domingo, 6 de enero de 2008

ALGAR

Desde que tengo uso de razón lectora, jamás había visto el nombre de ese pueblo serrano en los periódicos. Hay dos razones, creo, para que ese lugar interior pase desapercibido para la mayoría de los pobladores de Heliópolis.

La primera es su situación, un poco alejado de las rutas mas frecuentadas. No está junto a la carretera general, sino que hay que tomar una carretera vecinal para llegar hasta el, y ya se sabe que hoy en día abundan mas los turistas que los viajeros, y aquellos suelen elegir las rutas mas trilladas porque no sienten atracción por los lugares cuyo nombre desconocen.

La segunda es su nombre, tan parecido a L´ Alguer, una isla que si ha sido mostrada repetidas veces en las pantallas televisivas y esa ambigüedad fonética que favorece la confusión no ayuda al conocimiento de este pueblo ubicado en la sierra de Espadán, al que se accede desde las inmediaciones de Torres Torres, que les sonará mas por estar junto a la ruta que une Heliópolis con Zaragoza.

Su nombre completo, Algar del Palancia, indica que se encuentra cerca de ese río cuyas aguas, encajonadas por los barrancos, cuando yo anduve por Malvarrosa de Corinto, rompían todos los años la carretera costera que une Sagunt con Canet, construida por algún imbécil justo donde desemboca el barranco que conduce con violencia el agua procedente de las vertientes de la sierra, cuando hay lluvias copiosas.

Traigo a esta crónica ese lugar porque una foto a cuatro columnas en un periódico local muestra las casas derruidas por un derrumbe que no ha causado daños personales. La noticia ocupa una página entera de la sección de sucesos, pero no ha sido el suceso mismo lo que me ha llamado la atención, sino el hecho más insólito de ver emerger a Algar del anonimato informativo.

Mi interés por ese pueblo, en el que solo estuve una vez, no es viajero ni periodístico, sino emocional. En ese lugar, hace al menos un siglo, la gente vivía de la aceituna, la algarroba, algunos cultivos domésticos de huerta y de una actividad todavía mas ancestral, la elaboración de carbón vegetal, a partir de las carrascas que abundaban por allí.

Una de las familias que se dedicaban al carbón en Algar era la de mi abuelo paterno, y se marcharon de allí al enfermar una de sus hijas, lo que les obligó a trasladarse a Heliópolis, para conseguir una mejor atención médica. Abrieron una carbonería en el barrio de las putas –Velluters—y andando el tiempo yo les visitaba en su comercio vivienda cubierto de polvo de carbón, en cuyo altillo mi abuelo, que tenía una estatura considerable, andaba muy encorvado para evitar darse con el techo. Después de los saludos de rigor, me ponían una moneda en la mano y yo, contento con ese tesoro, al regresar a casa me detenía en la escalinata del mercado central para deslizarme por sus barandas pulidas por los culos de miles de niños, y repetía ese ritual cada domingo.

Cuando mi padre se reconoció como un hombre viejo –ese reconocimiento es un estado del ánimo que no siempre se relaciona con la edad—quiso que le acompañáramos a su pueblo natal y esa fue la primera y única ocasión en que estuve en Algar. Allí encontré a un primo a quien le hizo mucha gracia que nos llamáramos igual y el alcalde me dio una información actualizada de la economía del lugar, que ya no tenía el nivel de supervivencia de los sitios de montaña, sino que gozaba de una intensa actividad comercial gracias a la exportación de nísperos, muy apreciados en los mercados exteriores.

Allí conocí a los amigos de mi padre, ya octogenarios como el, y el entorno rural en el que vivían, pero de la actividad carbonífera y de las carrascas que allí hubo, no quedaba ningún rastro. Esa visita, debí hacerla en el año noventa y, desde entonces, no había vuelto a saber nada de ese pueblo oculto en la intimidad de su situación geográfica, hasta que una foto a cuatro columnas de esas casas derruidas ha abierto hoy la información de sucesos de “Levante”.

Algar del Palancia. Recuerden. En la sierra de Espadán, que da uno de los mejores aceites de la comarca. Un buen lugar para el turismo alimentario, se puede comprar el mejor aceite y, si es temporada, los mejores nísperos. Ya no hacen carbón, pero como en tantos otros lugares, se están construyendo viviendas nuevas, aunque parece que no con la escala desmesurada de los municipios costeros. De interés para los ciudadanos anglos, que ahora buscan casa en sitios como ese.

Lohengrin. 6-01-08.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios