"Después de haber ilustrado en la entrada de ayer, Idiocracy, la inanidad de una parte de la especie humana, hoy siento la necesidad de glosar el ingenio para la supervivencia de una parte ínfima de la población, la clientela de uno de los bares que suelo frecuentar, de cuyo nombre no quiero acordarme, no vaya a ser que cuando vuelva por allí me reciban a mantazos.
Los clásicos de nuestra literatura, digamos del siglo diecisiete o por ahí, ya dejaron testimonio de las habilidades de los muy pobres para sobrevivir en una sociedad que todavía arrastraba las desigualdades del viejo feudalismo.
El Buscón, el Lazarillo que trataba de arrebatar
el queso de su zurrón al ciego, y recibía un palo por su falta de habilidad, Celestina y sus trasiegos retribuídos para entregar a Melibea
a Calixto, o la imágen del hidalgo que sale de su casa después de restregarse unas migas de pan en la pechera, para hacer ver a los vecinos que el no pasa hambre, son solo unos apuntes de la sociedad española marginal de aquel tiempo.
Los hechos contados por esa tradición literaria aún persisten, en nuestro tiempo, con otras formas, de las que la mas espectacular, si hablamos
de fingimiento, sería el fenómeno del Pequeño Nicolás, de quien no voy a hablar, porque nada sé, y ya se han ocupado las televisiones de hacerlo.
Sí voy a escribir de mi experiencia directa con otras personas, maestras del ingenio y del fingimiento, que ya empleaban argucias
para sobrevivir, incluso antes de la crisis.
De paso diré que ya no vivimos en la crisis. Crisis fue el momento en que las curvas que representaban una situación económica y financiera
cambiaron de tendencia, dirigiéndose en otra dirección. Eso sucedió hace tiempo, ahora lo que vivimos son las consecuencias financieras, económicas, políticas, sociales, ambientales, incluso morales, de aquel cambio.
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Como es obvio, no citaré nombres, pero en ese grupo de población cuyas vicisitudes he tenido a mi alcance conocer había de todo. Desde personas que estaban trabajando, pero para arreglar su coche averiado le pedían a un colega que le diera un colpecito para que pagara la reparación la compañía de seguros, hasta otros que no habían trabajado nunca, pues su habilidad para el fingimiento los dotaba de la facilidad
para aparentar enfermedades imaginarias que les permitían disfrutar de una pensión de por vida.
Otros, careciendo de esa habilidad para el fingimiento, la suplían con trapicheos para comprar documentos que les aseguraran una pensión por incapacidad.
Los mas audaces, no se conformaban con esas menudencias y se dedicaban al hurto y a otras especialidades mayores. Eran mas discretos.
No sabías a que se dedicaban, hasta que desaparecían una temporada del bar y te enterabas por terceros de que estaban en la trena.
También los había que hacían compatibles dos actividades curiosamente distintas. Su influencia pastoral en la iglesia evangélica, y la distribución de perfumes robados en el mercadillo callejero que se dispone los domingos junto al Mercado Central.
Esos supervivientes no solo se dedicaban al hurto o la estafa menor, entre todos funcionaba un espíritu solidario, de modo que si iban a pescar y su caña estaba rota, o les faltaba cebo, siempre había un colega que les prestaba su caña o les facilitaba el cebo.
Si un ordenador se rompía, siempre había alguien dispuesto
a facilitar un repuesto, sin cobrarlo de inmediato, como el dueño del bar servía las consumiciones sin preguntar si las iba a cobrar en efectivo, o irían a parar a la libreta de hule por tiempo indefinido.
De modo que buena parte de la clientela de ese bar en un barrio marginal era una mezcla de falta de respeto por la legalidad, para poder
sobrevivir en un medio difícil, y un impulso de solidaridad que funcionaba entre todos ellos.
Ahora bien, he de confesar, en honor a la verdad, que jamás vi al camarero del bar entregar un décimo premiado a un cliente que no hubiera
sido pagado puntualmente por este, antes del sorteo. A tanto nunca llegó la picaresca, ni la solidaridad."
En fin. Supervivencia.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN 11 12 14.
Así es y así será siempre. La picaresca existe desde el origen de nuestra especie.
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