lunes, 4 de enero de 2010

PERCEBES

He bajado al Maravillas, donde sirven el mejor café del barrio, al menor precio, pero la dura competencia por alcanzar el periódico local que suele estar a disposición de los clientes sobre la barra, solo me ha permitido dar un rápido vistazo a la columna de Salvador Vendrell y una mirada panorámica a las páginas de opinión.

Después, aprovechando la visita al mercado, he comprado un ejemplar de 'El País' que lleva en primera una noticia que me ha interesado. 'El cambio climático amenaza ya el marisco gallego'.Una asociación involuntaria me ha llevado a relacionar una opinión de Vendrell, la de que quienes advertimos sobre la eventualidad futura de que una elevación del nivel de los océanos afecte a los pueblos ribereños del Mediterráneo usamos el discurso del miedo, con el titular aparentemente alarmista de ese periódico.

Me he ocupado del cambio climático en diferentes páginas del Blog, las mas recientes, 'Nieve','Malthus', 'Mediterráneo', 'Cambio climático: una oportunidad' y en todas ellas he procurado basarme en fuentes científicas, nada demagógicas, con intención divulgativa, pero tal vez no he caído en la cuenta de que pensar en clave de futuro, con la que está cayendo, a otros les puede parecer pura demagogia del miedo.

Para estrategia del miedo la que comienzan a emplear los Estados poderosos con la intención de preparar a la opinión pública para una guerra abierta futura, sea la del Yemen, la de Somalía, o la de Paquistán.

Me centraré en el miedo inducido al cambio climático. En la página 'Cambio Climático: Una oportunidad' sostenía, precisamente, que quizás se había dado una imagen excesivamente negativa de ese acontecimiento, y me mostraba partidario del énfasis en las oportunidades que ofrece el camino hacia el cambio del modelo productivo contaminante. No insistiré, pues, en esta línea.

Creo que las actitudes sobre esta cuestión están fuertemente influidas por la perspectiva vital de cada uno. Por el modo en que se sitúa en el tiempo. Como el futuro, por definición, no existe, y el presente se nos escapa de las manos a una velocidad de vértigo, puedo entender que muchos se sitúen en el mundo con la sola muleta del pasado, o se agarren a un hedonismo desesperado, como el único medio de navegar entre las incertidumbres del presente.

Yo puedo ser tan hedonista como el que mas, –con mis límites de presupuesto-- pero valorar las sensaciones del presente, no es incompatible con compartir con otros una cierta responsabilidad generacional por el estado del clima que vamos a legar a las inmediatamente próximas generaciones futuras; además está el efecto de esas alteraciones del clima en nuestras posibilidades hedonistas actuales de disfrutar del marisco gallego, que se desprende de la noticia de 'El País'

'El Instituto de Oceanografía de Vigo registró máximas de 26 grados en 2009 y de 24 en 2008, frente a los 20 de años anteriores.' Al parecer, 'las almejas y los mejillones son extremadamente vulnerables' ( a la subida de temperaturas). O sea, que no estamos hablando solo de fenómenos globales futuros que se sitúan en un tiempo geológico, es decir, muy lejano, sino de algo que amenaza con afectar a nuestras costumbres hedonistas practicadas sobre los blancos manteles de las mesas vestidas para celebrar acontecimientos entrañables.

Es decir, que no podemos quedar al margen de las amenazas futuras, bajo el cobijo del hedonismo del presente, porque, precisamente, hacer frente a esas amenazas, es la garantía de nuestro presente, que también está amenazado.

Un modo de hacerles frente es abandonar posiciones escépticas de negación y resistencia al cambio, asumir nuestras responsabilidades y contribuir, cada uno desde donde puede, a reforzar una opinión pública informada y presionar a los gobiernos para que cambien sus prioridades en la dirección que los agentes mas informados y avanzados de la sociedad reclaman.

Ser partidarios del progreso, hoy, es impulsar las políticas de futuro, mas que insistir en fórmulas gastadas, desacreditadas por la experiencia, reprobadas por una parte de la población, que comienza a sentir en sus carnes el peso de los errores del sistema. Ese impulso no es incompatible con el hedonismo, es mas, parece la única vía para seguir disfrutando del presente.

Hace treinta años probé los percebes por primera vez, en la playa de Malpica. Eran unos ejemplares sensacionales, a un precio razonable. Ahora los veo en los mercados, suelen tener una calidad ínfima y unos precios excesivos. Hace unos días, una percebeira fue arrebatada por el mar en una playa gallega. Esto no tiene nada que ver con el cambio climático. Solo demuestra la peligrosidad de ciertos oficios. El de percebeira, arrebatada por el mar cuando buscaba los frutos de nuestro
placer hedonista. El de albañil, que se cae del andamio desde un ático, el mismo desde cuyo ventana acristalada alguien disfrutara del panorama urbano.

Si hay personas que se juegan hasta la vida para que otros puedan disfrutar del resultado de su trabajo,¿No merecen las generaciones futuras un mínimo esfuerzo de nuestra parte para defender su derecho a vivir en un planeta liberado de los efectos negativos de la actividad humana? No es miedo lo que intentamos inspirar quienes insistimos en la amenaza del cambio climático –y en las oportunidades de las medidas para combatirlo-- sino responsabilidad, pura y simple responsabilidad hacia las generaciones próximas, sin excluir el respeto al disfrute de quienes se decantan por una actitud hedonista.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 4-01-10.

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