viernes, 18 de enero de 2008

BBVA

Los bancos de este país, que es como decir todo el país, pues todos estamos en sus ficheros, la mayoría como deudores, los menos sólo como acreedores de los fondos depositados y casi todos por esa doble condición que estrecha nuestra relación con ellos como si de un vínculo amoroso se tratara, reflejan en sus nombres las mutaciones que el mundo de los negocios financieros ha experimentado en los últimos veinte años.

En los ochenta, todavía muchas de las entidades financieras que operaban aquí reflejaban en sus nombres el carácter localista de la economía. Antes del aluvión de siglas que surgió como consecuencia de las fusiones que anticipaban la globalización de la economía, esos nombres aludían a una ciudad, una provincia, a una imagen de centralidad, o a una especialización de la actividad bancaria, el crédito. Eran nombres simples, inteligibles y daban cuenta del origen de sus fundadores.

El antecedente histórico de la banca actual tuvo su origen en los prestamistas venecianos, holandeses, germanos, que libraban cartas de crédito a favor de quienes viajaban a otras ciudades y podían retirar allí, de manos de los corresponsales, el efectivo que necesitaban sin correr riesgos en los peligrosos caminos de la época.

La letra de cambio se inventó por esa época y un fraile italiano, Luca Paccioli, inventó la partida doble para controlar mejor la economía del convento. Ese invento permitió controlar el patrimonio monacal, a la vez que los cambios que se producían en el, mediante un artificio que se puede considerar el precedente de los sofisticados modelos actuales de flujos y stocks.

Frente al invento de Paccioli, que trataba de arrojar claridad y transparencia en las cuentas de su comunidad, los nuevos financieros estadounidenses han opuesto la llamada contabilidad creativa, consistente en oscurecer los chanchullos que hacen mediante toda clase de falsos artificios. El máximo exponente de esa contabilidad prostituida fue Emron, pero al parecer no fueron los únicos, a juzgar por la crisis financiera que exporta USA y de la que nadie puede sentirse ajeno.

Ahora han quedado al descubierto las miserias de la contabilidad creativa y los bancos estadounidenses reconocen pérdidas millonarias que están afectando a todas las bolsas europeas, pues la globalización es un invento que hace mas fluidos los negocios, pero también las crisis.

Cuando el banco que da título a este artículo dio el primer paso hacia el nuevo espacio de los negocios globales, se llamaba Banco de Bilbao. Añadió una V a su nomenclatura y se inició en el mundo de las siglas con el nombre de BBV, al fusionarse con el Vizcaya. Por aquel entonces yo trabajaba en una compañía exportadora y su presidente, gracias a esa fusión, se compró un jaguar de ocho millones de las antiguas pesetas con las plus valías que le correspondieron por su condición de accionista del antiguo banco.

A ese primer paso le siguió otro, más ambicioso, de calado no solo financiero sino político, que añadió la A que completó sus siglas tal como las conocemos ahora, BBVA. No es una simple letra del alfabeto, pues fue todo el grupo Argentaria, antes la mas extensa red de oficinas que llegaba adonde no llegaba nadie, con el nombre de Caja Postal de Ahorros, una entidad del estado, el que fue engullido por el banco de origen vasco. Después de esa operación se confió la dirección a Paco González, un tipo con el ceño fruncido más temible de todo el mundo financiero, que se convirtió en uno de los banqueros más influyentes del país, hasta el punto de que no se pueden ganar unas elecciones sin su aquiescencia.

Botin no se quedó quieto y renunció a su nomenclatura norteña, para ir añadiendo letras a esa selva de siglas, comprando bancos nacionales y extranjeros que le garantizaran una posición dominante en el mercado.

En cada una de esas operaciones, los clientes de los bancos eran llevados y traídos a diferentes dueños, como si fueran putas al servicio de una red de prostitución itinerante, controlada por los mismos mafiosos.

