chofer negro de un capo de Harlem que controla el barrio y reparte salami entre los mas parias por navidad y que deja al morir por causas naturales un vacío de poder que Frank termina llenando utilizando técnicas y conceptos novedosamente empresariales en el entorno de los negocios ilegales.

Siguiendo el eslogan clásico de los negocios legales, del fabricante al consumidor, Frank, a través del contacto con su primo que ejerce de militar en Bangkok –la historia transcurre en Harlem mientras el país está empantanado en Vietnam—consigue importar, en aviones militares, gracias a la connivencia de sus compinches de la fuerza aérea, heroína pura y la corta al cincuenta por ciento de pureza, el doble de la que circula en su mercado local, bajando su precio a la mitad.

Ese aprovisionamiento en origen, que le permite aumentar la calidad y bajar el precio, lo redondea Frank con el concepto de marca, sustituyendo las papelinas anónimas y blancas por otras de color azul que llevan la inscripción Blue Magic.

El resultado de su estrategia le convierte en el monopolista en ese mercado, con la consiguiente expulsión de sus competidores. Forzado por la amenaza física de los grupos expulsados, los convierte en sus distribuidores, con lo que, al tiempo que rebaja la situación de amenaza, consigue una colaboración que amplia su mercado.

Toda una lección de estrategia empresarial, acompañada de una actitud en lo personal basada en una presencia discreta, sin alardes, que consigue casi el anonimato entre sus enemigos potenciales, las brigadas antidroga, que no conocen ni su nombre ni su imagen.

Un paradigma de discreción muy semejante al de los verdaderamente ricos que, ni salen en los papeles, ni acuden a fiestas ni saraos, ni su imagen suele aparecer en los medios informativos. Una frase del guión subraya esa preferencia por el anonimato. --Todo el mundo consume Coca-Cola, pero pocos saben quien es su presidente.

Esa actitud de Frank, su tranquila discreción en los negocios, no excluye la brutalidad homicida cuando alguien amenaza sus intereses, con la violencia propia de los negocios ilegales --recurso que también usan otros negocios calificados de legales, como Gazprom y los grupos petroleros.

Cuando aparece en la vida de Frank una guapa portorriqueña con la que se casa, y lo convence para que asista a un combate de boxeo entre Joe Frazier y Mohamed Alí, con un carísimo y llamativo abrigo de chinchilla, acompañado de los mas conocidos de sus socios, todo el laborioso proceso de construcción de su discreto anonimato se viene abajo, y las fotos que registran su presencia en ese acto se convierten en el principio de una larga investigación que acabará con sus huesos en la cárcel.

Cuando un competidor intenta asesinar a su mujer, Frank acude a uno de sus socios, para identificar a su enemigo, y la frase que le dice el mafioso es tan certera, que merece ser conservada en la memoria. –Si quieres el éxito, debes aprender que solo se consigue a cambio de perder a los amigos. Vivir con el éxito es hacerlo rodeado de enemigos. Solo si renuncias al éxito, podrás conservar a los amigos. Debes elegir, porque no puedes tener las dos cosas.

Una afirmación muy semejante a la que dice el banquero en Ciudadano Kane, ----Es fácil hacer dinero, si solo se desea hacer dinero (y se renuncia a todo lo demás).

No abundan en Hollywood las películas que traten la implicación de los militares norteamericanos en el narcotráfico. Son más frecuentes cuando esa connivencia entre militares y traficantes se personaliza en los de fuera de casa, como Noriega o el ejército colombiano. Si acaso, el tema se ha tocado en las películas sobre la guerra de Vietnam, pero esta historia, al parecer basada en hechos reales, si atendemos a los créditos que así lo afirman, habla de vuelos militares que tomaban tierra en bases de Estados Unidos para suministrar heroína a un fulano de Harlem.

Yo me creo la historia, no tanto por lo que dicen los créditos, sino por mi propia experiencia personal. En la España de los sesenta, yo cumplía mi servicio militar en Heliópolis, destinado en el Estado Mayor del Sector Aéreo. En aquel tiempo, los aviones militares despegaban de la base aérea de Gando, en Canarias, con sus bodegas llenas de cajas de whiskey y cartones de tabaco.

Contrabando puro y duro que, si era practicado por civiles, y los pillaban, llevaba aparejadas serias penas de prisión, era practicado por fuerzas militares con la mayor impunidad. Los jeeps de la policía militar traían las cajas hasta la sede del estado mayor y, ¿adivinan que sección se encargaba del control, el almacenaje y la distribución? La sección segunda, la inteligencia militar, también llamada segunda bis. No traían heroína, es cierto, pero tengo la sensación de que era, únicamente, porque entonces aquí no estaba de moda.

Yo era un simple recluta que estaba de paso en la segunda bis, pero los suboficiales, sargentos y brigadas que peregrinaban por allí –los días que había envío aquello parecía una verdadera peregrinación a Lourdes—me trataban con la misma consideración y respeto que los yonquis de la película a los distribuidores de Frank, porque yo tenía la llave del armario. Nunca aparecieron por mi almacén oficiales de más alto rango. Seguramente recibían el regalo a domicilio, directamente desde la base de Manises.

En la película, la brigada antidroga incauta el último cargamento de heroína recibido a través del transporte militar desde oriente, pero no se juzga a ningún militar.
Yo me fui del Estado Mayor del ejército del aire, cumplido el año de servicio, así que no puedo saber que pasó con aquello. Pero, puedo suponer que el contrabando de licores y tabaco practicado por los militares de ese ejército en Heliópolis siguió sin que ningún agente de la brigada para la represión del contrabando, competencia de la Guardia Civil, metiera las narices en aquella actividad ilegal, hasta que, con la integración comunitaria, la importación de licores y tabaco quedara liberalizada, y dejara de tener sentido esa actividad delictiva militarizada.

Lo que no puedo saber, de ninguna manera, es que es lo que viaja ahora mismo en las bodegas de los aviones militares. ¿Lo sabe usted?

Lo mejor de la película me ha parecido la historia, el guión, pero el abuso de la técnica del flashback rompe demasiado la secuencia de la cronología temporal de la historia. Si bien en algunos momentos, se percibe como acertado ese montaje, como cuando muestra a la vez el carácter familiar y religioso del personaje, contraponiendo la brutalidad fría de su violencia, para mostrar la ambivalencia de su carácter, la reiteración de ese recurso sin que esté bien anclado en la acción del guión, lo hace parecer superfluo.

En cualquier caso, me ha parecido una historia bastante original y alejada de los tópicos del género, un aspecto poco trillado de un género que a veces se repite hasta la saciedad, sin aportar ninguna novedad. No es el caso de American Gangster, al menos, en mi opinión. Vayan a verla, pero no pidan la última fila.

Lohengrin. 5-01-08.

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