martes, 6 de noviembre de 2007

PAYASOS

Vivimos cada vez mas inmersos en la sociedad del espectáculo y los medios de comunicación abren sus ediciones y pantallas con imágenes de crímenes, sean domésticos y nacionales, o grupales y de otros lugares. El noticiero del crimen, antaño reservado a medios especializados que se tildaban de amarillos, ha pasado a integrar el menú de las noticias de los medios que informan con carácter general, con la categoría de plato principal, por eso se agradece que, de vez en cuando, nos sirvan alguna noticia jocosa.

He visto a un payaso firmando libros que se declaraba humillado por no se que cuita imaginaria de la que se sentía ofendido. Un payaso es una persona que hace de gracioso, ( ) con ademanes y gestos ridículos y, desde luego, teniendo en cuenta que el antecedente histórico del payaso es el bufón, debería estar blindado contra el sentimiento de humillación. El oficio de payaso es incompatible con el sentimiento de humillación, porque, precisamente, la esencia de su papel es dejarse humillar hasta provocar la risa de los espectadores.

Una cosa es la humillación, otra la vergüenza ajena. Este patético payaso, que en ocasiones intenta hacernos reír, sin conseguirlo, porque aunque usa ademanes y gestos ridículos, falta algo en su naturaleza capaz de añadir a esa gestualidad la gracia natural, otras veces nos ha hecho dudar entre la risa y la vergüenza, al observar el bochornoso papel que ha representado en la escena internacional, por no hablar de las graves consecuencias de sus aventuras de política exterior para los ciudadanos de este país.

Uno se pregunta como llegó este tipo tan torvo, adusto y agresivo, con tan poca gracia, a la condición de payaso profesional, y debe recurrir a la memoria para tratar de contestar esa pregunta. Hubo un antecesor suyo, Hernández Mancha, recuerdan, con una gracia sureña y dicharachera, inofensiva, al que apartó Fraga, la autoridad digital de la época, porque necesitaba alguien con mas mala leche para tratar de ganar, alguna vez, las elecciones.

El asunto funcionó. Los líos de corrupción del partido gobernante permitieron al nuevo payaso ejercer sus dudosas capacidades para el humor parlamentario y su acceso al poder, en un primer momento, sirvió de ventilador para airear el enrarecido clima político de la última etapa de las legislaturas socialistas.

Cuando un bufón se apoltrona en el asiento del rey, ese mero cambio de situación transforma su modo de hacer humor. Le convierte de humillado profesional en poderoso y quien usa el poder sin sentido del humor, se suele convertir en alguien muy peligroso.

Felipe y Guerra se repartieron bastante bien los papeles mientras estuvieron en la arena del circo. Felipe hacía de serio, de Augusto, y Guerra se acercaba al humor popular, con su natural tendencia a la ironía y el sarcasmo, aunque algunos percibimos la paradoja de que el cómico era el que mas trabajaba, y el serio, cuando mas falta hizo, se dejó llevar por la abulia sureña y no limpió, cuando debió hacerlo, su propia compañía.

Es verdad que el payaso que ejerce la titularidad en el circo ahora mismo, a veces parece que hace de tonto, y desde luego no se le ve muy espabilado para hacer frente a los problemas ferroviarios, pero yo siempre preferiré --no se ustedes-- a un payaso algo tonto, antes que a otro tan peligroso como el que hizo perder el sillón a los suyos por las desgraciadas consecuencias de sus aventuras en política exterior.

Este bufón nostálgico del franquismo que ahora nos distrae con un volumen epistolar y que dice sentirse humillado, es el mismo payaso que nos hizo enrojecer de vergüenza ajena con aquellas astracanadas, esos episodios suyos, tan poco graciosos, de Perejil y del rancho de Texas, entre otros.

Pero este payaso, ya amortizado, no es, con ser patético, lo peor de la historia política de este país en los últimos treinta años. Lo más dramático de esa tragicomedia es la ausencia de una derecha liberal, que acostumbramos a llamar civilizada, por oposición a lo asilvestrado de la que tenemos, una confusión de liberales, democristianos y nostálgicos del franquismo que, cada vez que este país intenta despojarse de algo de caspa, ponen palos en las ruedas de la democracia de progreso que nos merecemos, después de haber pasado décadas de oscuridad.

Hasta que la derecha política de este país no realice una catarsis que la acerque a sus homólogos europeos mas evolucionados, y se deshaga de los obispos y los franquistas que le impiden avanzar en esa puesta al día, enviándolos al espacio político que les corresponde, donde puedan fundar sus propios partidos, existirá el riesgo latente de que lleguen al poder cómicos tan poco dotados para el humor como ese patético payaso que hace ademanes y gestos ridículos sin ser capaz de alcanzar el efecto gracioso que persigue, y que encima se siente humillado, algo completamente impropio de un verdadero profesional.

El único modo de evitar ese riesgo y de impulsar esa catarsis necesaria, es no votar a la derecha actual, hasta que se deshaga de las malas compañías. No es tan difícil. Solo hay que ponerse a ello.

Lohengrin. 6-11-07.

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