lunes, 11 de enero de 2010

BARBOZA

“Camino por el muelle de la Valletta junto al mar y respiro el inconfundible aroma salino a gasóleo y desperdicios sin el que no soy capaz de comenzar el día. Ando por el puerto con una cierta vacilación. La mayoría de la gente pierde la verticalidad cuando bebe demasiado, a mi me ocurre cuando no bebo por la mañana. Siempre he vivido en ciudades portuarias y no sabría vivir en otro sitio.

Abandoné Lisboa hace ya quince años, huyendo de un feo asunto de lotería clandestina. Me gasté el dinero de la recaudación con una cantante de fados. Pasamos una semana de fábula como si fuéramos millonarios. Nunca olvidaré esa semana, pero cuando los afortunados del sorteo quisieron cobrar sus premios yo tuve que emigrar a Malta.

Antes de eso viví experiencias muy apasionantes. En plena revolución de los claveles, yo estaba afiliado al partido comunista. Era joven, crédulo y apasionado de la revolución, apareció Otelo Saraiva de Carvalho y echamos al dictador, pensaba que podía cambiar el mundo, luego, el mundo me cambió a mi. Cuando se desinflaron los impulsos revolucionarios, tuve un negocio de maderas en Angola, pero nunca se me dieron bien los negocios.

Lo bueno de Malta es que nadie te busca aquí, lo malo es que nunca pasa nada. Bueno, a poco de venir hubo un acontecimiento extraordinario. La selección española disputó un encuentro de fútbol aquí. Fue algo magnifico. Malta se convirtió -por poco tiempo- en un lugar cosmopolita, luego volvió a ser el poblacho de siempre, aunque de vez en cuando los lujosos yates que repostan en la Valletta rompen el ambiente aldeano del lugar.

Los portugueses tenemos una especie de relación de amor y odio con España. Miramos con algo de envidia y mucho recelo al poderoso vecino, pero en aquella ocasión yo celebré los colores de España porque me dieron la sensación de que vivía de nuevo en Lisboa, esa ciudad hermosa y cosmopolita a la que tal vez nunca regresaré.

Decía que camino por el muelle con paso vacilante. Me dirijo al altillo que tengo alquilado en una nave de almacenamiento de maderas. Los dueños, me han dejado poner un rótulo en la puerta de la nave que dice 'Barboza-Import/Export', pero es un puro eufemismo, hace años que no me dedico al comercio de manera activa, solo hago alguna chapuza de vez en cuando, y el antiguo despacho que tengo en el altillo me sirve de alojamiento.

Cerca de la nave hay una taberna que me recuerda las de los puertos gallegos, con su olor a sardinas y las vigas renegridas por el humo. Aquí me detengo todos los días a tomar un café doble, antes de depositar mi fatigado cuerpo en el sillón desvencijado del altillo, delante de un teléfono que no suena nunca. Hoy he hecho lo propio y el café estaba francamente bueno. He sorbido el contenido de la taza con delectación y he notado la textura dura y a la vez sedosa del negro líquido resbalando por mi garganta con una potencia estimulante.

Lo bueno de la ubicación del altillo es que no viene nadie a molestarme, pero, en los últimos días hay un pequeño problema con el acceso. Una partida de maderas recién desembarcada me obliga a trepar por los troncos para acceder a la puerta batiente de cristal que de acceso a mi despacho. En el cristal esmerilado de la puerta se repite la leyenda del cartel de abajo, 'Barboza-Import/Export'.Me produce una rara sensación leer ese cartel. No tengo ni idea de porqué, pero me recuerda a Manuela, la cantante de fados con la que pasé la mejor semana de mi vida.

Cuando por fin consigo alcanzar el despacho, me desplomo en el sillón con una dolorosa sensación de resaca, aunque esta mañana no he bebido nada. El espejo colgado en la pared de enfrente me devuelve la imagen de un tipo con barba de tres días, el cabello revuelto, los pies apoyados en el tablero de la mesa de pino, sobre la que están el teléfono y una vieja lámpara de sobremesa. Parece un personaje de novela negra. Ojalá fuera eso, un personaje, pero soy yo, con mi carne y mi sangre tan cansadas de vivir como si tuviera trescientos años.

Estaba a punto de cerrar los ojos y sumirme en la indiferencia de un sopor curativo ,cuando ha sonado el teléfono, que nunca suena.

--¿Señor Barboza? Soy su casero. Está aquí un inspector de policía que viene de Lisboa. Pregunta por usted.”

(Este relato no es parte de ninguna novela o relato largo. Ha surgido de un modo casual de dos elementos, Barboza, un nombre que aparece en los créditos de alguna de las dos películas que he visto esta tarde, no se si 'La Ventana' o 'Malditos Bastardos' de Tarantino, y un lugar donde situarlo. He elegido Malta, porque un buen amigo formó parte del equipo de televisión que cubrió aquel partido de la selección española, que realmente se celebró allí).

Añado al texto del relato esta nota aparentemente innecesaria, porque es para mí. Seguro que cuando pase algún tiempo habré olvidado el origen de esta página, y la nota me permitirá saberlo.

En fin. Barboza.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 12-01-10.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios