jueves, 10 de abril de 2008

HABLAR INGLÉS

Bajé al Maravillas, hace un par de días, y me sorprendió el comentario de un parroquiano, de aire un poco étnico, aficionado a los pájaros, que revelaba un conocimiento riguroso de las macro magnitudes económicas y de las relaciones entre ellas. Antes de que la información apareciera en los medios de información general, el experto en pájaros aludía a que el nivel de crecimiento de la economía española en 2008 no superaría el 1,8 y que por debajo de un valor superior, que cuantificó, el aumento del nivel de desempleo estaba asegurado.


Hoy, los diarios locales confirman la aseveración que el pajarero anunció dos días antes, lo que parece indicar dos cosas, o los diarios locales sacan las noticias con retraso, o bien la gente de a pié tiene otros canales de información, distintos de la prensa escrita, que le informan con mayor celeridad de lo que pasa en el mundo.


Las macro magnitudes, como su nombre indica, son cosas demasiado grandes para que las entendamos el común de las gentes. Las económicas, en particular, desde mi punto de vista subjetivo, tienen una función peculiar, de la que se habla pocas veces. Son parte del lenguaje sacerdotal que los sabios económicos utilizan para defender el carácter científico de su disciplina. Del mismo modo que los sacerdotes egipcios se servían de un lenguaje propio para marcar distancias con el vulgo, no puedes aspirar a que te den el Nobel si no envuelves en un lenguaje críptico el tratamiento teórico de la realidad económica.


Así como la Filosofía se ha ocupado del ser, desde antes de que los cínicos pusieran en cuestión las doctrinas de sus maestros en los gimnasios de Atenas, la Economía, desde los tiempos de Ricardo, Smith y Marx, se ha ocupado, sobre todo, del estar, y buena parte de los esfuerzos de los primeros teóricos se dirigieron a reivindicar para su disciplina la condición de ciencia social, en un intento de que quienes practicaban las ciencias duras, las de verdad, la física y esas cosas, dejaran de mirarles por encima del hombro.


La Economía como ciencia llegó a España procedente, como casi todo, del mundo anglosajón. Los manuales con los que nos familiarizábamos con las macro magnitudes en la vieja facultad de la calle de La Nau estaban traducidos del inglés, y buena parte de sus términos técnicos, por falta de su equivalente castellano, que se había quedado en el ser, dada nuestra secular resistencia a la innovación foránea, se manejaban en su idioma de origen.


Este predominio de lo anglosajón en nuestra cultura me fue revelado por un artículo periodístico, después de que yo hubiera evocado en el Blog nuestra cultura latina, y el comunicador que lo firmaba, mas viajado que yo, me convenciera de que, efectivamente, tuvimos esas raíces culturales, pero nuestro modo de vida actual, el modo en que compramos, nuestros hábitos cotidianos, la información que recibimos, todo nuestro modo de estar en el mundo, responde a un modelo predominante, el anglosajón, y nada tiene que ver ya con el mundo latino.


Asumido ese paradigma cultural, la falta de conocimiento del idioma inglés parece una insuficiencia semejante al analfabetismo que padecieron generaciones anteriores en este país, cuando la incorporación al servicio militar era la única ocasión para muchos de desasnarse. Resulta algo patético ver a nuestros mas altos representantes sufrir de esa carencia generacional en el conocimiento de idiomas, cuando asisten a reuniones internacionales.


Aunque es todavía mas patético que Font de Mora, el Conseller de Educación en Heliópolis, pretenda que la asignatura de Educación para la ciudadanía se enseñe en inglés. Uno no acaba de acostumbrarse a los rasgos surrealistas de la política de los populares en el planeta Heliópolis, que parece de otro sistema solar.


Consciente de esa limitación, asistí a un par de cursos de inglés en la UPE, pero la falta de motivación, unida a una irracional hostilidad hacia la profesora que me tocó –algo químico, seguro-- dieron como resultado mi abandono del intento, sin haber logrado el mas mínimo progreso en el aprendizaje de ese idioma.


Tengo un par de amigos ingleses, a los que veo de año en año, y aunque ella domina perfectamente el castellano, que aprendió bien en Salamanca, Kent es un negado para el castellano, como yo para el inglés. De los diplomáticos ingleses dicen que son los mejores del mundo, detrás de los de El Vaticano, porque aunque perdieron un imperio, se comportan como si aun lo tuvieran. Algo de esa característica diplomática habita en esos isleños, pues consideran natural cuando están fuera de la isla, como cuando estuvieron presentes en medio mundo y lo consideraron una finca suya, que sean los indígenas los que aprendan su lengua.


Algo de aspecto de inglés debo tener, pues hace quince días, en el salón de un hotel de Cambrils, mientras jugaba a las cartas con mi mujer –ella si que parece inglesa-- un viajero de la isla se dirigió a nosotros en tono interrogativo, -Bridge? -Continental, contesté yo, y me dio la impresión, por la expresión de su cara, de que no entendió la respuesta. No reconoció en mi respuesta el nombre del juego de cartas, sino la declaración de que yo era del continente, que no era inglés.


Esa condición de insularidad de la cultura inglesa, pese a la universalidad de su idioma, ¿es todavía un elemento esencial, singular, del modo de ser que se atribuye a sus nacionales? ¿No hay tal singularidad, porque el american way of life se ha extendido de tal modo por Europa, que lo que caracteriza a sus habitantes son las uniformidades, en lugar de las singularidades?


Si el modo de hablar es una singularidad que refleja un modelo cultural particular, sería la expresión de diferencias esenciales. Pero,¿ y si el modo de hablar fuera, simplemente, un vehículo de comunicación, un residuo histórico, aplicado a unos hábitos culturales, existenciales, básicamente uniformes en todos los lugares, con independencia de la lengua que se hable?


En cuanto a las Economías, no hay duda de que todas son anglo sajonas. No hay mas que ver el efecto de la aventura iraquí de Bush –han visto sus lágrimas?-- en las economías europeas, y la similitud en las cifras del coste económico de esa guerra –por no hablar del humano-- y el agujero de la banca internacional.


Mi limitación en el conocimiento directo de la lengua, la cultura, y los modos de vida originales anglo sajones, me impide extraer cualquier conclusión documentada. Ahora, por fin, tendré ocasión de reducir esas limitaciones. Me voy a Londres, el mes que viene y, por fin, tendré la ocasión de estar en Picadilly Circus, el cogollo londinense. Allí tendré ocasión de conocer los hábitos, manías y singularidades de los ingleses, preguntando a los catalanes, valencianos, madrileños, andaluces, que llenaran la plaza, porque ingleses, londinenses, no podré ver ni uno. Están todos aquí.


Lohengrin. 10-04-08.

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