lunes, 15 de diciembre de 2014

CRÓNICA DE MADRID

Vengo del Aula de Medios y sigue lloviendo, como el fín de semana en Madrid. No tengo nada en contra del feminismo, solo me molesta que una clase de medios de comunicación, que está para otra cosa, se convierta en una plataforma del feminismo, hasta el punto de dedicarla, en su integridad, a comentar la obra de teatro de Ibsen, Casa de Muñecas que es, entre otras cosas, una criminalización del macho.

Cuando he levantado la mano, para proponer una intervención machista, para variar, me han mirado de modo oblícuo las colegas de clase. Solo he argumentado dos cosas, la primera que la vida en pareja, como el aborto, es una opción voluntaria, a nadie se obliga, que yo sepa, a vivir en pareja, o a abortar.

Pues bien, los siguientes veinte minutos de clase los ha dedicado la profesora a demostrar, con argumentos contundentes, que mi proposición es falsa, que si bien no existe una legislación que obligue, jurídicamente, a vivir en pareja, la cultura y la presión social obligan a la mujer a aceptar un determinado roll, lejos de su voluntad de elección. No sé.

Luego, he apuntado que el hecho de que una obra del siglo XIX esté tan de moda en el XXI, da que pensar sobre el progreso social, en general, y de las mujeres en particular. Aquí,  se ha reconocido un cierto progreso de la sociedad actual respecto a la que retrató Ibsen en su obra. No sé.

Total, que he vuelto a casa con la cabeza un poco enredada por estas historias, así que voy a contar nuestro viaje a Madrid de fin de semana con Lola y Antoni, una crónica que trata de arte y de la belleza urbana de Madrid bajo la jodida lluvia que estuvo presente el sábado y el domingo, sin abandonarnos salvo mínimas treguas, que no nos impidió disfrutar de la  gastronomía local y de una intensa y extensa contemplación del arte que pudimos disfrutar en las diversas exposiciones visitadas.
......
El día de nuestra partida hicimos una comida ligera en casa, pollo a la plancha con verduras, antes de dirigirnos a la estación Joaquín Sorolla, para tomar el Ave de las 14,10. En la estación le pagamos a Lola el importe de los dos billetes, ida y vuelta, que había sacado por Internet, 108 Euros, aún no hemos comenzado el viaje y ya estamos soltando pasta. 

Una vez en Madrid comprobamos que es cierto lo que siempre digo del turismo, que es el trabajo mas duro que hay, jornadas de catorce horas y encima tienes que pagar tú. Llegamos a la estación de Atocha sobre las cuatro, pasamos por el Hotel Mora, donde habíamos reservado habitación, 66 euros, nos hicimos cargo de las habitaciones, dejamos el equipaje, salimos al Prado, precioso, con un amarillo otoñal dominante bajo la fina lluvia de la tarde, tomamos el autobús 27 hasta Recoletos, bajamos en la acera de los pares, cruzamos a la de los impares y enseguida, sin apenas esperas, entramos en las salas de exposicion de la Fundación Mapfre.

Dos horas nos llevó recorrer la extensa muestra de pintura de Sorolla vinculada a su éxito y estancia en Estados Unidos. Antoni, sorollista como es, acostumbrado a la mezquindad de las exposiciones de Sorolla que se hacen por aquí,últimamente un par de retratos junto a dos vestidos, se quedó admirado de la cantidad y calidad de la obra expuesta, retratos de mujeres de la alta sociedad norteamericana, escenas de playa, cuadros de gran formato, series de bocetos que revelan las técnicas de Sorolla, el enorme lienzo, en todos los sentidos, Triste Herencia, retratos de la mujer y las hijas de Sorolla, de sus mecenas norteamericanos y un sinfín de obras mas, que no puedo nombrar porque he perdido el folleto de la exposición por el camino.

La entrada fue gratuita, para vergüenza de otros mecenas del arte, como Caixa Fórum y el Centro Centro Cibeles. Al salir de la exposición, entramos en el cercano Café Gijón y nos tomamos un chocolate con churros, pues la temprana comida la teníamos ya en los pies. Nos acercamos hasta la estación de Metro de Retiro y tomamos la línea 2 que nos dejó en Opera, dimos un paseo por Sol, a esa hora, completamente petada de gente, hasta el punto de que no se podía acceder a la plaza. Mi mujer compró unos caramelos de esencia de violeta, lo hace siempre que vistamos Madrid. 

Luego visitamos la Plaza Mayor, un poco desangelada por el efecto de la lluvia persistente que no cesó en toda la tarde. Seguimos callejeando por plazas y calles madrileñas, llenas de gente con paraguas, por calles peatonales libres de la molestia del tráfico y, mientras, Antoni se dedicó a buscar un lugar para cenar, lo hace siempre y suele dedicar al menos 45 minutos, cuando ya estábamos al borde del agotamiento, entre todos lo empujamos y lo metimos dentro de Casa Nicasio, para que pidiera mesa. 

