lunes, 7 de abril de 2008

EL AMOR EN LA EDAD TARDÍA

Ayer fui a ver “El amor en los tiempos del cólera”, pero antes de contar la película, que probablemente habrán visto, me voy a permitir lanzar un manifiesto sobre el tema que, por ser rigurosamente personal, es absolutamente discutible.


No conozco ninguna forma de amor, sea conyugal, extraconyugal, amor/sexo, sexo/amor, amor/amor o sexo/sexo, que no tenga efectos benéfícos en el ánimo de los afortunados mortales que son parte de ese rico y variado suceso, sin exclusiones.


Hecha esa afirmación, conviene insistir en la no exclusión de ninguna persona ni grupo social,
--salvo la lógica protección a los menores-- de esa experiencia, cualquiera que sea su situación conyugal, su orientación sexual o su edad. Hago especial referencia a la edad porque, demasiado a menudo, las personas que están en la edad tardía son consideradas amortizadas para este tipo de experiencias, por otros grupos de edad, o por convenciones sociales, que decretan su muerte sexual antes de que su fisiología la certifique, o miran con escándalo relaciones físicas entre amantes tardíos, solo por prejuicios que tienen su origen en deficiencias culturales.


Una vez puesta en claro mi posición sobre el asunto, voy con la película.


Florentino Ariza (Bardem) es un joven sin posición social consolidada, que se enamora de Fermina y que la pierde porque se casa con un médico culto muy apreciado por su ejercicio en la Colombia sacudida por las guerras civiles y el cólera, a finales del siglo XIX y principios del XX.


Lo característico de la historia es que Florentino mantiene su enamoramiento durante mas de cincuenta años, hasta conseguir a la mujer que quiere, después de muerto su marido, cuando ambos han alcanzado una edad provecta.


La belleza paisajística y humana de la película, el telón de fondo sobre el que sucede la escasa trama, muestra los espectaculares lugares del interior montañoso de Colombia, la majestuosa navegación de los vapores por sus grandes ríos, y las celebraciones populares que acompañan el paso del tiempo están rodadas con un ritmo trepidante y unos subrayados musicales que aportan el ritmo necesario para que la historia no resulte demasiado morosa.


La potente interpretación de Bardem, su encarnación física del personaje, con sus andares y sus posturas tan característicos, le llevó, si no recuerdo mal, a competir en los Oscar, y es una demostración de sus sobradas virtudes camaleónicas de actor/actor.


Hay dos cosas que me interesa subrayar de esta historia. La perfecta naturalidad con que Florentino hace compatible el mantenimiento de su enamoramiento durante mas de medio siglo, con el conocimiento carnal de mas de seiscientas mujeres, entre las que están todos los tipos posibles, desde casi adolescentes, hasta mujeres maduras, casadas, solteras, viudas. De esas relaciones, una termina trágicamente, con el asesinato de una de sus amantes por el marido celoso. Un riesgo que siempre esta presente en las relaciones extraconyugales.


Pero, sobre todo, es el final, que enlaza con los argumentos de mi modesto manifiesto, lo que me ha conmovido. Tenemos a dos personas amortizadas, según los modelos convencionales de las relaciones amorosas, bien entradas ya en el último tramo de la vida, capaces –por la insistencia irresistible de una de las dos-- de iniciar una relación amorosa, física, a bordo de un vapor que se desliza por los grandes ríos colombianos en un periplo al que Florentino le da una continuidad imposible al hacer izar la bandera de cuarentena convirtiendo así su mundo fluvial, en un espacio propio y compartido imposible de abordar.

Es ese carácter de insularidad lo que hace posible la aventura, y eso es un reconocimiento implícito del rechazo social que su relación provocaría en un entorno social ordinario.


Esa historia es de otra época, pero ahora mismo, aquí y ahora, una relación de esa naturaleza provocaria el mismo rechazo entre los mas próximos a los concernidos, que en la Colombia de principios del siglo XX. ¿Porqué?


Hay un desconocimiento enorme, que viene de tópicos y convenciones socio culturales, sobre la sexualidad de las personas mayores. En particular, sobre la sexualidad de las mujeres mayores.

El peso que las mujeres de este país han soportado durante siglos, en forma de su consideración casi exclusiva como hembras reproductoras, y la demonización del placer sexual por los valores religiosos, son dos elementos centrales que explican, en alguna medida, la situación actual. No son ajenos estos factores al hecho de que el final de la ovulación, la famosa menopausia, se haya interpretado, erróneamente, como el fin de su etapa sexual activa, cuando, visto desde otro punto de vista, es el comienzo de otra etapa, la liberación de la gestación y la maternidad, que la hace mas libre para las relaciones sexuales –conyugales o extraconyugales, que para eso son ya mayorcitas.


No se puede caer en generalizaciones, porque no todas las mujeres están afectadas de igual modo por los factores bioquímicos que inciden en el declive del ciclo de ovulación, pero tengo la sensación, por propia experiencia y por el conocimiento indirecto de otras, de que hay un gran número de mujeres que dejaron de ovular hace años, y ahora mismo disfrutan del placer sexual, con mayor intensidad incluso que lo hicieron cuando eran mas jovenes, pero carecían de la experiencia necesaria que el arte del amor exige. Claro, para eso hace falta un buen amante, y quizás eso abunda menos de lo que pensamos.


En resumen. Si ya han cumplido los sesenta, vayan a ver “El amor en los tiempos del cólera” Si alguien les corteja, aún a su edad, no tengan complejos ni prejuicios. Todos tenemos derecho -y obligación- a amar y ser amados. No importa que se trate de un amor conyugal, extraconyugal,
amor/sexo, sexo/amor, amor/amor, o sexo/sexo. En cualquiera de sus formas, tendrá efectos beneficiosos en su ánimo.


De nada.


Lohengrin. 7-04-08.



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