martes, 20 de noviembre de 2007

AUTOBIOGRAFÍAS

Flotar en el líquido amniótico, sin referencias ni lenguaje, unidos al latido de la vida por el cordón umbilical, tan semejante a las mangueras que unen a los astronautas con su útero espacial, constituye la primera experiencia literaria que deberíamos afrontar al escribir nuestra autobiografía, sin la que, lo que contamos después, queda incompleto.

Millás acaba de publicar El mundo, un relato autobiográfico que se centra en su infancia preadolescente y nos ha privado, en aras de su preferencia por la economía del lenguaje, de ese aspecto primigenio de toda biografía. Si alguna vez escribo la mía, comenzaré por ese lío de cromosomas, genes y proteínas que garantizan nuestra unicidad como individuos, pero carece de instrucciones para alcanzar la felicidad que, al parecer, es algo que, si existe, debemos encontrar a través del aprendizaje.

Habité ese caldo originario sin tener conciencia de su similitud con el vientre salino del mar en el que las primeras bacterias que flotaban a merced de las corrientes, encontraron la ventaja de la comodidad sedentaria y se transformaron en líquenes que vivían en las rocas sin pagar hipoteca.

Al parecer, la vida primigenia fue un proceso lentísimo, de dimensiones geológicas, en el que cada nuevo organismo vivo dispuso de millones de años para adaptarse al medio. A mi me echaron con brusquedad las contracciones de mi madre a un mundo desconocido, sin apenas transición entre la placidez del útero y la dureza de un otoño de la posguerra, con la misma rapidez con que las ocas que se criaban en el corral del bajo que habitábamos ponían sus huevos. Aunque lo intenté, no pude regresar al entorno cálido que me acogía. Creo que nunca me recuperé de ese trauma.

Puedo imaginarme en ese hábitat placentario con los puños cerrados a causa de la insuficiente disponibilidad de alimentos de la época, porque todavía hoy soy incapaz de mover las manos al caminar con las palmas abiertas y ese gesto de protesta prenatal ha marcado sin duda mi tendencia natural a la reflexión crítica, a veces excesiva.

Nuestra falta de conciencia literaria en el útero materno parece un obstáculo para la narración de nuestras primeras sensaciones, pero gracias a las imágenes hoy disponibles de la vida intrauterina y los trasiegos espaciales, podemos entender la unidad indivisible entre lo grande y lo pequeño, el microcosmos placentario y la flotación cósmica de los paseos espaciales, la aportación a la seguridad confortable del feto del latido intermitente del corazón de la madre y su correlato con la ligadura que une al navegante espacial con la seguridad de su base.

La vida es una gran aventura y no comienza cuando lo sugiere nuestra memoria, sino mucho antes. Que no recordemos plenamente ese principio --creo que mi primer recuerdo es de cuando tenía dos años-- no es un obstáculo para que intentemos investigar ese pasado remoto sumergido en lo profundo de nuestros recuerdos mas antiguos. Creo que algunos lo intentan sometiéndose a técnicas de regresión. No me parece necesario. Basta con intentar conocer como somos, ahora. Porque ese proyecto que flotaba en el caldo salino que lo acogía, llevaba ya en su equipaje la rara combinación de cromosomas, genes y proteínas que ha derivado en el individuo que somos, con nuestras preferencias, nuestras manías, capacidades y limitaciones, a las que hemos dado forma individual a través del aprendizaje.

Si alguna vez escribo mi biografía, cosa que dudo, comenzaré con esta página.

Lohengrin. 20-11-07.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios