jueves, 1 de noviembre de 2007

MEDIEVALES

El día de difuntos es tan bueno, incluso mejor que otros, para dar un paseo por la Heliópolis medieval. El largo puente de cuatro ojos ha dejado las calles medio vacías y es una gozada moverse por ellas sin las apreturas cotidianas. Puedes empezar por la calle de Caballeros. En el antiguo palacio del señor de Malferít, frente al teatro Talía, está instalado desde hace unos meses el museo de L´Iber, que cuenta con un fondo de mas de un millón de figuras de plomo, y tiene expuesta una cuarta parte, a la disposición de quien quiera visitar esa curiosa colección.

Un historiador con un acento exótico, que no aciertas a saber si procede de Siria, los Balcanes o el Cáucaso, acompaña a las visitas y da unas documentadas explicaciones que completan la puesta en escena de las figuras expuestas, sin las que la mera visión de la exposición quedaría incompleta. En una vitrina puedes ver la recreación de las justas y torneos medievales, con los caballeros montados y los escuderos a pie. De paso te enteras de que Malferít, que dio nombre al palacio, fue el escudero de Jaime I.

En otra recreación, fuera del ámbito medieval, puedes ver reproducida la batalla de Almansa, tan mitificada por estas tierras. A consecuencia de esa derrota se perdieron los fueros, pero yo no he visto en esa puesta en escena a gentes de aquí, sino a austriacos, franceses, holandeses, británicos y mercenarios procedentes de los antiguos tercios de Flandes. Esa representación da cuenta de lo que fue aquello, una guerra dinástica entre naciones europeas, de la que las consecuencias para Heliópolis fueron un daño colateral, sin que el protagonismo que históricamente se nos atribuye aparezca por lado alguno.

Lo mas revelador de la reproducción de aquella batalla, es la presencia de un prostíbulo en la retaguardia del campo de armas, lo que parece sugerir que el desenlace de aquel encuentro bélico, tal vez no estuvo tan vinculado como creíamos a las estrategias de los jefes militares, sino quizás a la gonorrea contraída por los regimientos con mas tendencia a la golfería, que se pasaron por la piedra las mas aguerridas putas de ese campamento reproducido con total fidelidad en la escenificación de esa celebre, mitificada y perdida batalla, cuya derrota se conmemora en Heliópolis con tanto protocolo.

Terminada la visita a L´Iber, mas extensa de lo que cabe citar aquí, puedes acercarte a la Iglesia de la Compañía. Hoy no hay concierto, y la soledad del templo, que fue en su tiempo un núcleo del poder jesuita, te recuerda que actualmente solo hay una veintena escasa de novicios en los seminarios jesuitas, porque los dos últimos papas han decidido acabar con esa orden, en beneficio de los seguidores de José Mari Escrivá, que tampoco están en los seminarios, sino que han ocupado al asalto las filas del partido del otro José Mari, el Aznar, de tan infausta memoria y solapada presencia.

Al salir de la iglesia de la Compañía, pasas por la calle mas genuinamente medieval de la ciudad, la calle de Cordellats, cuyo solo nombre evoca la presencia de los ahorcados secándose al sol junto a la Lonja, frente al Mercado, mientras los perros escrofulosos que pasan por allí les muerden los dedos de los pies, en medio del olor nauseabundo de la calzada perdida de excrementos, orines y desperdicios, de coles podridas y boñigas de asno, transitada por carros de madera que transportan moribundos junto a muertos del todo por la peste negra.

Apenas dos calles mas allá, los bacalaos puestos a secar en las puertas de madera de las tiendas de salazón de la calle del Trench, muestran la afición medieval a esos productos salados que ha sobrevivido al paso de los siglos y el relativo bullicio de las calles próximas al mercado te recuerda que, también en el oscuro tiempo de los inquisidores y de la peste, la gente se buscaba la vida como podía.

Después de esa inmersión en el pasado de la ciudad, hasta el día cuatro puedes ir a la plaza de toros, donde se ha instalado un mercado medieval, sobre el suelo arenoso del albero de la plaza, que se ha mejorado con una cubierta de paja para impedir que aquello se llene de polvo. Los dulces árabes con miel, los embutidos artesanales, los panes campesinos y los quesos de cabra y oveja, las empanadas y tortas, los establecimientos artesanos, todos atendidos con gentes vestidas a la usanza medieval, son un buen complemento a un paseo sin prisas por la ciudad solo frecuentada a medias, en una mañana soleada de noviembre.

Concluido el paseo, por dieciséis Euros, todo incluido, puedes compartir una suculenta pìzza con tu pareja, acompañada por tres cervezas, unas aceitunas y un café, mientras el sol del mediodía te caliente la piel. No voy a decir donde. El aforo es limitado, ya saben.

Lohengrin. 1-11-07.

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