“Se apagó como un fruto declinante en otoño. Su pálida piel, en el silencio del lecho, se tornaba amarillenta. Fueron apenas dos meses. Después, huyendo del vacío que había dejado intenté sobrevivir, primero en Venecia. Me daba vergüenza llorar de día, a la vista de todos. Preferí derramar mis lágrimas en las largas noches deambulando sobre los puentes del gran canal, para que al confundirse con las lóbregas, sucias y oscuras aguas de la laguna, pasaran desapercibidas.
No sirvió de nada. En Niza, durante un mes conviví con los desesperados que pasaban las noches en el casino. No hay mayor soledad y desamparo que la que envuelve a esos jugadores de Blak Jack, solos frente al croupier, a los que solo les queda una esperanza en forma de carta vuelta del revés que el croupier les acerca. Veintiuna? Antes de tomar la carta, el jugador siempre espera algo y cuanto mas desesperado está, cuanto mas necesita ese punto para ganar a la banca, el azar le suele castigar a él, prefiere premiar a los indiferentes. A mi me había castigado con el as de picas.
Hastiado de la decadencia de Venecia y Niza, alquilé un coche y subí al San Gotardo. Me relajó conducir por la carretera empinada y estrecha, llena de curvas. Me detuve cerca de la cumbre, aspiré el aire traslúcido de la montaña, bajé del coche, reuní un pequeño ramillete de flores silvestres, lo até con un junquillo. Pensé llevarlo a su tumba. Al bajar, abrí la ventanilla del coche y lancé las flores atadas lo mas lejos que pude.
Regresé a Niza. Cuando conseguí dormir cuatro horas seguidas, pensé que había llegado el momento de volver.”
Segundo movimiento
“El tiempo se acelera, sin darnos tregua. Los ciclos de la vida giran inexorables a nuestro alrededor, una vez y otra, y ningún dolor, ninguna pesadumbre, pueden oponerse a la inexorable rueda cíclica que aplasta cualquier sentimiento humano, sea doloroso o placentero, con la pesada levedad del tiempo.
A mi alrededor, la vida comenzaba a manifestarse con esa rutina salvadora que llamamos normalidad. Comencé a percibir los colores, los aromas, los sonidos, que durante largo tiempo me habían resultado extraños, ajenos. Volví a asistir a los conciertos de los miércoles. Schumann. Fantasiestücke. Opus 73. En tres tiempos. Noches en Venecia. Aires de primavera. Fantasía andaluza. El chelo y el piano atacaron el primer movimiento con el adagio, una melodía triste, que parecía expresar un sentimiento de pérdida.
El segundo movimiento, andante, evocaba la llegada de la primavera y el tercero era una explosión de alegría incontenible que exigía de los intérpretes el mayor de los virtuosismos. Cuando terminó la primera parte del concierto, al salir al claustro de la Nau, un furioso aguacero destrozó los manteles y las copas que había sobre unas mesas preparadas para un acto protocolario. La primavera se hacía presente con su clima turbulento y cambiante.
Al salir a la calle, la fragancia de los naranjos mojados por la lluvia se expandía por las calles oscurecidas por un crepúsculo anticipado bajo las nubes de tormenta, mientras el alumbrado público permanecía apagado. Fue entonces cuando la vi. En la semioscuridad de la acera, unos ojos de un verde muy intenso y luminoso destacaban en la media distancia. No pude ver nada mas. Un vehículo que circulaba por la calle me ocultó su figura. Cuando siguió su ruta, la mujer que creí haber visto, había desaparecido”.
Tercer Movimiento
“El siguiente miércoles volví a asistir al concierto. Un grupo vocal instrumental interpretaba música del Pare Rabassa y de Falconieri, entre otros compositores. Me senté en la fila doce. Inmerso en la reverberación de la voz de la soprano en las cúpulas de la capilla, cuando el canto alcanzaba los tonos mas agudos, en la semioscuridad de la sala, vi el brillo de los mismos ojos verdes que había vislumbrado unos días antes, apenas un momento. En los bancos laterales, se sentaba esa mujer de cabello rubio, con un aire firme y decidido en su modo de mirar, y una naturaleza andaluza en su semblante, dominado por la fuerza expresiva y la luminosidad de sus ojos que yo había entrevisto en algunos fragmentos de los poemas de Omar Kheyyám, que evocaban esos tonos difíciles de describir, verdes intensos punteados de matices dorados, una confluencia de intensidad profunda que daba a las mujeres persas una mirada de efectos contundentes y duraderos, y que medio oculta por el velo, debió de ser aún mas perturbadora.
Algo de esa carga genética se conserva en esa mujer que me mira sin verme, porque no me conoce, desde el banco lateral de la capella y yo tengo la sensación de que el tiempo juega a mi favor, porque así como cuando comencé mi relato el sonido del tiempo redoblaba anunciando las horas declinantes en dirección a la tragedia , ahora ese sonido, subrayado por la voz bien timbrada de la Harmonia del Parnás, tiene un aire de comienzo, cuando mi mirada insistente, fijada en los ojos de la mujer sentada en el banco lateral, obtiene una respuesta en lo que parece un leve gesto de complicidad, cuando la cantante concluye su interpretación con un corte seco de su voz, en un gesto semejante al de Pavarotti, después de alcanzar el máximo de su potencia expresiva.
Cuando comenzamos a salir juntos, ella me dijo que no era andaluza, pero yo insistí hasta descubrir que efectivamente hubo mujeres de su familia que nacieron y vivieron en Granada. Los poetas suelen contar cosas verdaderas y si Omar Kheyyám había descrito esa mirada en el siglo XII, yo he comprobado ahora, casi un milenio después, que su descripción no solo era lírica, sino verdadera.
Ahora estamos juntos, en una suave penumbra íntima, porque por fin he conseguido que me deje compartir su soledad, y renuncio a cualquier intento de descripción realista de nuestro primer encuentro, pero puedo decir que durante esa breve experiencia de soledad compartida, escuchamos los acordes acumulados de la docena de conciertos a los que habíamos asistido, escuchamos la flauta, el fagot, el piano, el chelo, el clarinete, el oboe, las voces graves y agudas de los coros, la percusión, los metales, y cuando sentimos la plenitud de nuestros cuerpos, uno dentro de otro, pareció como si la bóveda de la capilla se desplomara sobre nosotros, y Schumann, Brahms, Schubert, Vivaldi, Debussy, Weber, hubieran trabajado, sin saberlo, para que nosotros, por un instante, los escucháramos a todos a la vez, en una representación ecuménica de la música, invocada por el placer”.
Ayer hablé con ella, por E-mail. Me dijo, -Tu solo quieres sexo... Me pareció injusto.
Lohengrin. 24-04-08.
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