He bajado al Maravillas empujado por el viento de cien kilómetros por hora que azota hoy Heliópolis. Claro, he llegado enseguida. El regreso ha sido otra cosa. Intimidado por los golpes de las ramas de los árboles desgajadas por el viento, las sirenas de los coches de bomberos y las espirales de papeles, plásticos y otros objetos, que escenificaban un incipiente clima de catástrofe, he dilatado mi estancia en el bar algo mas de lo usual, lo que me ha permitido leer con detenimiento el editorial de la prensa local.
Al parecer, la productividad de las economías de los países mediterráneos es inferior a la de los países vecinos no ribereños. En Heliópolis, la productividad es un 10% inferior a la media nacional. Los índices que miden la productividad son cocientes que relacionan la cantidad de bienes producidos en un periodo de tiempo determinado, con la cantidad de factores empleados para producirlos.
El rigor conceptual no suele ser compatible con la prisa con la que se elaboran las noticias de la prensa escrita, con lo que nos quedamos sin saber, en este caso, si se refieren a la productividad del trabajo, o si el denominador de ese cociente incluye los demás factores de producción, capital financiero y materias primas.
Para los fines informales de esta página –que no pensaba escribir hoy, pero mi cita para comer a las tres con mis amigos libertarios me permite hacerlo-- voy a suponer que el editorial de 'Levante' se refiere a la productividad del factor trabajo.
En general, se puede deducir de este dato que los habitantes ribereños trabajamos menos que los continentales o de interior, o que, aún trabajando las mismas horas nominales, nuestro trabajo es menos productivo, en términos de resultados económicos. Este segundo aspecto me parece mas acomodado a nuestra realidad social, no solo porque los convenios colectivos y los horarios suelen ser semejantes para todos, sino porque me permite seguir la línea de mi razonamiento previo.
Esta realidad podría indicar, entre otras cosas, nuestras influencias culturales y nuestras preferencias vitales. Podría ser un indicador de que la antigua cultura greco latina, tan civilizada, aun está presente entre nosotros y que el hedonismo helenista –inicialmente solo para los ricos-- se ha extendido en un largo proceso histórico con el resultado de que preferimos el ocio al trabajo, en mayor medida que otros.
Podemos añadir a esta interpretación el rasgo de una mayor preferencia por la estética, que es la belleza de lo inútil, en contraposición con el utilitarismo economicista, que sin duda está en el sustrato cultural de otros pueblos mas productivos.
Con los indicadores pasa como con casi todo. Un solo indicador, un solo punto de vista, nunca es suficiente para percibir el rostro multiforme de la realidad. Si tomamos los índices de longevidad, resulta que las poblaciones ribereñas están entre las mas longevas. Ahora mismo, el alcalde de N. York –una de las ciudades con mayor PIB del mundo-- está inmerso en una cruzada alimentaria por que se le mueren cientos de miles de ciudadanos por una alimentación inadecuada y la llamada 'dieta mediterránea' pasa por ser una de las mas equilibradas, y se la relaciona, junto con la mayor 'lentitud' en nuestros modos de vida, con las tasas de longevidad.
Es evidente que una caída brutal de las tasas de productividad nos sumiría a todos en una trágica situación de pobreza, y tendría un efecto dramático en los niveles de empleo, pero no es menos cierto que las mayores tasas de productividad no conducen a la sensación de felicidad de las personas concretas que forman parte de la cifra estadística de ese indicador.
Intuyo que, si alguna forma de felicidad podemos alcanzar, solo podemos encontrarla en los aspectos de la vida que se califican de improductivos. En la lectura de un poema que constituye, de vez en cuando, un afortunado descubrimiento para nosotros. En la contemplación del arte. En algunos momentos del tiempo en los que, no estando obligados a una conducta productiva –en términos económicos-- obtenemos la máxima productividad por el hecho de vivir, o contemplar la vida, con la máxima intensidad.
Por otra parte, el hecho de que un indicador de productividad sea peor que otros, puede deberse a varias causas. Puede ocurrir, y de hecho ocurre, que la capacidad de las empresas para organizar, combinar los distintos factores de producción y obtener un resultado óptimo, sea tan mediocre, que la falta de productividad se deba a esa incapacidad, con independencia de otros factores.
En cualquier caso, me declaro partidario, dentro de ciertos límites, de la felicidad improductiva como objetivo, antes que ser el campeón mundial de la productividad mal entendida.
No se que pensarán ustedes sobre este asunto. Pueden manifestarse, si lo desean, vía comentarios. Gracias.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 14-01-10.
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