lunes, 14 de abril de 2008

PLACER, MIEDO, CULPA.

El placer es liberador, de ahí que las religiones estén empeñadas, desde siempre, en imponer decálogos que limitan la libertad de las personas, y las burguesías partidarias del control social para su propia protección clasista, hayan intentado lo mismo por medio de normas de comportamiento, convertidaas en leyes cuando lo han considerado necesario.


Como el control social y la represión de la libertad personal nunca les parece suficiente a quienes basan su existencia de minorías sociales en la no liberación de las mayorías, y no pueden convencer a los miserables de que los escasos placeres que están a a su alcance son malos en este mundo, han tenido que inventarse otro, en el que los castigos a la libertad placentera son tan terribles, que a través de la culpa uno lleva un mono en la nuca –Vicent-- que se encarga de controlarlo de por vida.


Cualquier persona sensata, no alienada por los discursos represores, anti liberadores, ha experimentado que las experiencias placenteras, tanto físicas como espirituales, tienden a convertirle en una persona mejor, siquiera temporalmente. Y, sin embargo, quienes necesitan de la sumisión ajena para su propia supervivencia insisten, durante milenios, en poner en valor el dolor y el sufrimiento humanos como una inversión que nos será retribuída a plazo fijo, generalmente muy lejano, y amenazan con los tormentos del infierno a las frágiles criaturas que se someten a sus normas, si hacen un uso –siempre inmoderado, dicen-- de su libertad personal, al margen de las convenciones, decálogos y normas que les son impuestos.


La razón que se esgrime para legitimar estas actitudes represoras es que las sociedades humanas volverían a la animalidad mas agresiva en ausencia de normas éticas o religiosas que controlen a sus indivíduos. La realidad es que la persistencia de minorías jerárquicas políticas, sectarias y religiosas imponiendo sus intereses en las formas de organización social, crean mas caos, desorden y conflictos que una sociedad tranquila y relajada, con licencia para la vida placentera, no agresiva.


Si la vida nos impone nuestra cuota de dolor y sufrimiento individual o colectivo, sin necesidad de buscarla, es criminal que alguien nos prohiba comer una chuleta de cerdo cuando nos apetece, o acostarnos con una señora/señor, con consentimiento recíproco, aunque no nos una ningun vínculo jurídico o religioso, mientras que ni el Papa, ni los demás jerarcas, son capaces de evitar que el mandamás de un país mande invadir a a otro y cause miles o millones de muertos.


No estoy hablando del placer limitado a lo gastronómico o carnal en un sentido hedonista, que también, sino de otros placeres, como el de ejercer la solidaridad mútua, el de no explotar a nadie, o el de habitar en una ciudad lenta, uno de esos lugares que forman parte del movimiento que rechaza vivir como nos imponen otros; de los placeres del conocimiento, del respeto a la naturaleza, del arte, por no hablar de otros placeres menores, pero no desdeñables, como tomar el sol, no escuchar a Samaranch ni a César Vidal, y otros por el estilo.


Hubo una década en la que abundaban los libros escritos en favor de las ideas de libertad y placer, Educación Liberadora, de Freire, El Miedo a la libertad, de Fromm, y hubo todo un movimiento de rechazo a las imposiciones absurdas que emanaban de un sistema que se volvía obsoleto y apartado de las verdaderas necesidades humanas. Los experimentos de comunas y formas de vida alternativas se ensayaron por la misma época. Algo pasó, probablemente propiciado desde el propio sistema, para que ese movimiento se destruyera por el abuso de alucinógenos y drogas duras.


El sistema siguió su camino y demostró una capacidad casi infinita para asimilar las protestas y los cambios, pero hay algo que siempre resurge, la conciencia de la propia libertad, de la capacidad individual de renunciar a lo que tratan de imponernos desde fuera.


Al menos, en el siglo XXI, hay mucha gente que no consiente que nadie le diga si ha de comer o no cerdo, o con quien debe o no debe acostarse. No es mucho, pero por algo hay que empezar, aunque lo ideal es que el Papa, los Ayatolás y los tipos como Bush y Putin desaparezcan de nuestras vidas. Que se vayan, luego ya pensaremos como organizarnos, que no se preocupen, no los echaremos de menos.


En fin. Carpe Diem.


De nada.


Lohengrin. 14-04-08.


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