He bajado al quiosco, he comprado la prensa, pero hoy no me apetece comentar ningún titular o artículo, porque ayer me dieron la noticia de que el director de un proyecto artístico en el que participo ha debido suspender su finalización, por su salud quebrantada por el esfuerzo y la complejidad de las relaciones entre director y dirigidos, que al final lo han llevado a lo que los franceses llaman un 'surmenage', un colapso intelectual, y eso me invita a reflexionar sobre los directores, en general.
La figura del director me parece cada día mas fascinante. Para que exista un director, en sentido estricto, tiene que haber dirigidos, un grupo humano con el que el director se relaciona, de muy diversas maneras, según sea el estilo con el que ejerza su papel, jerárquico, paternalista, autoritario, impersonal, independiente, o subordinado a otros poderes.
Ese tejido relacional es tan rico y variado que, en ocasiones, según sea la personalidad de quien dirige, la variedad humana de las personas con las que se relaciona, bien sea un equipo reducido, o unas huestes que se mueven en distintos países, algunos directores se divierten con su labor, otros acaban en la consulta médica, no sin motivo.
(...)
Todos los directores tienen algo en común, sean de una empresa grande o pequeña, dirijan un ministerio, una comunidad o un país, un proyecto artístico o cultural. Todos ellos afrontan las dificultades, o las gratificaciones, de las relaciones humanas, y en el modo de afrontarlas reflejan la base de su personalidad, la energía o la fragilidad, la imaginación creadora, o la rutina administrativa, el autoritarismo o la habilidad para la motivación de sus colaboradores.
No todos los que se hacen llamar directores lo son, ni mucho menos. En mi opinión, salvados los casos de dirección compartida o colegiada, poco frecuentes, director solo hay uno, el director general, que es el único que dirige, aunque siga las pautas de su consejo de administración.
A quienes se hacen llamar directores financieros, técnicos, de relaciones laborales, y demás, les dan un caramelo para satisfacer su vanidad por medio de ese título pero, el director, no es uno y trino como los misterios de la trinidad, es uno, y basta.
Me atrevo a hablar de directores porque en mi larga vida laboral, desde los doce años a los sesenta y uno, una experiencia bastante común en los de mi generación, los he conocido de toda clase y pelaje y aún hoy, tengo relación con ellos por participar en proyectos educativos como alumno, bien culturales, bien artísticos.
El resultado de esas experiencias, y lecturas, lo cedo a continuación gratuitamente, sin reclamar derechos de autor.
El primer modelo de dirección que conocí, a los doce años, fue el de dirección compartida. Dos socios compartían la dirección de una consultoría fiscal en la que trabajé como meritorio. Aquello terminó pronto con la separación de los socios que compartían, además del negocio, la única secretaria, lo que resultó una fuente de desavenencias extra conyugales. La secretaria se quedó con uno de los socios en la mitad del negocio en el que yo seguí trabajando hasta los veinte años.
Muchos años después, casi al final de mi vida laboral, estuve presente en otra experiencia de dirección compartida. Dos socios compartían la propiedad, y la gestión, de una industria bisutera, donde yo calentaba un sillón como economista de empresa. La cosa no terminó bien, pero pudo haber concluido peor, cuando uno de los socios le puso una pistola en la sien a otro, que viajaba a Portugal, cobraba las deudas de los clientes de allí, y se las tiraba a la pera. Afortunadamente, el socio engañado no disparó.
Con esto no quiero afirmar que las direcciones compartidas no funcionen, solo dar testimonio de lo que vi.
Entre una y otra experiencia tuve el privilegio de observar distintos modelos de dirección.
Me marché de la consultoría buscando el realismo fuerte de la empresa privada pura y dura, y encontré un ingeniero industrial que era delegado del gobierno en la extinta Campsa, iba por ahí cerrando gasolineras acompañado de la guardia civil cuando se descubría un fraude, y en sus ratos libres se dedicaba a crear empresas para ejercer de empresario moderno. Empresas de representación, de proyectos técnicos. o gasísticas.
Comencé a trabajar en la de proyectos técnicos, antes de pasar a la gasística. D. Vicente, que así se llamaba, era un director de libro, en el sentido de que seguía al pié de la letra los textos de gestión y dirección de empresas, generalmente de la escuela francesa, le gustaba dar títulos de director a sus colaboradores, nos pagaba dietas solo por asistir a reuniones, esa práctica que ahora se ha extendido a las personas públicas y parece que va a enviar ante el juez a la presidenta de Navarra, y era un hombre inquieto, a la busca de nuevos negocios.
