jueves, 8 de noviembre de 2007

EL BARROCO

El barroco fue, sobre todo en arquitectura, un desequilibrio del gusto estético caracterizado por el exceso, que sustituyó a la espiritualidad del gótico y la libertad renacentista, y que duró hasta la recuperación del equilibrio de las formas clásicas, en un entorno marcado por la Contrarreforma. Mi paisano Calatrava, no se ha enterado de que el barroco acabó en el siglo XVIII y nos cuela bajo la etiqueta de arquitectura futurista sus creaciones barrocas hasta el paroxismo, como la del edificio de la Opera de Heliópolis, llamado Palau de les Arts, donde se celebran conciertos y se representan operas, con habitualidad.

Ayer asistí a un concierto de música barroca, en otro sitio, la capilla de la universidad vieja. Un dueto de violas y el concierto de Brandenburgo nº 6 para violas y piano de J.S. Bach. Una vez tuve un alma barroca, excesiva, tanto que se quebró la cuerda de violín que sostenía mi sistema nervioso y los primeros compases de la cuerda de ese concierto me han hecho evocar aquel tiempo.

Mientras escuchaba el dulce sonido de la cuerda en el adagio, he cerrado los ojos para disfrutar de las imágenes que me sugería y me ha sorprendido contemplar un salón palaciego, iluminado como un escenario, en el que media docena de mujeres vestidas a la usanza de mediados del siglo XVIII bailaban un minué y en sus giros, al aparecer de cara al público, se veía que sus vestidos estaban abiertos por delante y mostraban su sexo y sus pechos desnudos.

Después, me he visto tendido en una cama, intentando incorporarme mientras me inyectaban, por vía intravenosa, algo que yo intuía que tenía la función de controlar los excesos de mi temperamento barroco de entonces. Yo me resistía pero, al final, el efecto de la droga me dejaba tendido en la cama.

Los aplausos a las jóvenes concertistas me volvieron a la realidad. Comenzó la segunda interpretación. Otra vez volví a cerrar los ojos y de nuevo apareció el escenario del salón palaciego, esta vez mas oscurecido, y solo habitado por un túmulo de mármol, en el centro, en el que estaba yo tendido, con los brazos atravesados por un montón de jeringuillas.

A mi alrededor, un piano y dos violas interpretaban el concierto de Brandenburgo y tres doctores vestidos con batas blancas intercambiaban su parecer clínico sobre mi estado de salud y como convencerme para abandonar mis excesos barrocos y hacerme entrar en la senda del equilibrio estético de los valores neoclásicos.

En un rincón del salón había unas figuras que exhibían unas pelucas inspiradas en grabados barrocos, idénticas a las que se exponen en una sala del Instituto de Arte Moderno, --no se lo van a creer-- por deferencia de nuestro Presidente hacia su peluquero particular. Les juro que es verdad. Estas cosas pasan en Heliópolis. Con total impunidad .

Entraron en el salón unos mozos y se llevaron el piano. El pianista y las dos intérpretes salieron a continuación, junto con los doctores. Luego se hizo la oscuridad en el salón y yo quedé solo, sobre la fría piedra de mármol.

Al abrir los ojos, los músicos se inclinaban ante el público para agradecer los aplausos y los asistentes comenzaban a desfilar fuera de la sala.

Doscientos años de barroco dan para mucho, dejan huella y a pesar de los excesos atribuibles a esa moda, han dejado testimonios tan bellos como la Fontana de Trevi, la pizza envuelta del Piamonte, rellena de jamón serrano, beicon y champiñones, los conciertos de Brandenburgo, de J.S.Bach, y cosas tan prescindibles como los edificios de Calatrava y mi excesiva afición a los adjetivos.

Lohengrin. 8-11-06.

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