Cenamos en Nicasio, unas papas arrugás con mojo, luego cada uno pidió lo que le apeteció, yo hice lo propio, huevos estrellados con jamón ibérico y pimientos que resultaron ser de Murcia, no de Padrón, y una ración de patatas fritas que no pude terminar. Total, los cuatro, setenta y siete euros, postre y tinto del Duero, de buen paladar. No estuvo mal.

Luego nos fuimos, pateando, hasta la plaza de Santa Ana, de allí a Huertas, donde en el Café Jazz Populart, nos tomamos un mojito mientras escuchamos la actuación de "Canal Street Jazz Band", Jazz de New Orleáns,  de toda la vida, cuyos miembros, Kashisian, Núñez, Domínguez y Calero, tienen una edad semejante a la nuestra y, terminada la sesión, cuando ya estábamos francamente deteriorados, nos retiramos al hotel. 

El domingo desayunamos en el hotel y nos dirigimos, directamente, a ver el legado de la Colección Abelló, en Cibeles, una exposición de arte muy extensa en el tiempo, desde Canaletto a Picasso, todos los estilos y épocas están allí representados, he de decir que entre tanta obra importante, hubo un cuadro que me impresionó profundamente. Un lienzo de Ribera con un personaje oliendo una cebolla. Ninguna obra figurativa o abstracta de la exposición me produjo tanta sensación de verdad. 

Al salir de Cibeles nos dimos una vuelta por el Retiro, vimos el palacio de cristal, andamos bajo la gruta de la que sale una cascada de agua, comprobamos que ya no había castañas en el suelo y, empujados por la lluvia que no cesaba, nos acercamos hasta el palacio de Oriente, con la intención de ver el cuadro de la familia real pintado por Antonio López. No pudo ser

Comimos en Vergara. Pincho de ibérico con cerveza, sopa de cocido de tres vuelcos, emperador a la plancha, de postre helado de vainilla, y un buen tinto. 66 euros los cuatro. Bien. Decidimos tomar café en el Thyssen.

Dsepués de un paseo relajado hasta allí, bajo la lluvia, la cafetería del Thyssen ofrecía un ambiente muy selecto, que incluye un pulsador en cada mesa para que, si quieres que te atienda el camarero, lo llames por el pulsador, que es silencioso, en lugar de dando voces y si deseas la cuenta, lo mismo. Un avance que debería ser imitado para conseguir un país menos ruidoso.

Me pedi un capuchino y Lola una infusión de caramelo con un color precioso. He traído la cajita. 'Honeybush Caramel Tea', o sea, té al caramelo. Un aroma sensacional, sí. A las cinco y media accedimos a la sala del Thyssen que presentaba el impresionismo americano. 

Vista la exposición, mi impresión particular es que tal cosa, el impresionismo americano no fue, en absoluto, un movimiento artístico, sino una serie de individualidades, la mas destacada fué Sargent, por su amistad con Sorolla, que se interesaron por esa tímida ruptura del realismo que apareció en Europa. 

Eso explica, a mi modo de ver, la relativamente exígua cantidad de obra impresionista americana que se presenta aquí, con un número de cuadros todavía mas exíguo que merezca esa calificación. Dicho esto, hay que añadir que la exposición es interesante, que merece la pena, que incluye cuadros de Monet sensacionales y que entre todos hubo uno que, junto con el Ribera al que me he referido antes, justifican por si solos tirarse dos días en Madrid bajo una lluvia pertinaz. Lamento no recordar el nombre del autor, pero ese cuadro, un campo de hierba verde agitada por el viento, que produce una sensación de realidad que pocas veces he visto representada en un lienzo, es el mejor, desde mi punto de vista, de toda la obra expuesta, aunque no estoy seguro de que sea impresionista. Después de todo, el impresionismo solo es una etiqueta, como otras. Luego está el arte bueno y el malo, y este era bueno. 

A la salida del Thyssen, después de un intento fallido de visitar Caixa Fórum, pues nos pareció que no había nada allí que valiera la pena, salvo la cálida temperatura de su interior,  anduvimos callejeando por Madrid. El Prado y Atocha, ya anochecido, fueron un magnífico espectáculo. 

Pasamos por el hotel, a descansar un poco, recogimos las maletas y, ya cerca de las nueve, ocupamos una bancada en la estación de Atocha, donde está ese magnífico jardín tropical y esa media docena de esculturas repartidas por allí que le dan ese aire tan peculiar al lugar. 

Fui a una máquina expendedora a buscar una cerveza. No había, solo coca cola, refrescos y agua. Saqué una coca cola, con mi inconsecuencia característica, después de haber puesto a parir la coca cola en la página El Mundo de Lohengrin. 

Nos comimos un sandwich, yo acompañado de coca cola y luego, cuando llegó la hora, embarcamos en el Ave. Eso fué todo.

Una experiencia algo húmeda, pero interesante. 

En fin. Crónica de Madrid. 

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 15 12 14.

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