martes, 29 de abril de 2008

EL GRECO

Goya fué el primer cronista de guerra de la modernidad y su estilo expresionista está presente en los desgarros de la carne dolorida que luego poblaron los lienzos de Francis Bacon. El Greco, en cambio, fue el precursor del cubismo y su marca de fábrica son los ojos asimétricos que te miran, estrábicos, desde la palidez de sus rostros alargados. Entre los mas famosos pintores de la modernidad, Picasso, Bacon y Saura, en su afán rupturista, son los que mejor representan, según mi opinión de lego en la materia, la continuidad de esas tradiciones pictóricas.


Hay que darse una vuelta por el San Pío V, a una hora temprana para no hacer largas colas y se puede comprobar lo que digo, visitando la exposición Toledo 1.900 y contemplando los doce retratos de los apóstoles, en especial ese en el que aparece el depositario de las llaves del paraíso cuyo rostro está dotado de una fuerza expresiva difícil de igualar. Visité la casa del Greco en Toledo hace unos años en un día de tremendo calor mesetario y esta experiencia de ahora, en un museo mejor acondicionado que aquel me ha parecido mucho mas satisfactoria.


Los museos de pintura, que antes llamábamos pinacotecas, han dejado de ser depósitos estáticos excluyentes de cadáveres pictóricos para convertirse, cada vez mas, en centros dinamizadores del arte y la cultura, que, además de organizar y recibir exposiciones itinerantes, incluyen entre sus actividades muestras de manifestaciones extra pictóricas, como la música o el cine, abren sus puertas en horarios extendidos y, en ocasiones, ofrecen eventos muy singulares, como Fluxus

Concert, presentado en el IVAM de Heliópolis, en la tarde de ayer domingo, al que asistí un poco por azar, y que merece la pena ser relatado.


El Grup Instrumental de València es un conjunto de música contemporánea que en la representación de ayer añadió a su música otros elementos muy especiales. Con la música contemporánea me ocurre que, después de decenios en los que han tratado de educar mis oídos para escuchar las armonías de los compositores muertos hace siglos, ahora, cuando tratan de rescatarlos para la música que algunos esforzados componen ahora mismo, no la entiendo.


Así como la pintura no hace falta entenderla, la miras, te gusta o no te gusta, y la disfrutas, o no, sin hacer caso a la teoría, con la música contemporánea, es distinto, porque la teorización de esa música, mas que en el caso de la pintura, deja una huella en el pentagrama que supone una ruptura total con los conceptos de armonía melódica presentes en la música sinfónica, en la ópera, en la música de cámara, y mi oído, demasiado endurecido por esas rutinas, no se muestra capaz de adaptarse a esas formas nuevas. Tengo esa limitación.


No creo que fuera el único presente en el vestíbulo del Ivam con esa insuficiencia estética, pero lo cierto es que el aforo estaba lleno El acto comenzó con un concierto de aspiradoras, en el que los músicos hacian sonar esos electrodomésticos, bastante limitados en su capacidad armónica


Antes del comienzo del acto nos fue repartido un amplio material escrito que describía las actuaciones. Lo mejor de ese material fue un guión de dos folios que describía las cuarenta y nueve acciones que los actuantes debían realizar antes de alcanzar el climax de ese concierto, tocar una sola tecla del piano y salir de escena.


Terminado el concierto de aspiradoras, observé las reacciones del público mientras dos pianistas entraban, saludaban, se sentaban al piano, probaban los pedales, se levantaban, miraban el piano, se volvian a sentar, repetían esos gestos y movimientos, salian de nuevo, depositaban una caja de cartón en el suelo, colocaban una jaula con un pájaro de juguete en una mesita, colocaban la jaula dentro de la caja, repetían esos movimientos, traían cuatro ceniceros, encendían sendos cigarrillos y los apagaban en cada uno de los ceniceros, sacaban un espejo, se arreglaban la corbata, sacaban una flauta del piano, la hacían sonar y la volvian a meter en el piano, y se dedicaban a otros menesteres parecidos....hasta llegar al momento culminante de hacer sonar la última tecla del piano, una sola vez.


Un par de espectadores delante de mi reían sin ninguna inhibición, pero eran los únicos. Entre los demas, algunos expresaban una tímida sonrisa, pero la inmensa mayoría adoptaban una expresión seria y concentrada, producto de su largo aprendizaje y entrenamiento como espectadores de conciertos de música no contemporánea.


Yo mismo adopté esa actitud en otra actuación en la que un único pianista interpeteba una pieza para piano sin mas añadidos, pero cuando, en medio de la actuación, una señorita rubia se puso a dividir unas peras en pedazos, para ofrecerlos a los espectadores, me di cuenta de que ese elemento extra musical distorsionaba mi capacidad de atención y me convertía en un espectador distinto, ya sin la atención reverencial que normalmente se le presta a la otra música.


Los alegres espectadores que se habian mostrado mas deshinibidos, rompieron en carcajadas cuando, en plena actuación del Grup Instrumentsal de València, el director del conjunto se dirigió con sendos martillos hacia un viejo piano vertical que había en el escenario y la emprendió a martillazos sobre el teclado, dejándolo medio inservible, gesto que se repitió después en varias actuaciones y con participación del público, hasta que no quedó una tecla sana.


Tambien produjo bastante jolgorio la salida de un músico con un violín atado con una cuerda que arrastró por el suelo, superada por la del director que lo arrastró con mas violencia, además de hacerlo sobre los escalones que llevaban a la primera planta del museo, y la actuación de otro violinista que lo golpeó contra un atril con un efecto sonoro muy espectacular.


Llegados a este punto, comenzó el plato fuerte de la velada, una obra importante de Tomás Marco, llamada por él Teatro Musical, que a mi me pareció algo de mas envergadura, una pequeña ópera contemporánea, con todos los elementos del espectáculo operístico, salvo su duración. Aquí he de decir que la actuación de los siete músicos, dos recitadores, la banda sonora, y el texto de la composición, de K. Schwitters, --ni idea de quien es ese señor-- titulado Anna Blume, le dieron un contenido al conjunto del espectáculo, muy por encima de las performances y las otras acciones que habíamos visto antes.


Esos preliminares que ocuparon buena parte del programa, me impidieron, por lo avanzado de la hora, presenciar la útlima actuación, una interpretación con el Grup Instrumental al completo, a la que se incorporó el público, al que previamente habían repartido esos juguetes de plástico, con forma de martillo, que al golpear con ellos, producen un sonido por el aire que se escapa del fuelle.


En realidad, lo que mas me gustó del espectáculo fue el hecho de que le dieran a Consuelo Císcar, que asistía en primera fila al concierto, representando a la Generalitat, con su cabello rojo infierno y su rostro algo macilento, un pedazo de pera, en lugar de un vino de honor como se hacía antes.


La sustitución de los gastos protocolarios del vino de honor por ese pedazo de fruta fresca, me pareció una buena medida para comenzar a cambiar la política derrochadora de ese ente pú blico autonómico, en situación de quiebra financiera.


Lohengrin. 29-04-08.

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