Cuando el BBVA compró el Banco del Comercio, yo tenía un pequeño pufo allí en mi calidad de avalista de una cooperativa fracasada de la que fui socio fugaz y al día siguiente de esa adquisición, sin aviso de ningún tipo, el BBVA se chupó de mi cuenta mi deuda con el banco adquirido por ellos.

Pensé en cancelar mis cuentas allí, pero no lo hice, porque de nada sirve escapar de un prostíbulo para dar con tus huesos en otro. Lo que si hice, hace ya quince años, fue romper la tarjeta de crédito por la que me cobraban una pasta que no entendía. Ni siquiera tengo tarjeta de débito. En eso debo ser, sin duda, un bicho raro. Me miran como si lo fuera en las agencias de viajes cuando pago en efectivo tras confesar que no tengo tarjeta.

Durante años, esa entidad no ha cesado de ofrecerme créditos que nunca he necesitado –tengo pocas necesidades—pero ahora tengo un contencioso con ellos, a causa de otro crédito ajeno. Avalé a mi hija cuando necesitó un crédito personal para la compra de una vivienda, y los modestos ahorros que teníamos en forma de fondos de inversión quedaron sujetos como garantía a ese crédito.

Mi hija devolvió el crédito y al ir a vender esos fondos, resulta que todavía están sujetos a la garantía de un crédito que ya no existe. Surrealista? Abusivo? Incompetencia? No se.

Llevo una semana de gestiones para que de una puta vez vendan esos fondos, porque cada día que pasa me cuesta un dinero, y no consigo que lo hagan, ni que me llamen para explicarme como está el asunto. Es lo que tiene relacionarse con los poderosos. Te ignoran, si no estás en la lista de los clientes preferentes.

Cuando estudiaba ciencias económicas, asistí a la presentación de un libro de Clementina Ródenas, El poder de la banca en España. Lo que ella contaba en ese libro es una risa, comparado con lo que sucede ahora. Si el dinero es poder, la magnitud de las cifras que manejan ahora las entidades financieras es un reflejo del tremendo aumento de poder financiero derivado de la nueva escala de los negocios en la economía globalizada. Sirva de ejemplo que tienen un colchón de treinta mil millones para curarse en salud por los riesgos de la crisis. Crisis que es pueril negar cuando los impagos de hipotecas han crecido más de un ochenta por ciento y los llamados con eufemismo concursos de acreedores, en realidad ruinas empresariales, han aumentado casi un sesenta por ciento.

Me relaciono con el BBVA desde hace treinta años y, que yo recuerde, nunca he pedido un crédito para mi. Allí tengo unas cuentas corrientes, de ahorro, y unas modestas inversiones financieras, parte de las cuales peligran ahora porque unos listos de Wall Street han renunciado a los principios de prudencia financiera y se han lanzado, en el último decenio, a una especulación desatada que va a dejar muchos cadáveres inocentes sobre el parqué.

Aquí, en España, solo hay que coger una avioneta y sobrevolar el territorio para percatarse de la cantidad de nuevos activos inmobiliarios que son propiedad de los bancos, no de los ciudadanos, que creen que son suyos, porque no han leído la letra pequeña de las hipotecas, esa cláusula de reserva de dominio que reconoce la propiedad del bien a favor del banco, hasta que la deuda hipotecaria quede cancelada. Y aún después, porque durante años ha sido muy fácil conseguir un crédito, pero que te lo borren después de pagarlo, eso ya es harina de otro costal.

A pesar de todo lo dicho, no pienso retirar mis cuentas del BBVA, me da pereza ir a otro banco. Me he acostumbrado a ese prostíbulo. Me está empezando a gustar ir todos los días, sentarme en la barra, pedir una bebida, y enseñar la pierna, a ver si me ligo a algún ejecutivo, me borra el crédito, y vende el dichoso fondo de inversión sin que me cueste demasiado dinero.

BBVA. Todos son iguales. Una pandilla de manguis. El solitario los conoce bien, por eso se dedicó al atraco revolucionario. Desde aquí le envío mi simpatía, al trullo donde esté.

Lohengrin. 18-01-08.

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