lunes, 25 de enero de 2010

POBREZA, MISERIA.

He bajado al Maravillas y entre los codazos recibidos para ceder el periódico a otros colegas, he tenido tiempo de observar una cierta coincidencia en los asuntos tratados en las páginas de opinión y sus alrededores. Inmigración, pobreza, indigencia, miseria, que no son la misma cosa, pero a veces coinciden en las mismas personas.

Los que mas saben de esto son los de Cáritas, que llevan contando a los pobres mas de treinta años,y quienes residen en barrios fronterizos de aglomeraciones urbanas, que solo con cruzar una calle entran en un mundo próximo a la marginalidad. Marcelino Camacho, antigua voz de Comisiones Obreras, no se cansaba de repetir, hace treinta años, que en España había ocho millones de pobres y los actuales portavoces de Cáritas parece que estiman que esa cifra se acerca a nueve millones y medio.

Mi única incursión documental en el asunto se remonta a una visita al Archivo del Reino, donde pude examinar un documento de 1.646, una orden real para que se efectuara un censo en el antiguo reino de Valencia –todavía no existía el estatus de comunidad política. En ese documento se precisaba que a los pobres de las parroquias, no los contaran.

Los ediles que ahora se muestran partidarios de no incluir a los sin papeles en el padrón –en Vic, y hoy en Torrejón, ya se han vuelto atrás- nos devuelven, probablemente sin ser conscientes de ello, a 1.646.

Es casi seguro que las razones para excluir a los pobres, de quienes ordenaron el censo de 1.646, fueron tributarias. Si el censo tenía la función esencial de asegurar el cumplimiento de las obligaciones tributarias impuestas por la corona, ¿Para que incluir a los pobres, si no tenían capacidad de pago?

Parece que lo que molesta a esos ediles es incluir en el padrón a gente sin recursos para contribuir a los servicios sanitarios y educativos, de los que son constitucionalmente beneficiarios, pero a los que no aportan nada. ¿Si no pueden pagar, para que incluirlos en el padrón?. El mismo argumento que se deduce del documento del censo de hace mas de trescientos años. Un poco fuertes, ¿no?, estas actitudes que contradicen la ilusión del supuesto progreso humano.

Ahora, la Federación de Municipios lanza una ofensiva represiva en forma de sanciones contra los que viven en la calle, que es otra forma de discurso miserable.

Se puede ser pobre, sin llegar a miserable. Se puede ser no pobre, pero defender un discurso miserable, que es casi lo mismo que ser un miserable. Un ejemplo de indigencia digna, lo dio un personaje ya desaparecido que pululó durante años por el barrio del Cármen. Blanquita era una mujer libre que mendigaba por los alrededores del Café de Sant Jaume y lo hacía ataviada con unos vestidos de un blanco impoluto. Cuando alguien le daba una propina miserable, Blanquita lo recriminaba con cierto desprecio, haciéndole ver que la dádiva no alcanzaba para los detergentes que ella necesitaba para mantener la dignidad de su vestido.

Blanquita fue una indigente con sentido de la dignidad. Ahora abundan los discursos miserables de personas que no son exactamente pobres y repiten lo que oyen a determinados políticos, que no cabemos todos, que la sanidad y la educación están deterioradas por el acceso a esos servicios de los inmigrantes. Como si en este país, alguna vez, hubiéramos cabido todos. Como si, alguna vez, se hubiera resuelto la exclusión social. Como si no se contaran por millones, desde siempre, los excluidos, antes de que el fenómeno de la inmigración se añadiera a nuestra cuota de pobreza, miseria, indigencia.

La pobreza, la miseria, la indigencia, la exclusión, son una realidad permanente –iba a decir estructural, pero como lo que caracteriza las estructuras es su permanencia, para que usar esa palabra-- porque la economía, como dice una compañera de la universidad de mayores, es una escalera. Al preguntarle por los peldaños que tiene, no me ha dado una respuesta muy precisa, pero lo que quería decir es que el discurso basado en pobres y ricos no es exacto.

Puede que no sea exacto, incluso que tenga algo de ideológico, pero que hubiera ocho millones de pobres en la época de Camacho y ahora se cuenten nueve y medio, y que las ideas de algunos ediles sobre el padrón ya estuvieran contenidas en un censo de 1.646, indica que, si algo no cambia, si no hacemos frente a los discursos miserables, mas de un veinte por ciento de la población está condenada a no alcanzar el siguiente peldaño de esa supuesta escalera.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 25-01-10.

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