domingo, 4 de noviembre de 2007

EL LIBRO

La vida de todos nosotros puede imaginarse formando parte de una edición libresca en la que cada ejemplar comienza de la misma manera. Después, la trama de cada libro se singulariza, siguiendo los vericuetos de una novela de misterio, pero, cualesquiera que hayan sido los avatares que marquen esa historia singular, al final todas terminan de igual modo. Esa identidad de principio y final es la que nos iguala genéricamente en torno a la categoría de la condición humana, pero la naturaleza de la trama por la que cada uno transita nos confiere la individualidad personal que nos hace reconocibles por lo que somos, además de por el género al que pertenecemos.

Ese libro, cuyas primeras páginas están, solo en apariencia, en blanco, porque el entramado de su papel incluye el ADN, esa escritura invisible que condicionará parcialmente nuestra historia futura, comienza con el llanto que expresa el desgarro de abandonar el cobijo placentero del útero materno. Nuestra fragilidad al nacer hace que la primera escritura de esas páginas la hagan los demás, hasta que el instinto mimético del aprendizaje nos lleva, cada vez mas temprano, debido a la abundancia de los estímulos que nos rodean, a formular nuestras primeras palabras, simple reflejo de las escuchadas y con ellas comenzamos a escribir nuestra propia historia

A los dos años, comenzamos a reconocer el decorado, la puesta en escena por la que nos movemos sin entender. He visto caminar a un niño por el parque, con un paso enérgico y seguro, con zancadas largas y una actitud decidida, directa, que atribuyo a los rasgos de su carácter, pero también a su desconocimiento del mundo. Es imposible predecir cual va a ser nuestro camino, entre la casi infinita variedad de senderos con los que nos vamos a encontrar a lo largo de la misteriosa ruta que nos conducirá a las páginas centrales del libro, lugar en el que, se supone, nuestra historia comenzará a tomar una forma definida.

En general, no nos educan para afrontar la incertidumbre, sino que tratan de conducirnos hacia rutas seguras, caminos trillados, si es posible exentos de riesgo, porque demasiadas veces las pautas de la socialización están marcadas por la necesidad de los educadores de calmar la propia ansiedad que sienten ante la fragilidad de los niños.

Sin embargo, el mundo que nos rodea está, cada vez mas, asociado a la incertidumbre, a lo transitorio y movedizo, porque ya en los años setenta del siglo XX, un sociólogo americano decretó la desaparición de lo permanente como categoría social, aunque aquí nos estamos enterando con varios decenios de retraso.

Cualesquiera que sean los avatares de la vida de ese niño de dos años que vi andar por el parque, es seguro que las interrupciones, cambios de dirección, pruebas y errores, intentos y ensayos que tendrá oportunidad de experimentar al inventar su propia historia, serán mucho mas numerosos, variados y originales, que las vidas lineales de las generaciones de un tiempo estático en el que casi todo estaba predeterminado, la profesión, la residencia, el matrimonio, las opciones religiosas, incluso las políticas.

Las narraciones de esos niños que han nacido en época de incertidumbre van a ser cualquier cosa menos lineales, sus historias personales van a necesitar un componente imaginativo mas audaz que el de sus predecesores. Van a vivir con mas riesgos, pero también con mas oportunidades. El resultado de ese balance riesgos/oportunidades, va a depender, en parte, de su ADN, pero también de su capacidad para escribir su propia historia.

El progreso humano, a pesar de las amenazas y los riesgos, sobre todo el individual, en mayor medida que el de las formas sociales, aquejadas de corrupción crónica o cíclica, parece posible al observar el potencial de las nuevas generaciones, esos niños de dos años que caminan por los parques con paso enérgico y seguro y una actitud decidida, directa, aunque aun no conocen el mundo ni los caminos de su propia historia

Lohengrin. 4-11-07.

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