lunes, 12 de noviembre de 2007

CLIMA

Una vez que el consenso científico ha puesto sobre la mesa el hecho verificado, medido, cuantificado, de que la actividad humana tiene efectos sobre el clima, sus variaciones y sus consecuencias, que pueden llegar a ser extremas, conviene detenerse en la reflexión sobre las causas, las interacciones y los desafíos que ese aspecto de la realidad plantea.

Subsisten unos cuantos soplagaitas, cercanos al poder establecido, que siguen instalados en la negación interesada de esa realidad y la combaten desde sus cátedras, las tribunas periodísticas y otros ámbitos de influencia ejecutiva o mediática, cada vez con menor credibilidad. No nos interesan.

En mi opinión, hay cuatro variables ligadas que explican las distintas actitudes alrededor de este asunto. Clima, economía, tecnología y relaciones de poder. Antes de intentar ordenar estos aspectos del problema, les contaré una pequeña historia.

En 1.798, el economista Malthus, el Al Gore de la época, alarmó a sus coetáneos con un librito, Ensayo sobre el principio de la población, en el que demostraba que la población de su tiempo crecía en progresión geométrica, mientras la producción de alimentos lo hacía en progresión aritmética. Como consecuencia de ese desequilibrio, auguraba una situación de superpoblación y grandes hambrunas. Nada de eso llegó a suceder y su teoría quedó como un ejemplo de pesimismo. Pesimismo malthusiano.

Pero, ¿porqué no sucedió? Apareció la tecnología. En ausencia de los cambios en la tecnología de producción de alimentos que supuso la introducción de los fertilizantes y los métodos de cultivo mas modernos, las predicciones de Malthus se habrían cumplido, fatalmente.

Las predicciones de los efectos en el clima de la actividad humana ahora, no son menos catastrofistas que lo fueron las de Malthus. ¿Porque los científicos las hacen? ¿Les gusta amargar al personal?. No lo creo. Las hacen para que se tomen las medidas políticas, económicas y tecnológicas que eviten su cumplimiento.

Hace mas de veinte años, cuando empecé a estudiar economía, ya nos enseñaban con manuales escritos por economistas estadounidenses los efectos de las economías privadas en los ámbitos públicos. Los llamaban efectos externos. Se referían a los costes sociales en contaminación, residuos y calidad de vida, que la actividad económica privada produce y que no paga. Si yo pescaba en el río Magro, ponen una empresa papelera y desaparece la pesca, eso es un beneficio privado para la papelera, y un coste social para los vecinos ribereños que se han visto privados de la pesca.

Por eso el clima y sus efectos no se puede separar de la economía, la tecnología y las relaciones de poder. La economía se ocupa , sobre todo, de la asignación de recursos entre usos alternativos, y está ligada con la tecnología, ya que es el estado de los conocimientos y las aplicaciones tecnológicas lo que incide en la elección de unos u otros recursos, con criterios económicos. Un ejemplo claro es el de los recursos energéticos. Si el economista tuviera en cuenta los efectos negativos en el clima de los recursos petrolíferos por su indeseable coste en emisión de CO2, debería elegir la energía solar, pero si la tecnología solar no aporta todavía alternativas económicamente viables que permitan sustituir al petróleo, alguien, el sector público, el mercado o quien sea, deberá invertir mas recursos financieros en mejorar la tecnología solar para sustituir a las energías sucias. Hasta aquí, la relación entre clima, economía y tecnología, pero, ¿que pasa con las relaciones de poder?

Hoy he visto, de nuevo, el documental Una verdad inconveniente, mal traducido como incómoda. Me gusta mas la expresión inconveniente, porque lo que allí se cuenta conviene a unos mas que a otros. He visto gráficas de las variables climáticas en los últimos catorce años, lo pongo en cursiva porque ese es, precisamente, el periodo de mayor auge económico en los últimos tiempos. Si hubiera alguna duda todavía sobre la relación entre el clima y la actividad económica humana, bastaría con poner en paralelo las curvas de aceleración del crecimiento de la actividad económica y las de las variables que se registran en el documental, que muestran los datos de ese mismo periodo. No hay duda alguna. La correlación es completa.

El argumento empleado por quienes se resisten a aceptar esa realidad y tratan por todos los medios de que nos lo traguemos, es radicalmente falso. Aducen que si hacemos lo que propone la ciencia para cambiar nuestro paradigma productivo actual, la economía se vendrá abajo. Es su economía, la de los grupos petroleros, los grandes negocios energéticos, los fabricantes de automóviles, la que está en peligro. Es evidente que las inversiones, los recursos económicos, los esfuerzos tecnológicos tendrían que ser dirigidos hacia otros sectores, emergentes, capaces de producir de un modo menos destructivo. Aquí es donde aparece, con meridiana claridad, la relación entre el clima, que cada vez mas nos indica que hemos de cambiar el rumbo, y los grupos de poder económico que se oponen a ese cambio, porque están en juego sus intereses privados. Si fueran inteligentes, liderarían ellos ese cambio, pero cuando la codicia es el motor de la actuación humana, es casi inevitable que se opte siempre por el corto plazo, en lugar de por la altura de miras --beneficios a largo plazo.

El mercado y el beneficio inmediato se han sacralizado de tal modo desde el inicio de la revolución neoconservadora de Reagan y Tatcher, que los efectos externos del nuevo capitalismo lanzado sin reservas a la negación y la destrucción de lo público, a la expoliación y el deterioro del entorno, necesitan que alguien les ponga límites. Es una cuestión de supervivencia. Estamos ante un dilema malthusiano, pero la tecnología no puede resolverlo por si misma, sin afectar a las relaciones de poder. Ese es el verdadero desafío de los objetivos de protección del clima.

¿Quien le pondrá el cascabel al gato?

Lohengrin. 12-11-07.

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