Fue una lástima que su condición de técnico, unida a una lamentable ausencia de criterio financiero, le llevara a crear una empresa gasística, sin capital suficiente, por lo que la factura del arroz con langosta de la inauguración de la planta ya no se pudo pagar a los del Náutico, y así fue como conocí a otro tipo de director, en el sector de la exportación vinatera.
El otro director, con quien estuve trabajando unos quince años, era el típico gestor modelo Opus Dei. Jamás vi alterado su ánimo bajo ninguna circunstancia, tenía esa capacidad para controlar, incluso ocultar sus emociones, típica de los ejecutivos que reservan la descarga de sus tensiones para los confesores de la obra.
Sin embargo, al final de mi relación laboral con el, pude observar alguna similitud con D. Vicente. También leía libros de gestión. En particular leyó uno, El Horario Flexible, para resolver el problema que supuso una fusión entre cinco empresas del sector, cuyo resultado fue la empresa mas importante en el sector de la exportación de vinos, pues sus plantillas ahora reunidas venían de culturas empresariales diferentes, practicaban horarios distintos, desde los mas irracionales, hasta los mas europeos, y aquel gestor tuvo la habilidad de resolver esa incongruencia mediante
la síntesis de la flexibilidad en el horario. Chapó. Debo decir que, como consecuencia de aquella fusión, mi director se reservó la Presidencia del Consejo, y puso de director a un socio alemán que, además de buena persona, parecía un burro de carga.
A veces, los directores no ejercen su función de manera independiente. Es lo que vi en una empresa de tecnología electrónica. Tenía su director, pero cuando este vendió la empresa a Dragados, vendió también su independencia. En los cuatro años que permanecí allí, vi a Juan Ramón, no como un directivo, sino como un técnico, y a su empresa, como una mera delegación cuya gestión financiera estaba sujeta mas a una llamada telefónica desde Madrid, que a unas decisiones con criterio propio.
El mundo de la dirección, tan pragmático y realista, en apariencia, no excluye un submundo casi fantasmal, el de los testaferros. A veces, como ahora ha trascendido, existen indigentes, simples transeúntes, a quienes se hace firmar como si fueran administradores de empresas pantalla, usadas con fines raritos.
Cuando dejé la empresa de electrónica industrial estuve un tiempo con 'Juan el del yate', a quien llamábamos así porque solía repetir a los acreedores, 'ya te pagaré'. Era promotor inmobiliario, socio de un constructor local, y tenía muy buenas relaciones con CCM, una de las cajas de ahorro que luego han reventado. Disponía en su catálogo de una variada colección de empresas fantasma, algunas domiciliadas en el País vasco, aunque nunca supe si las usaba para sus relaciones con la administración.
Otros directores se ocupan de dirigir ministerios, comunidades autónomas o países. Estos días se cumplen 50 años del escándalo que sacudió al Ministerio de la Guerra de Gran Bretaña, dirigido por el Sr. Profumo, gobernando Mc Millan, en plena guerra fría, como recordó 'Levante' el otro día, en la última.
Profumo vio salir en una tarde calurosa de una piscina a Cristina, una joven de 19 años, y le pareció que había visto un ángel. Tan impresionado quedó que inició una relación con ella. La cosa no habría pasado de una historia romántica que hoy habría salido en las revistas del cuore, de no ser porque Cristina repartía su tiempo entre el ministro y un agregado naval soviético, lo que pareció sospechoso por las suspicacias inducidas por el estado de guerra fría y Profumo tuvo que dimitir.
Esta historia me ha recordado la secretaria compartida por mis jefes de la consultoría que se resolvió dividiendo el negocio, pero lo que mas me llama la atención de todo esto, es lo que sucedió después.
Profumo, al día siguiente de su dimisión, se presentó en un establecimiento de caridad y pidió que le dejaran lavar las platos. Al parecer, se dedicó en los años siguientes a actividades de caridad y llegó a recibir una recompensa oficial en premio a su dedicación a los demás.
¿Se imaginan ustedes a Blasco, que ha dirigido varias consellerías por aquí, o sea, que puede ser calificado de director, que se niega a dimitir, lavando los platos en la Asociación Valenciana de Caridad, una vez lo echen, si es que lo echan, del grupo parlamentario? Yo no, la verdad...
Podría seguir, con Wert, o Rajoy, pero lo dejo para otro día.
En fin. Directores.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 6/06/13.
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